Título original: Al-mummia / المومياء
Título alternativo: The Night of Counting the Years
Director: Chadi Abdel Salam
Egipto, 1969, 99 minutos
La momia (1969) de Chadi Abdel Salam |
Los que dormís, os levantaréis.
Los que camináis, seréis resucitados.
Porque se os debe la Gloria...
Elévate, no perecerás.
Has sido llamado por tu nombre.
Has sido resucitado...
Lejos de remedar el modelo que en su día fijara el Hollywood clásico, asociado ad æternum al rostro impasible de Boris Karloff, la versión egipcia de La momia optó, en cambio, por seguir una caligrafía vagamente deudora de un cierto cine soviético. De modo que el espectador avezado reconocerá de inmediato la impronta de, por ejemplo, Sayat Nova (1969) en el hieratismo de los actores o en el tratamiento preciosista del color. Cine que imita al arte para convertirse, a su vez, en tableau vivant.
Rodada hace justo medio siglo, Al-mummia (1969) se habría perdido para siempre, casi con toda probabilidad, de no haber sido por el buen hacer de Martin Scorsese. En ese sentido, el cineasta cinéfilo puso los medios, a través de World Cinema Project, la fundación por él auspiciada, para que se llevase a cabo la pertinente restauración del filme.
Los hechos narrados se remontan a 1881, cuando una buena cantidad de sarcófagos y demás objetos de valor, pertenecientes a diferentes dinastías, fue encontrada en un lugar recóndito del Valle de los Reyes. A partir de ese momento, un grupo de arqueólogos de El Cairo pondrá en marcha un arriesgado operativo con la finalidad de que la tribu de los Horabat deje de saquear las tumbas.
Sendas citas del Libro de los muertos abren y cierran una película cuya omnipresente banda sonora, compuesta por el italiano Mario Nascimbene a base de sintetizadores y demás efectos electrónicos tan en boga a finales de los sesenta, contribuye a crear la atmósfera de suspense que se presupone en una cinta de tales características. El resto del misterio lo aportan las antiguas ruinas faraónicas, inquietantes figuras de negro vagando sobre la arena del desierto y unos diálogos más bien crípticos que denotan, por parte de su director, Chadi Abdel Salam (1930–1986), la voluntad de emparentar su obra con el Faraón (1966) de cartón piedra del polaco Kawalerowicz.
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