Título en español: Treinta lumbres o Treinta hogares
Directora: Diana Toucedo
España, 2017, 80 minutos
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Trinta lumes (2017) de Diana Toucedo |
Sepultade piadosos
o bardo dos gaélicos destinos,
baixo os dereitos troncos rumorosos
de esvelto grupo de soantes pinos,
nos eidos saüdosos
que habitaron os celtas brigantinos.
Que diga o camiñante
que alí dirixe os pasos pelegrinos:
"Este cantou con voz harmonïosa
de Breogán a raza xenerosa".
Eduardo Pondal
«O testamento do bardo», (1890)
La sala Zumzeig, "el primer cine cooperativo de Catalunya", acogía esta tarde un pase especial de Trinta lumes que ha contado con la presencia de su directora, Diana Toucedo, así como de algunos miembros del equipo de rodaje, entre ellos Lara Vilanova, responsable de la fotografía.
Nacida en Redondela (Pontevedra), en 1982, Toucedo lleva, sin embargo, muchos años establecida en Barcelona. De hecho, se formó en el ESCAC, especializándose en montaje, y ahora es jefa del departamento de documental de ese mismo centro. Como montadora, ha trabajado en algunos filmes que ya tuvimos ocasión de comentar en el blog. Tal es el caso de
Penèlope (2017) de Eva Vila o
Júlia ist (2017) de Elena Martín. En cambio, para
Trinta lumes (en casa de herrero ya se sabe lo que suele ocurrir...) la cineasta ha delegado las tareas de edición en Ana Pfaff, responsable de montar, entre otros títulos, la aclamada
Estiu 1993 (2017) de Carla Simón.
¿Qué nos depara una película tan suculentamente exquisita como ésta? Pues, de entrada, un recorrido por la Sierra del Caurel (Lugo), enclave boscoso de aldeas abandonadas cuyos habitantes hace mucho que emigraron a Bilbao o a Barcelona, salvo en casos como esos resistentes treinta fuegos u hogares a los que alude el título. Una despoblación, mal endémico de tantas áreas rurales, que no es óbice para que las ánimas de los antiguos moradores regresen al lugar, hoy convertido en un páramo de silencio y despojos.
Porque debe puntualizarse que la etiqueta documental se queda corta a la hora de definir un filme que, al margen de su enorme valor etnográfico e incluso antropológico, posee una evidente estructura circular en la que lo mismo tiene cabida la misteriosa desaparición de una muchacha, llamada Alba, que la presencia, enigmática y lumínica, de entes que habitan entre los escombros de las casas derruidas.
Y, aunque de pasada, Trinta lumes deja, asimismo, constancia del grave impacto ecológico que suponen para el paisaje las canteras de pizarra. O de cómo, según se deduce de un antiguo periódico de 1996 que los jóvenes protagonistas encuentran en un cajón, las directivas de la Unión Europea en materia de explotaciones lecheras también han contribuido al progresivo abandono de la zona. Y hasta, en clave mucho más esperanzadora, el decisivo papel que cumplen las escuelas rurales, donde los alumnos, pocos pero aplicados, realizan un taller en inglés o aprenden los pormenores de la vida del poeta Eduardo Pondal (1835-1917).
Ya después de la proyección, los asistentes hemos tenido oportunidad de ver, comentadas por la realizadora, algunas escenas eliminadas del montaje final: Xan de Vilar recitando una cantiga reivindicativa, Pedro (pastor que, acompañado de su familia, se estableció en un caserío deshabitado) velando para que los lobos o los osos, que vienen desde León, no diezmen su rebaño... Retazos de vida (y alguna que otra evocación de la muerte) que en su día hicieron de Trinta lumes la justa merecedora del Premio de la Crítica en el D'A.
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Ni en Bélmez se ven rostros como éste |