Director: Gonzalo Delgrás
España, 1946, 74 minutos
Los habitantes de la casa deshabitada (1946) |
RAIMUNDO: ¿Pues a qué distancia de aquí queda el pueblo de al lado?
MELANIO: Obra de tres leguas castellanas, que son cinco leguas de posta.
RAIMUNDO: ¿Y en kilómetros, que es como yo me entiendo?
MELANIO: Kilometreando, un golpe de veinte.
RAIMUNDO: ¿Veinte kilómetros?
MELANIO: Más o menos, y hablando entre hombres, veinticuatro y medio.
RAIMUNDO: ¿Y no hay otro pueblo más próximo que ése?
MELANIO: No, señor. Estamos en la misma mitá de lo que le dicen el páramo de Viniegras, que abarca tres leguas a la redonda y que está vacío de gente por ser inhabitable, y ese lugar de que tratábamos, que es por buen nombre Castillejo del Condestable, es el más próximo. Por eso lo llamo yo el pueblo de al lao, porque es el más próximo.
GREGORIO: Y cuando un pueblo está lejos, ¿cómo lo llama usted?
MELANIO: Cuando un pueblo está lejos, le llamo Buenos Aires...
Enrique Jardiel Poncela
Los habitantes de la casa deshabitada (1942)
Hilarante y disparatada, como todas las comedias de Jardiel, Los habitantes de la casa deshabitada fue objeto de una primera adaptación cinematográfica apenas cuatro años después de que se estrenase en el madrileño Teatro de la Comedia. La versión fílmica, sin embargo, se rodó en Barcelona, concretamente en los efímeros Estudios Diagonal (1943-1950), corriendo la dirección y adaptación a cargo de Gonzalo Delgrás.
Tras los títulos de crédito iniciales, la engolada voz en off de Fernando Fernán Gómez nos pone al corriente de por dónde van a ir los tiros de la trama. Sólo que, además de resumir el prólogo del texto original, dicho recurso sirve también para convertir a su personaje, el timorato chófer Gregorio, en narrador y protagonista indiscutible del relato. De ahí que, después de haber descrito pomposamente los aledaños de la casona donde tendrán lugar los hechos y justo antes de que él y su señor irrumpan en escena, corte por lo sano diciendo: "¿Quiénes eran los osados viajeros que se arriesgaban por aquellos parajes? Pronto vamos a saberlo, porque para que ellos hablen me callaré yo un ratito (que ya es hora...)".
Además de carboneros de Palencia y esqueletos que bailan el Boogie-woogie, el interior de la supuesta casa encantada depara sorpresas que ni el avispado Raimundo (Jorge Greiner) podía esperar: fantasmas que dan las buenas noches, borricos que entran y salen a través de un reloj de pared, húngaros perversos, dos hermanas medio locas y arcones cuyo contenido se volatiliza como por arte de magia. Naturalmente, ni hay tal hechizo ni los fenómenos paranormales que ahuyentan a los lugareños se deben a causas de orden sobrenatural, pues en realidad todo obedece a un burdo complot orquestado por los vivos (infinitamente más peligrosos que los muertos).
Pocas son las diferencias respecto a la pieza teatral y las más destacables se justifican por la necesidad del lenguaje cinematográfico de ir al grano. Así, por ejemplo, se elude la partida de póquer que Gregorio y los "espectros" jugaban al principio del segundo acto y, como mandaban los cánones del cine comercial, se atenúa el crudo destino que el desenlace original deparaba a la cándida Rodriga (María Isbert) sustituyéndolo por un happy ending mucho más acorde con lo que el público de mediados de la década de los cuarenta exigía de una comedia amable.