Director: Fernando Fernán-Gómez
España, 1977, 109 minutos
Mi hija Hildegart (1977) de F. Fernán-Gómez |
Los terribles hechos en los que se basa Mi hija Hildegart (1977) constituyen una muestra conmovedora de hasta dónde puede llegar el fanatismo por más que éste se disfrace bajo etiquetas de apariencia tan avanzada como la eugenesia o la lucha feminista. A Aurora Rodríguez Carballeira (1879-1955) —quien, pese a sus orígenes humildes, contaba con una cierta formación autodidacta, fruto de sus lecturas— le obsesionaban los derechos de la mujer hasta el extremo de que decidió concebir una niña (con la colaboración, como progenitor, de un párroco castrense) para educarla según los principios del socialismo utópico y así hacer de ella "una escultura de carne" que fuese "modelo de mujer del futuro".
Y a fe que doña Aurora se salió con la suya, ya que Hildegart Rodríguez Carballeira (1914-1933) dio muestras, desde muy temprana edad, de una inteligencia fuera de lo común: licenciada brillantemente en derecho, con apenas catorce años la joven publicaba artículos en revistas y diarios de ámbito nacional, lo que le valió ser elegida secretaria de la Liga Española para la Reforma Sexual. Trayectoria fulgurante que acabaría suscitando los recelos de la madre, aquejada de delirios paranoides y autora confesa (jamás se retractó) de los cuatro disparos que pusieron fin a la vida de la muchacha mientras dormía.
Para abordar una tragedia de tamañas proporciones, el director Fernando Fernán-Gómez y su guionista Rafael Azcona tomaron como base el libro Aurora de sangre (1972) del anarquista Eduardo de Guzmán (1908-1991). De hecho, de Guzmán (interpretado por Manuel Galiana) es uno de los personajes principales de la película, puesto que, además de visitar en la cárcel a la homicida, rememora los hechos, años después, desde la barra de un club de alterne.
En cualquier caso, la cinta —correcta, aunque tal vez un tanto ceremoniosa en su puesta en escena— contiene una de las actuaciones más memorables que se hayan visto de Amparo Soler Leal, digna en su complejo papel, a medio camino entre la locura y la tenacidad, de una idealista dispuesta a sostener sus convicciones hasta las últimas consecuencias, más allá de lo que dicten la sociedad y los tribunales. De ahí que, al conocer el alcance de su sentencia, responda ufana: "Me han dado veintiséis años de vida".