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jueves, 28 de agosto de 2025

Mi postre favorito (2024)




Título original: Keyke mahboobe man
Directores: Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha
Irán/Francia/Suecia/Alemania, 2024, 97 minutos

Mi postre favorito (2024)


Hay ocasiones, tal vez demasiadas, en las que el tráiler de una película le hace un flaco favor a la misma al ofrecer una imagen parcial o distorsionada, cuando no errónea, de su verdadero contenido. Eso es más o menos lo que ocurre (quién sabe si de forma intencionada) con Mi postre favorito (2025), cinta iraní que a priori, si uno se fía de su tráiler, pudiera parecer la típica historia ñoña de dos septuagenarios ávidos de compañía. Nada más lejos de la realidad.

En primer lugar, debe contextualizarse debidamente el hecho de que una viuda de cierta edad tome la iniciativa a la hora de entablar relaciones con un hombre en la sociedad teocrática de los ayatolás. Acto revolucionario, sin duda, por lo que tiene de empoderamiento femenino en el seno de un régimen abiertamente misógino. A este respecto, también resulta muy significativa la escena en la que Mahin (Lili Farhadpour), que creció en el Irán anterior a la Revolución Islámica, se encara con la policía en plena calle para defender a unas muchachas que están siendo detenidas por llevar mal colocado el hiyab.



Aunque, como suele ocurrir cuando la intolerancia es norma y las restricciones se hallan fuertemente interiorizadas por la población, al final es una vecina fisgona o incluso algún familiar (la protagonista habla a menudo por teléfono con su hija, que vive desde hace años en el extranjero) quien pone mala cara o recrimina conductas que se consideran inapropiadas.

El giro que toman los acontecimientos hacia el final de la película añade una imprevista nota amarga a lo que estaba siendo un encuentro liberador y de efectos rejuvenecedores, gracias al vino y a la música, para ambos personajes. En la misma medida, podría añadirse, estableciendo un cruel e irónico paralelismo, que los problemas que están teniendo Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, los directores de este filme, con la justicia de su país.



domingo, 5 de enero de 2025

El abuelo tiene un plan (1973)




Director: Pedro Lazaga
España, 1973, 90 minutos

El abuelo tiene un plan (1973) de Pedro Lazaga


Me pregunto qué diría cualquier adolescente de los de ahora si le plantaran delante El abuelo tiene un plan (1973). Probablemente algo así como "¿Y a mí qué?", habida cuenta de que en la actualidad (no hay más que ver cada noche a los participantes que acuden a First dates, muchos de ellos de edad provecta) eso de que una pareja de ancianos se enamore parece lo más natural del mundo.

Sin embargo, en la España de hace medio siglo el hecho de que un viudo de 65 años entablase una relación sentimental con una solterona a la que acaba de conocer en un sanatorio se consideraba un argumento tan divertido que daba para hacer una comedia. Evidentemente, los hijos del interfecto, que para colmo es un poco hipocondríaco, ponen de inmediato el grito en el cielo ante lo que consideran poco menos que una indecencia.



Un guion de, entre otros, Alfonso Paso (quien interpreta también un breve papel como doctor o maestro de ceremonias cuya función es la de aleccionar al espectador a propósito de lo solitos que se sienten los miembros de la tercera edad) le sirve al incombustible Pedro Lazaga para confeccionar una típica astracanada al servicio de Paco Martínez Soria. Le secundan una nutrida galería de intérpretes, como la entrañable Isabel Garcés en el papel de la modosita Elena o los siempre efectivos Pepe Sacristán y Manolo Zarzo, junto a Elvira Quintillá o Matilde Muñoz Sampedro, haciendo lo indecible para evitar a toda costa que la pareja de tortolitos se salga con la suya.

Y así, entre bromas amables (con algún que otro gag tirando a picante, aunque sin pasarse) discurre la acción de una cinta que pretendía ofrecer una imagen moderna de la sociedad tardofranquista, pero que, al fin y a la postre, acaba resultando casposa por su excesivo paternalismo. Nada que ver, por ejemplo, con la ternura que, a partir de una idea similar, transmitía uno de los episodios de Del rosa al amarillo (1963), la ópera prima de Manolo Summers.



miércoles, 1 de mayo de 2024

Nosotros en la noche (2017)




Título original: Our Souls at Night
Director: Ritesh Batra
EE.UU., 2017, 104 minutos

Nosotros en la noche (2017) de Ritesh Batra


And then there was the day when Addie Moore made a call on Louis Waters. It was an evening in May just before full dark…

Kent Haruf
Our souls at night

No es Paul Auster, pero tiene su encanto. La fama (póstuma) de Kent Haruf (1943-2014) propició la adaptación cinematográfica de la que fuera su última novela, Our Souls at Night (2017), un producto Netflix que volvía a reunir en la pantalla, por cuarta y última vez, a los míticos Robert Redford y Jane Fonda, ahora octogenarios, aunque protagonistas de una cinta que aboga precisamente por el derecho de la tercera edad a seguir gozando de sus relaciones sin preocuparse de tutelas ni del qué dirán.

En ese sentido, la acción se sitúa en la localidad imaginaria de Holt, cuyos habitantes, en su mayoría granjeros de la América profunda, no ven con buenos ojos que dos viejos viudos decidan dormir juntos por las noches. Habladurías que, una vez que lleguen a oídos de sus respectivos hijos, derivarán incluso en agrias disputas familiares. Sobre todo si el pequeño Jamie, nieto de la mujer, duerme muchas veces con ellos.



Lo cierto es que la particular historia de amor entre Addie (Jane Fonda) y Louis (Robert Redford) dará pie también a no pocas confesiones a lo largo de múltiples veladas en las que ambos se sinceran mutuamente a propósito de lo que han sido los momentos más relevantes de sus respectivas experiencias vitales. Así pues, los recuerdos de ella giran en torno a la trágica muerte de su hija, mientras que en los de él sigue viva la memoria de una infidelidad conyugal que a punto estuvo de dar al traste con su matrimonio.

Se dice que Kent Haruf, diagnosticado de un cáncer terminal, dedicó sus últimas fuerzas a escribir lo que en definitiva sabía que iba a ser su testamento literario: un emotivo canto a la vida en el que dos seres desprejuiciados deciden rebelarse contra la soledad a la que parecen fatídicamente condenados por culpa de no se sabe muy bien qué absurdas convenciones sociales. Argumento que en manos del director hindú Ritesh Batra mantiene parte de su hechizo, si bien pierde intensidad dramática pese a las más que aceptables interpretaciones de la pareja protagonista y alguna otra vieja gloria como Bruce Dern.



domingo, 28 de enero de 2024

A propósito de Schmidt (2002)




Título original: About Schmidt
Director: Alexander Payne
EE.UU., 2002, 126 minutos

A propósito de Schmidt (2002) de Alexander Payne


Tengo grabada en la memoria una secuencia de About Schmidt (2002) desde que vi la película por vez primera, hace de esto ya más de veinte años. Que no es otra sino el momento en el que Jack Nicholson, en su papel de viejo ejecutivo recién jubilado, descubre sus archivos, el trabajo de toda una vida, en el cubo de la basura. Imagen elocuente de lo cruel que puede llegar a ser el sistema con quienes ya no le resultan útiles.

A grandes rasgos, la ruina humana en la que se ha convertido el protagonista pone de manifiesto una sociedad hortera y prefabricada en la que los ancianos ya no tienen cabida. Así, por lo menos, se siente el bueno de Warren Schmidt, un personaje que, de la noche a la mañana, se encuentra con que su mundo ha cambiado por completo. De modo que sube a bordo de su imponente autocaravana Adventurer y decide embarcarse en un viaje hacia los paisajes en los que transcurrió su infancia en un intento desesperado por reencontrarse consigo mismo.



Cabe decir que el fallecimiento repentino de su esposa (June Squibb) o la inminente boda de su hija Jeannie (Hope Davis) con un garrulo de Denver alteran lo que hasta entonces era una existencia previsible y totalmente planificada. Circunstancias que le provocan un estado semidepresivo que intentará aliviar apadrinando a un niño tanzano al que envía larguísimas cartas y algún que otro cheque.

Bajo una apariencia tragicómica marca de la casa, la cinta de Alexander Payne aborda, sin embargo, cuestiones tan acuciantes como la soledad de los mayores o la hipocresía de un escenario social en el que tantos discursos y parabienes esconden, en realidad, un individualismo a ultranza.



sábado, 20 de enero de 2024

Nebraska (2013)




Director: Alexander Payne
EE.UU., 2013, 115 minutos

Nebraska (2013) de Alexander Payne


Hay diálogos de Nebraska (2013) que rozan lo delirante. Sirva, a modo de ejemplo, la escena en la que los Grant, la familia protagonista, visita el cementerio local de Hawthorne y la madre (June Squibb) pasa revista a las lápidas de los parientes o viejos conocidos que allí yacen enterrados. Pocas veces se ha visto en una película (por lo menos en el cine estadounidense) semejante cantidad de mala leche comprimida en tan pocos minutos.

Parece muy probable que la genialidad de esta atípica road movie en blanco y negro (y que conste que ello sería extensible al conjunto de la filmografía de su director) reside en una sabia combinación de humor y crítica social cuyo resultado más certero constituye el retrato de la América profunda y decadente de la recesión económica de hoy en día (o de hace una década, que para el caso es lo mismo).



De igual forma, la insólita relación paternofilial que constituye la esencia del argumento, magistralmente interpretada por el tándem Bruce Dern-Will Forte, arroja la impronta de un tipo de antihéroes que precisamente por lo quijotesco de sus respectivas intenciones (cruzar el país para cobrar el millón de dólares que jamás ganó; hacer feliz, en la recta final de su existencia, al padre alcohólico que nunca ejerció verdaderamente como tal) se acaban ganando la simpatía del espectador desde el minuto uno.

Aunque, si bien se mira, el patetismo de la propuesta de Alexander Payne había ya tenido un claro precedente algunos años antes con la no menos entrañable The Straight Story: Una historia verdadera (1999) de David Lynch, otra cinta de carretera con similares vínculos familiares, en aquel caso fraternos, que, tal vez por estar producida por la Disney, no hurgaba tanto (o en la misma proporción que Nebraska) en las heridas de una sociedad (la del sobrepeso y el desempleo) bastante menos idílica de lo que a menudo se nos ha hecho creer.



sábado, 26 de agosto de 2023

Arrugas (2011)




Director: Ignacio Ferreras
España, 2011, 90 minutos

Arrugas (2011) de Ignacio Ferreras


La escena inicial de Arrugas (2011) nos sitúa en un contexto no por conocido menos doloroso: el de los primeros síntomas de la demencia senil. Pero es también, al mismo tiempo, un ejemplo bastante elocuente de lo dura que puede llegar a resultar la experiencia para unos familiares/cuidadores desbordados ante la demanda de atención que implica hacerse cargo de un pariente enfermo de alzhéimer. El caso es que el hijo y la nuera de Emilio acaban optando por ingresar al anciano en una residencia adonde prometen ir a visitarlo con frecuencia.

Una vez allí, al hombre, antiguo director de una sucursal bancaria y gran aficionado a la natación, no le quedará otro remedio que adaptarse a un entorno por completo desconocido cuyo cicerone más ilustre es el dicharachero Miguel: argentino un poco pícaro que, como ocurría con el personaje de Morgan Freeman en Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994), es capaz de conseguir de todo sin salir del geriátrico, aparte de pegarle continuamente el sablazo a los internos aprovechándose de que los pobres no se enteran de nada.



Dos premios Goya (al Mejor Guion adaptado y a la Mejor Película de Animación) coronaron finalmente el trabajo del equipo comandado por el director Ignacio Ferreras, quien venía de colaborar, un año antes, a las órdenes del francés Sylvain Chomet en el filme homenaje a Tati El ilusionista (2010). Aunque, debido a la participación en el proyecto de la televisión autonómica gallega, la acción de Arrugas se sitúa en aquella comunidad, habiéndole correspondido a la Real Filharmonía de Galicia la ejecución de la notable banda sonora de Nani García.

Sin embargo, que nadie se llame a engaño: por mucho que se trate de una cinta de animación (y que eso pueda, de alguna manera, restarle dramatismo a la historia que en ella se narra o incluso infantilizarla), lo cierto es que el tema latente invita a una profunda reflexión en torno al trato y al triste destino de muchos de nuestros mayores. Aun así, la película contiene grandes dosis de ternura que ya estaban presentes en la novela gráfica del valenciano Paco Roca en la que está basada, un auténtico best seller en su género que recibiría, entre otros prestigiosos galardones, el Premio Nacional del Cómic en 2008.



martes, 28 de marzo de 2023

Un paseo con Madeleine (2022)




Título original: Une belle course
Director: Christian Carion
Francia/Bélgica, 2022, 91 minutos

Un paseo con Madeleine (2022) de Christian Carion


Quienes hayan seguido con cierta asiduidad el cine francés de los últimos años reconocerán enseguida los modelos que se dan cita en esta película, ya que Une belle course (2022) vendría a ser algo así como una mezcla entre Mi mejor amigo (Mon meilleur ami, 2006) de Patrice Leconte y Mis tardes con Margueritte (La tête en friche, 2010) de Jean Becker. También, por supuesto, recuerda un tanto a la oscarizada Paseando a Miss Daisy (Driving Miss Daisy, 1989), si bien aquí el parecido ya sería más remoto.

El caso es que Dany Boon vuelve a meterse de nuevo en la piel de un taxista, esta vez un tipo más sombrío que aquel Bruno sabelotodo de hace algunos años, mientras que, a sus casi noventa y cinco primaveras, la veterana Line Renaud le da la réplica en el papel de entusiasta nonagenaria. Un vitalismo que hará que el cetrino Charles recupere gradualmente la ilusión de vivir gracias a las confidencias que ambos comparten a lo largo de esa "bella carrera" a la que alude el título original del filme.



Al mismo tiempo, la ciudad de París se convierte en el escenario ideal para una bonita historia en torno a temas como el paso del tiempo o el vigor de una mujer fuerte (feminista avant la lettre) para abrirse camino en un mundo de violencia machista. A este respecto, los recuerdos de madame Keller se materializan en forma de flashbacks en los que Alice Isaaz encarna a la joven Madeleine. Y así, la veremos darse su primer beso con un soldado americano o sufrir los malos tratos de un marido bestial.

En realidad, el libreto de Cyril Gely y el propio Christian Carion, en este su séptimo largometraje como director, no deja de ser un amable alegato, un tanto lacrimoso y más bien predecible, a propósito de cómo envejecer con dignidad. En ese sentido, la ancianita encantadora proporciona una lección nada desdeñable, prefiriendo posponer su ingreso en un frío geriátrico para, a cambio, apurar los últimos instantes de existencia en una tournée por algunos de los rincones que dejaron huella en su memoria.

Renaud, Carion (centro) y Boon durante el rodaje de Une belle course


sábado, 20 de noviembre de 2021

Fuera de juego (1991)




Director: Fernando Fernán-Gómez
España, 1991, 97 minutos

Fuera de juego (1991) de Fernando Fernán-Gómez


Un grupo de ancianos, internos en el dormitorio número 16 de la Residencia San Cándido, decide poner fin a sus interminables horas de tedio fundando un club de fútbol. Pero como ninguno de ellos anda ya para muchos trotes, y ante los reparos de la monja alférez (María Asquerino), alias "La Bruja", se acaban conformando con identificarse con los chavales del vecino Colegio de Huérfanos, a cuyo modesto equipo apadrinan con idéntico entusiasmo...

A pesar de tratarse de una película de encargo, Fuera de juego (1991) destila la simpatía propia de un proyecto realizado con cariño. Y no sólo por lo amable del enfoque que le diera Fernando Fernán-Gómez, sino, sobre todo, debido a un inteligente paralelismo entre tercera edad e infancia, ya presente en el guion de José Truchado, que remite a grandes títulos de nuestra cinematografía como Del rosa al amarillo (1963) de Summers o, en especial, Los dinamiteros (1964) de Juan García Atienza.



En un principio, el núcleo duro del grupo lo integra un a modo de "quinteto de la muerte" capitaneado por don Aníbal (Fernán-Gómez), militar retirado y líder nato del cotarro, si bien más tarde, con la llegada de don Anselmo (José Luis López Vázquez), la camarilla pasa a contar con un nuevo miembro que será clave a la hora de obtener fondos que ayuden a sufragar sus ambiciosos planes. Y es que al tal don Anselmo, antiguo guardia urbano, no se le ocurre otra cosa que proponerles el atraco de una oficina bancaria disfrazándose de hermanitas de la caridad.

Independientemente de la comicidad de las situaciones, la mayoría de veces en torno al tópico de que los ancianos son como niños, lo cierto es que en todo momento planea de fondo una indudable amargura que es fruto de la condición de desamparados de los personajes, octogenarios a los que hace ya bastante tiempo que sus familiares dejaron de ir a visitar. El caso más flagrante, tal vez por ser el último en incorporarse, es el del propio Anselmo, aunque tanto él como el resto, que se halla en parecida situación, optan por evadirse de semejante existencia mediante un simple desdoblamiento de personalidad que les permite sentirse tan jóvenes como los críos a los que jalean en el terreno de juego.



jueves, 3 de septiembre de 2020

Una historia verdadera (1999)




Título original: The Straight Story
Director: David Lynch
EE.UU./Francia/Reino Unido, 1999, 112 minutos

Una historia verdadera (1999) de David Lynch


Asociar el universo de un cineasta tan iconoclasta como David Lynch con los productos convencionalmente familiares de la factoría Disney no parece que, a priori, pudiera dar como resultado una película de las proporciones de The Straight Story (1999). Y, sin embargo, el periplo del anciano protagonista a lomos de una destartalada cortadora de césped que lo llevará desde Laurens (Iowa) hasta Mount Zion (Wisconsin) acaba adquiriendo una trascendencia cercana, en su patetismo, a las andanzas de un don Quijote moderno.

Porque las reflexiones del susodicho Alvin (Richard Farnsworth), lento y cachazudo como un veterano cowboy, en nada desmerecen a las de aquel Alonso Quijano que un buen día se echó a los caminos emprendiendo una empresa no menos descabellada que la suya. "¿Qué es lo peor de la vejez, Alvin?", le pregunta un mozalbete imberbe cargado de cinismo. Y el interfecto, que será septuagenario pero no tonto, le suelta sin inmutarse: "Lo peor de ser viejo es que te acuerdas de cuando eras joven…" Memento mori, como dirían los clásicos, que deja sin palabras al curioso impertinente y, de paso, al propio espectador.



Resulta, asimismo, admirable el motivo por el que semejante testarudo se empeña en llevar a cabo tamaña proeza. Una demostración de amor fraternal cuyo mérito es aún mayor si se tiene en cuenta que ambos hermanos llevaban una década sin dirigirse la palabra. De modo que el hecho de que el pobre Lyle (Harry Dean Stanton) haya padecido un infarto será la ocasión propicia para que Alvin se arme de valor y decida ponerse en marcha pese a sus evidentes problemas de movilidad.

Ni que decir tiene que serán cuantiosos los obstáculos que le vayan surgiendo a lo largo del trayecto, aunque no faltarán almas caritativas que lo acojan y ayuden con suma amabilidad y comprensión (caso del matrimonio en cuyo jardín acampa durante varias noches). Otras veces, en cambio, será el propio Alvin quien logre iluminar, gracias a la sabiduría que dan los años, a alguna autoestopista en horas bajas. Y como en todo filme lyncheano no podía faltar lo enigmáticamente inexplicable, como aquella infeliz conductora predestinada a atropellar a todos los ciervos que se le crucen por delante.


lunes, 27 de julio de 2020

Amor (2012)




Título original: Amour
Director: Michael Haneke
Francia/Alemania/Austria, 2012, 127 minutos

Amor (2012) de Michael Haneke


El estilo Haneke, con sus silencios y tomas largas, se reconoce muy fácilmente. Apenas Cassavetes (y algún otro cineasta en la misma línea de autor independiente) se han atrevido a aguantar tanto el plano. Una caligrafía meticulosa, descarnada, sin concesiones ni sentimentalismos de ningún tipo, que alcanzaba su punto culminante gracias a una cinta de título tan sencillo como profundo. Que no es, sin embargo, el amor que inventaron los trovadores y exacerbaron, después, los románticos, sino un sentimiento mucho más apegado a la realidad. Habrá quien acuse al director austriaco de cruel por su particular acercamiento a los achaques que entraña la senectud, pero ése es un debate (incluso una polémica) que siempre ha motivado su filmografía cualesquiera que fueran los temas por él abordados.

Fiel a sus principios, Haneke practica el arte de incomodar con esa ausencia de respuestas que le es tan propia. Y lo hace comenzando el relato por el final, cuando los bomberos irrumpen en el apartamento de la pareja protagonista, en cuyo interior se haya el cuerpo sin vida de Anne (Emmanuelle Riva), dispuesto de tal manera que podría llevarnos a pensar en algún ritual un tanto macabro. Ahí residirá precisamente el reto: en hacer comprender al espectador, durante las próximas dos horas, que es un acto de amor, y no otra cosa, lo que ha conducido a semejante desenlace.



Amour nos sitúa, por tanto, frente a un dilema de muy difícil solución (si es que la tiene): ¿cómo gestionar el dolor de un ser querido? Georges (Jean-Louis Trintignant) ha compartido con Anne toda una vida, por lo que le resultará especialmente doloroso asistir al proceso degenerativo de la enfermedad de su mujer. Sin embargo, la conducta del esposo, a pesar de los temores que lo asedian (magistral la escena de la pesadilla) está exenta de todo patetismo. En cambio, a Eva (Isabelle Huppert), la hija en común de ambos, le cuesta un poco más asumir la situación. O, por lo menos, tiene otra forma de exteriorizar la angustia que le genera el ver a la madre postrada y en un estado de creciente dependencia.

Pese a situarse en un plano aparentemente secundario, la música (Impromptus de Schubert, Bagatelas de Beethoven) posee un rol esencial en esta película. De entrada, porque los octogenarios Anne y Georges fueron profesores de piano. Y Eva y su marido también están vinculados profesionalmente con ocupaciones musicales. Hasta el papel de antiguo alumno de Anne es interpretado por Alexandre Tharaud, un afamado pianista en la vida real. No obstante, el valor de dicha melomanía, en un filme que originariamente estaba previsto que se titulase La musique s'arrête, es más bien simbólico: la armonía vital y el cese repentino de ésta; el afán desesperado del ser humano por dotar de poesía el sinsentido de su existencia.


lunes, 18 de mayo de 2020

¿Y tú quién eres? (2007)




Director: Antonio Mercero
España, 2007, 90 minutos

¿Y tú quién eres? (2007) de Antonio Mercero


Tras una carrera repleta de títulos memorables, Mercero cerraba el círculo con una bienintencionada película sobre la enfermedad de Alzheimer. Trastorno que, ironías del destino, le sería diagnosticado a él mismo dos años más tarde. En cualquier caso, no deja de ser significativo que el director iniciase su andadura profesional hablando de un niño (véase la estupenda Se necesita chico, que comentamos ayer) y que, en cambio, la terminara centrándose en las contrariedades de la tercera edad.

¿Cómo abordar semejante temática sin apelar a la emotividad del espectador? A este respecto, ya la argentina El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001) como la posterior cinta de animación Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011) se hacen eco del asunto, de la misma manera que Laura Mañá sitúa su mirada sobre los ancianos en La vida empieza hoy (2010). Filmes, todos ellos, en los que, a pesar de la tristeza de lo que cuentan, hay cabida, también, para el humor.

Momento Rosebud, a lo Citizen Kane

Como es lógico, y a efectos de implicarnos en la trama desde un buen principio, la familia de Ricardo (Manuel Alexandre) prefiere marcharse de vacaciones y dejar al abuelo en una residencia. Únicamente su nieta Ana (Cristina Brondo), que lleva años preparando oposiciones a notaría, parecerá darse cuenta de lo que de verdad está en juego, hasta el punto de implicarse decisivamente en los cuidados que requiere el octogenario.

Puede que a los diálogos les falte naturalidad o que algunas de las situaciones parezcan forzadas. Sin embargo, ¿Y tú quién eres? es una de esas películas entrañables que posee la virtud de congraciar al más pintado con la especie humana. Además, supuso el último papel de José Luis López Vázquez, fallecido en noviembre de 2009.


viernes, 27 de diciembre de 2019

La vida empieza hoy (2010)




Directora: Laura Mañá
España, 2010, 90 minutos

La vida empieza hoy (2010) de Laura Mañá


-Abuelo, ¿por qué son tan complicadas?
-Porque les hablamos poco...

La tercera entrega de este monográfico que estamos dedicando a Laura Mañá nos permite fijar ya algunas constantes en su filmografía como directora. Por ejemplo, un interés manifiesto hacia el sexo, entendido como necesidad básica y saludable que requiere, por tanto, de grandes dosis de pedagogía para evitar y/o sobreponerse a los peligros de cualquier tipo de represión. O, en claro contraste (por aquello del eros y thánatos), la obsesión por la muerte y los estragos de la senectud. Por último, una defensa continua y destacada de los derechos de la mujer, sin que ello comporte animadversión alguna hacia los hombres.

De todo ello hay un poco en La vida empieza hoy, escrita en colaboración con Alicia Luna y excelente muestra de hasta qué punto una comedia coral puede ser dinámica, pero también reivindicativa. Porque sus protagonistas, la mayoría pertenecientes a la denominada tercera edad (que es ese eufemismo con el que evitamos pronunciar la palabra vejez), reclaman —¿o, más bien, nos recuerdan?— que la libido sigue viva más allá de los setenta.



Y, en clara oposición a Juanita (Pilar Bardem), Herminia (Sonsoles Benedicto) o Julián (Osvaldo Santoro), se hallan los familiares de éstos, incapaces, en muchos casos, de concebir que sus padres, antes que ancianos, siguen siendo personas que sienten y aman. Aunque hay otros, caso de Pepe (Lluís Marco), que primero tienen asuntos pendientes que resolver consigo mismos, ya sea porque necesitan aprender a desenvolverse en su recién estrenada condición de jubilados, ya sea porque, con el pretexto de cuidar de los nietos, han descuidado su relación de pareja durante demasiado tiempo.

Animando al personal está Olga (Rosa Maria Sardà), esa profesora espontánea y desenvuelta que anima a sus veteranos alumnos del cursillo de sexología a que se reserven veinte minutos diarios para practicar alguna actividad que les resulte placentera. Unos optarán por entablar una nueva relación con alguna septuagenaria de buen ver o por establecer complicidades con un nieto adolescente; otros, por zamparse tres raciones de tarta de chocolate. Aunque la más original, a este respecto, es la siempre díscola Juanita, dispuesta a separarse de su marido difunto y hasta a marcharse de este mundo en autobús.





sábado, 14 de julio de 2018

Fresas salvajes (1957)




Título original: Smultronstället
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1957, 91 minutos

Fresas salvajes (1957) de Ingmar Bergman


Las conversaciones suelen reducirse a comentar y censurar la manera de ser y el comportamiento del prójimo y esto ha sido lo que me ha llevado a renunciar de manera rotunda a esa vida social. He pasado toda mi vida sobrecargado con un trabajo agobiante, pero me siento satisfecho de haber vivido así. Al principio, ese trabajo era para mí sólo un medio de ganarme el pan, pero al fin me llevó a un profundo amor a la ciencia.

Hoy, 14 de julio, se cumplen exactamente cien años del nacimiento de Ingmar Bergman. Un siglo que, sin embargo, no parece afectar a la vigencia de su filmografía, integrada por obras maestras indiscutibles como Fresas salvajes. Decíamos ayer que El séptimo sello ocupa un puesto destacado en la producción del cineasta sueco, compartido (claro está) con la que sería su siguiente película estrenada en salas comerciales, aunque, a estas alturas, el adjetivo comercial parezca cada vez más reñido con el estilo de un director que hizo de la reflexión y la trascendencia sus señas de identidad.



En cualquier caso, si Smultronstället continúa seduciéndonos más de seis décadas después de su filmación es porque Bergman dejó de lado en ella la proverbial ampulosidad, de la que tanto se le acusa, para adoptar un tono más humano, casi entrañable podríamos decir. Lo cual fue posible, conviene remarcarlo, gracias al candor que el veterano Victor Sjöström fue capaz de transmitirle a su personaje, un viejo médico que, en vísperas de ser nombrado doctor honoris causa por la prestigiosa universidad de Lund, hace balance de lo que ha sido su existencia hasta aquel entonces, poniendo un especial énfasis en sus recuerdos de niñez.

Por otra parte, y ello es otra relativa novedad en el cine de Bergman, tendente a situar la acción en espacios claustrofóbicos, el filme adopta la estructura de una road movie en la que Isak Borg (Sjöström) y su nuera Marianne (Ingrid Thulin) recorren en coche la distancia que separa Estocolmo de Lund, trayecto no exento de percances y de pasajeros que van recogiendo a lo largo del camino y que les permitirá sincerarse a propósito de sus respectivas inquietudes vitales.



He ahí uno de los hallazgos geniales de esta película, luego copiados hasta la saciedad por las generaciones posteriores de cineastas. ¿O es que, acaso, el apego de Kiarostami por las escenas que se desarrollan en el interior de un automóvil en marcha no tiene su origen último en Fresas salvajes? Y ¿qué decir de ese simple movimiento de cámara, a derecha o a izquierda, que permite al protagonista viajar en el tiempo y presenciar de nuevo los momentos más vívidos de su infancia? Woody Allen, admirador confeso de Bergman, también se ha servido de él, si bien no es el único. En el desenlace, por ejemplo, de Al nacer el día (2012), emotivo drama, a cargo del serbio Goran Paskaljevic, sobre un profesor de música jubilado, el personaje principal sueña un imposible reencuentro con sus padres, víctimas del exterminio nazi, entre la nieve de los Balcanes: tal y como le sucedía al anciano Borg al rememorar a sus familiares, él es ahora viejo, mientras que los padres, como cuando era un niño, siguen siendo eternamente jóvenes en su recuerdo...

Por último, no quisiéramos acabar sin hacer mención de las inquietantes escenas oníricas que contiene Fresas salvajes y que, sin duda, constituyen uno de sus atractivos principales: a caballo entre lo freudiano y lo kafkiano, la contundencia de sus imágenes revela que bajo la aparente apacibilidad del doctor subyacen fuerzas perturbadoras que angustian al hombre que, a pesar de los laureles del reconocimiento social, teme, sin embargo, haber malgastado inútilmente su vida.


lunes, 25 de diciembre de 2017

Los dinamiteros (1964)




Director: Juan Atienza
España/Italia, 1964, 90 minutos

Los dinamiteros (1964) de Juan Atienza


Aunque sus localizaciones se circunscriben al área de Madrid, se nota que Los dinamiteros fue, en realidad, una coproducción con Italia porque la banda sonora de Piero Umiliani suena bastante a Nino Rota. Sin embargo, puestos a buscar similitudes entre el primer (y único) largometraje de ficción dirigido por Juan García Atienza y otros títulos del cine español de aquel entonces será fácil descubrir más de un parecido razonable, como a continuación pasamos a exponer.

De entrada, por lo chapucero de sus métodos y por la presencia de Pepe Isbert uno podría pensar en comedias como Sabían demasiado (1962) de Pedro Lazaga o, más evidente aún, Atraco a las tres (1962) de Forqué, por aquello de que narra las vicisitudes de unos asaltantes aficionados (en este caso tres ancianitos adorables). Pero precisamente por esto último, y pese a no resultar tan evidente, sería posible ver una cierta conexión con otra ópera prima estrenada apenas un año antes: Del rosa al amarillo (1963) de Summers, uno de cuyos episodios giraba en torno a una pareja de abuelos que se enamora en el asilo donde conviven.



Sí: ésta es una comedia con un punto amargo, porque tanto doña Pura (la mejicana Sara García) como don Augusto (el italiano Carlo Pisacane) como don Benito (Pepe Isbert) llevan una vida sin alicientes. Desplazados u olvidados por sus respectivas familias (y eso cuando la tienen), el trío verá una oportunidad de oro en el atraco a la Mutualidad La Paloma, de la que son pensionistas. En ese sentido, la escena inicial, con una cola larguísima formada, en su mayoría, por ancianos resignados que se disponen a retirar su mísera paga mensual en las ventanillas de dicha entidad, denuncia bien a las claras hasta qué punto el país en el que viven condena a sus mayores a terminar sus días prácticamente en la indigencia.

Hablar de temática social tal vez sea exagerado, pero sí que es cierto que en Los dinamiteros se ironiza sobre las carencias de un supuesto Estado del bienestar, toda vez que el espectador empatiza con los seniles salteadores de la caja fuerte, no así con el adusto director del montepío que les deniega un adelanto para socorrer a su amigo don Felipe González, quien, pese al nombre, no dispone de sillón en ninguna hidroeléctrica que le garantice un sepelio digno. He ahí otro de los temas presentes en la película: el de la solidaridad entre octogenarios que se saben vulnerables frente al sistema, pero que, justamente por ello, son capaces de sacar fuerzas de flaqueza con tal de reivindicarse como personas competentes, llevando a cabo una genial quijotada.


domingo, 9 de julio de 2017

El abuelo (1998)




Director: José Luis Garci
España, 1998, 140 minutos

El abuelo (1998) de José Luis Garci


No tenéis ni un destello de generosidad en vuestras almas ennegrecidas por la avaricia; no sois cristianos; no sois nobles, que también los de origen humilde saben serlo; no sois delicados, porque en vez de dar un consuelo a mi grandeza caída, la pisoteáis; vosotros que en el calor, en el abrigo de mi casa, pasasteis de animales a personas. Sois ricos... pero no sabéis serlo. Yo sabré ser pobre, y puesto que con vuestras groserías me arrojáis, me iré de esta casa, en que no hay piedra que no llore las desgracias de Albrit.

Benito Pérez Galdós
El abuelo (Jornada IV, Escena II)

José Luis Garci obtuvo uno de los éxitos más notables de su carrera gracias a la adaptación de esta novela de Galdós que ya antes habían llevado a la pantalla José Buchs (1925), José Díaz Morales (1945), Román Viñoly Barreto (1954), Alberto González Vergel (para el programa Estudio 1 de TVE, 1969) y Rafael Gil (1972). Nominada al Óscar y a un montón de Goyas (aunque sólo ganó uno: el de mejor actor protagonista para Fernando Fernán Gómez), su principal atractivo residía en una dirección artística en la que brillaba el toque inconfundible de Gil Parrondo. El vestuario, las localizaciones, todo contribuye a recrear a la perfección la sociedad de finales del siglo XIX en la que se ambienta la historia.

Innecesariamente plúmbea en su desarrollo, pueden achacársele, en cambio, otros inconvenientes, como la manía de doblar a los actores (algunos con la voz de otro intérprete), que hacen de El abuelo una película más bien acartonada. Qué decir, en dicho sentido, de la ñoñería tan propia del cine de Garci, con ese ambiente de niñas rollizas que le estampan un beso a la nodriza antes de merendar, subrayada por una banda sonora sensiblera en la que sobresalen, sin embargo, la Gymnopédie Nº1 de Érik Satie y el Nimrod de las Variaciones Enigma de Edward Elgar.



Me pregunto si Cayetana Guillén Cuervo era la mejor opción para el papel de Lucrecia Richmond, aunque teniendo en cuenta que en aquel entonces formaba parte del clan Garci tampoco hay mucho que objetar. Si bien se mira, todo queda en familia: Fernando Guillén (padre de la susodicha), Agustín González (padrino de la misma), Emma Cohen (esposa de Fernán-Gómez), María Massip (casada con Juan Miguel Lamet, colaborador habitual de ¡Qué grande es el cine!)...

Aun así, y a pesar de sus posibles defectos, tiene esta versión de El abuelo un innegable tono crepuscular muy acorde con el espíritu del texto galdosiano. El paisaje de acantilados y frondosas vegas, magníficamente fotografiado en Asturias por Raúl Pérez Cubero, pero, sobre todo, la interpretación póstuma de Rafael Alonso como don Pío y la caracterización de Fernán Gómez (con esas barbas proféticas a lo Walt Whitman, que bien podrían ser las de Darwin o Wilkie Collins) le dan un cierto toque británico a la película que encaja a las mil maravillas con el ambiente aristocrático caduco que se pretende retratar. El león de Albrit y su estirpe se enfrentan a la decadencia frente a una burguesía advenediza y ramplona de fabricantes de fideos que le ha echado de sus propias tierras. Algo que Garci y Horacio Valcárcel supieron captar muy bien en un guion fiel a la novela y en el que los añadidos de su propia cosecha (el ministro amante de Lucrecia que interpreta Antonio Valero o las alusiones a La vida es sueño y Hamlet) no desentonan en absoluto: "To be or not to be! ¡Ésa es la cosa!"


jueves, 15 de junio de 2017

Umberto D. (1952)




Director: Vittorio De Sica
Italia, 1952, 85 minutos



Certe cose avvengono perché non si sa la grammatica: tutti ne approfittano degli ignoranti...


A priori, la soledad del individuo en el seno de las sociedades modernas puede parecer un tema de rabiosa actualidad cuando su alcance es, en cambio, universal y del todo intemporal. De lo que se desprendería una lectura a veces pesimista y a ratos cauta, eso va a gustos: no es que la precarización avance al galope: es el mundo el que ha sido siempre precario.

Umberto D. fue la primera película que vi en la Filmoteca (hace de esto ya diecisiete años) y cada vez que la revisito experimento de nuevo la misma insondable ternura hacia el pensionista Ferrari y su fiel perrito Flike. Y ni el perro era tal (porque parece ser que se utilizaron diversos animales durante el rodaje) ni el anciano ni la cándida Maria actores profesionales. La sensación de realidad, sin embargo, es enorme, lo cual convierte al filme en una suerte de documento histórico: la crónica de aquellos jubilados que, como el padre del propio De Sica (que se llamaba Umberto y no es casualidad), se veían obligados a malvivir con una mísera renta tras toda una vida de servicio a los demás.

Su dignidad de viejo profesor impedirá al señor Umberto
ejercer la mendicidad

Tiene, por otro lado, un evidente toque Chaplin en esa concepción humanista de los problemas que afectan al hombre anónimo, víctima de la indiferencia ajena y delicadamente entrañable en su patetismo. Así pues, tanto la escena inicial (con los antiguos empleados públicos manifestándose por las calles de Roma para exigir un aumento en las ya escasas retribuciones que perciben) como la final (el señor Umberto alejándose por un camino mientras juega con Flike) remiten directamente a Tiempos modernos (1936). Y no quedaría ahí la posible conexión, sino que hasta la banda sonora de Alessandro Cicognini recuerda a la partitura que el cómico inglés compusiera para dicha película.

Mucha "culpa" de todo ello la tiene el colosal Cesare Zavattini, autor de éste y de la mayoría de guiones neorrealistas de De Sica. Aunque a nivel formal, el realizador tampoco le iba ciertamente a la zaga. Estamos, sin duda, ante un poeta: esos niños que corretean por el parque mientras el abuelo y el perro se pierden en la distancia son el futuro, la esperanza en un mundo mejor, la certeza de que, a pesar de sus imperfecciones y de los muchos sinsabores habidos y por haber, aún no está todo perdido.

Chaplin (centro) junto a Vittorio De Sica

martes, 20 de septiembre de 2016

Del rosa al amarillo (1963)




Director: Manuel Summers
España, 1963, 87 minutos



Margarita, está linda la mar, 
y el viento, 
lleva esencia sutil de azahar; 
yo siento 
en el alma una alondra cantar; 
tu acento: 
Margarita, te voy a contar 
un cuento...

Rubén Darío

Por su notable perspicacia a la hora de saber ver la poesía en los intersticios de las grisáceas llanuras de lo cotidiano, es la ópera prima de Manolo Summers una película que más parece salida del universo cinematográfica de la Nouvelle vague que no del caletre de un joven debutante español. Del rosa al amarillo es ya de por sí un título que invita a pensar en la tierna sensibilidad de un François Truffaut. Y las entrañables cavilaciones de sus protagonistas, sobre todo las del pequeño Guillermo (Pedro Díez del Corral), recuerdan a las de los antihéroes del director francés. Si en Los cuatrocientos golpes Truffaut llevaba a cabo el retrato de su propia adolescencia a través de la figura de Antoine Doinel, algo muy parecido podría decirse de lo que intenta Summers con su díptico.

Porque si la patria de todo hombre es su infancia, y la senectud representa a menudo un regreso a dichos dominios, Del rosa al amarillo (1963) pudo ser saludada como la inmejorable carta de presentación de un verdadero autor. Así lo consideró el jurado del Festival de San Sebastián, al premiar por triplicado tanto al realizador como al elenco de actores.

La banda sonora de Antonio Pérez Olea, lo mismo que las canciones de Jorge Sepúlveda, Antonio Machín o Estrellita Castro, juega un papel primordial a la hora de esbozar los contornos de la educación sentimental de los niños Margarita (Cristina Galbó) y Guillermo, así como de los "niños" Valentín y Josefa. De un extremo al otro de la vida, el amor (o el afán por alcanzarlo) se acabará convirtiendo en el eje existencial de unos personajes que ven en él el refugio idóneo frente a la hostilidad de un entorno tedioso: el aula y el asilo, respectivamente.