miércoles, 30 de septiembre de 2015

El amor del capitán Brando (1974)




Director: Jaime de Armiñán
España, 1974, 93 minutos

El amor del capitán Brando (1974)
de Jaime de Armiñán


Estrenada en las postrimerías del franquismo, El amor del capitán Brando (1974) supuso, junto con El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice y Furtivos (1975) de José Luis Borau, un soplo de aire fresco que vino a renovar el apagado panorama cinematográfico español de aquel entonces.

La villa medieval de Pedraza (Segovia) servía para recrear la imaginaria aldea de Trescabañas, en cuyo amurallado recinto se produce toda una "revolución" cuando irrumpen Aurora (Ana Belén), una joven maestra de escuela cuyos métodos educativos topan con la incomprensión de las mentes cerriles de sus vecinos, y Fernando (Fernando Fernán Gómez), un viejo exiliado republicano español que, tras treinta y cinco años de forzada ausencia, regresa a los escenarios de su infancia.

El tercero en discordia es Juan (Jaime Gamboa), un adolescente sensible e introvertido, platónicamente enamorado de su profesora, que se refugia en un mundo de fantasía en el que imagina que interviene en hipotéticas películas inventadas por él en las que comparte protagonismo junto a Marlon Brando, Jane Fonda y otras estrellas del celuloide. Dado que su severa madre (Amparo Soler Leal) es incapaz de comprenderlo y que nunca ha conocido a su padre biológico (un francés que los abandonó hace ya tiempo), Juan se sentirá inevitablemente atraído por Aurora y Fernando.



Este atípico triángulo amoroso sufrirá la intolerancia de los vecinos del pueblo, si bien los niños de Trescabañas se declararán en insólita huelga cuando Aurora sea apartada de sus funciones por el alcalde (Antonio Ferrandis).

A pesar de la censura, el filme se atreve a plantear temas como el exilio, la Guerra Civil o la educación sexual, incluyendo, además, incipientes desnudos de la protagonista. Se insinúa, incluso, aunque de forma muy sutil (la época no permitía ir más allá) una posible relación sentimental entre Amparo y Kety (Verónica Llimerá).

La hermosa banda sonora compuesta por José Nieto, con ciertas reminiscencias del rock progresivo imperante a mediados de los setenta, acaba de dotar a El amor del capitán Brando de un encanto especial, una belleza inusual que la convierte en uno de los títulos míticos de la entonces todavía naciente Transición.


martes, 29 de septiembre de 2015

Roger Waters The Wall (2014)




Directores: Sean Evans y Roger Waters
Reino Unido, 2014, 165 minutos

Roger Waters The Wall (2014) de Sean Evans


Sencillamente apoteósico. Sean Evans y Roger Waters ofrecen a los seguidores del músico británico la posibilidad de ahondar en los entresijos de la gira mundial que Waters llevó a cabo entre el 15 de septiembre de 2010 y el 21 de septiembre de 2013. El filme no sólo incluye la interpretación íntegra del álbum The Wall (originalmente publicado en 1979 por Pink Floyd) sino también un personal peregrinaje del músico por los escenarios en los que lucharon y murieron su abuelo y su padre.

Así pues, lo veremos recorrer, al volante de un antiguo Bentley, las carreteras de Francia e Italia hasta llegar a los respectivos monumentos fúnebres de sus familiares. Allí, les rendirá homenaje interpretando a la trompeta la melodía de "Outside the wall". Igualmente emotiva es la escena en la que, rodeado de sus tres hijos (India, Harry y Jack), presenta sus respetos ante la tumba del abuelo.

La emotividad de este periplo llega a tal extremo que, en varias ocasiones a lo largo de dichas escenas, intercaladas entre canción y canción, veremos a Roger derramar lágrimas por aquellos que no conoció pero que tan enormemente influyeron en él como fuente de inspiración.

Tras la proyección del documental se incluye The simple facts, una amistosa conversación entre Roger Waters y Nick Mason a partir de preguntas formuladas por fans de todo el mundo. Sentados a la mesa de un restaurante, irán respondiendo entre bromas a algunas de ellas, apiladas en sendos montones de tarjetas. ¿Quién diría que este par de tipos en su momento se enzarzaron en una batalla legal por obtener los derechos de explotación del nombre Pink Floyd?


Momento álgido de "Comfortably numb"

lunes, 28 de septiembre de 2015

Huella de luz (1943)




Director: Rafael Gil
España, 1943, 76 minutos

Huella de luz (1943) de Rafael Gil


"Nadie ama más el dinero que un demócrata, porque ama el suyo y el ajeno". Esta perla se menciona, como quien no quiere la cosa, en Huella de luz, la adaptación que hiciera Rafael Gil de la obra homónima de Wenceslao Fernández Flórez y que se estrenó en 1943. Como ya veíamos hace una semana al comentar La guerra de Dios (filme igualmente de Gil, aunque dirigido diez años después), era habitual que la ideología del régimen entonces imperante en España se colase entre las líneas del guion en forma de afirmaciones tan profundamente reaccionarias como la anterior. De hecho, Mike y Moke, los peculiares embajadores de la imaginaria República Democrática de Turolandia, son dos personajes tan estrafalarios como fáciles de sobornar, lo cual pretende demostrar a ojos del espectador hasta qué punto las democracias parlamentarias occidentales son corruptas y su forma de gobierno en absoluto deseable.

Pero, al margen de detalles como este, la historia romántica que se narra en Huella de luz tiene por protagonistas a Isabel de Pomés (Lelly) y a Antonio Casal (Octavio), una pareja de actores que repetiría al año siguiente en La torre de los siete jorobados de Edgar Neville. Octavio Saldaña, oficinista pobre y patoso que vive con su madre (Camino Garrigó), es recompensado por su jefe, el empresario Sánchez-Bey (el mismo que pronuncia la frasecita con la que arranca esta entrada), con una estancia en el balneario Montoso. Allí conocerá a Lelly Medina, pero como ella es la hija de un industrial del sector textil, Octavio se sentirá obligado a fingir que es un rico millonario, avergonzado de su condición social humilde.

Comedia de enredo y equívocos, Huella de luz refleja a la perfección las angustias de tantos Octavios en la España autárquica que soñaban con ascender en la escala social por la vía rápida. Resulta, en ese sentido, significativa la figura de Sánchez-Bey (interpretado por Juan Espantaleón): el empresario duro por fuera y tierno por dentro, hombre hecho a sí mismo, que acoge paternalmente a Octavio y que es el inductor de que este último y Lelly puedan disfrutar de la felicidad que a él se le negó en su juventud. A fin de cuentas, la dicha de los veinte años es algo efímero y la joven pareja se da perfectamente cuenta de ello al contemplar la fugaz huella de luz que dejan los fuegos artificiales en el cielo.

Programa de mano de Huella de luz
Antonio Casal (Octavio) e Isabel de Pomés (Lelly)

La visita (2015)




Título original: The Visit
Director: M. Night Shyamalan
EE.UU., 2015, 94 minutos

La visita (2015) de M. Night Shyamalan


¡Pero qué lejos quedan aquellos tiempos en los que M. Night Shyamalan era saludado como el nuevo Spielberg, digno heredero de Hitchcock! A estas alturas de la película, el que fuera niño prodigio entre los nuevos directores de Hollywood ha ido dilapidando el crédito que una vez tuvo a base de superproducciones insulsas muy por debajo en calidad y en efectividad de las expectativas que su nombre generaba.

Por eso nada tiene de extraño que en La visita se acabe rindiendo a los dictados del cine más comercial, con un final absolutamente decepcionante. Y es una lástima, porque la historia planteada no estaba del todo mal. Si de lo que se trata es de pegarle varios sustos al espectador, entonces el resultado final es óptimo, ya que de sobresaltos, aunque sean más o menos previsibles, está la película llena. Otro cantar es si con eso basta, y en esto el bueno de M. Night Shyamalan peca de conformista: parece que le baste con esbozar la trama, pero que le dé pereza resolverla de manera convincente. En una palabra: le falta ambición.



Estéticamente, La visita recuerda un poco a El proyecto de la bruja de Blair (1999), puesto que ambas están ambientadas en paisajes boscosos de la América profunda y las dos se valen del recurso de las filmaciones caseras. La diferencia, por contra, estriba en el hecho de que la película de M. Night Shyamalan parece arrancar allí donde acababa la de Myrick y Sánchez: si El proyecto de la bruja de Blair se basaba enteramente en la sugestión, en La visita los motivos que suscitan el terror son obvios desde el principio. Se trata básicamente de la pareja de abuelos y del mal rollo que con su comportamiento extraño generan en los hermanos Becca y Tyler.

Y ya que estamos, hablemos un poco de los actores principales. Olivia DeJonge y Ed Oxenbould son dos jóvenes intérpretes australianos de Melbourne. Deanna Dunagan (la abuela) es una actriz de teatro ganadora del premio Tony. El escocés Peter McRobbie (el abuelo) ha trabajado bastante con Woody Allen, así como en filmes de notable éxito como Lincoln o Brokeback Mountain. Kathryn Hahn (la madre) tiene reciente su participación en el último film de Peter Bogdanovich (Lío en Broadway).

Pero desengañémonos: por más que la película se inicie bajo la prometedora apariencia de reportaje en el que se filma el testimonio de varios miembros de una familia entrevistados por los dos hermanos, a medida que el metraje avance se irá desinflando hasta desembocar en un desenlace convencional y anodino. Estamos ante una película para adolescentes, de ahí que asustar al espectador o incluir música rap prime por encima de escribir un guion más elaborado. Es lo que hay...

"Mom, there's something wrong with nana and papa..."

domingo, 27 de septiembre de 2015

Los exiliados románticos (2015)




Director: Jonás Trueba
España, 2015, 70 minutos

Desde la tierra mítica de Grecia
llegó hasta el norte el soplo que la anima
y en el norte halló eco, entre las voces
de poetas, filósofos y músicos: ciencia
del ver, ciencia del saber, ciencia del oír. Mozart
es la gloria de Europa, el ejemplo más alto
de la gloria del mundo, porque Europa es el mundo.

Luis Cernuda



Nacido Jonás Rodríguez Huete (Madrid, 1981), Jonás Trueba va camino de convertirse en digno heredero de la saga iniciada por su padre (Fernando) y continuada por su tío (David). De momento son ya tres los largometrajes firmados por el menor de la estirpe (Todas las canciones hablan de mí, 2010, y Los ilusos, 2013, fueron las anteriores).

En Los exiliados románticos vuelve a contar con varios de sus actores de confianza (Francesco Carril, Vito Sanz o la suiza Isabelle Stoffel) a los que ahora se unen la italiana Renata Antonante y el televisivo Luis E. Parés (colaborador habitual de Historia de nuestro cine en La 2 de TVE). Su director define este último trabajo como una película rodada "sobre la marcha" y a buen seguro que el calificativo es bastante certero si se tiene en cuenta que sus tres protagonistas masculinos dedican doce días a viajar desde Madrid hasta París (haciendo escala, previamente, en Toulousse y, posteriormente, en Annecy) a bordo de una destartalada furgoneta Volkswagen.

Una vez allí, se van a reencontrar con antiguos amores de juventud que han ido a buscar expresamente. De ahí el título, que además coincicide con el de un libro del historiador británico Edward Hallett Carr (Londres, 1892-1982). Asimismo, las tres ciudades elegidas están históricamente vinculadas con el exilio español republicano. También de la italiana Natalia Ginzburg se habla bastante, en especial de su libro de cuentos Las pequeñas virtudes, publicado originalmente en 1962. Como se ve, las referencias literarias son constantes: todavía, en los créditos finales, se incluirá una cita de Blaise Pascal.



Se palpa muchísimo amor por el cine y la cultura franceses en Los exiliados románticos, lo cual no es de extrañar viniendo de un Trueba (es conocida la debilidad, tanto de David como de Fernando, por todo lo procedente del país galo). Así pues, no sólo los exteriores se han rodado en Francia (especialmente en su capital) sino que en los títulos de crédito se ha jugado con los colores de la bandera de aquel país (como puede observarse más arriba, en la primera imagen que precede esta entrada).



En su frescura y canto a la juventud, la película de Jonás Trueba conecta tanto con el espíritu de la Nouvelle vage como con algunas de las producciones independientes más recientes del cine francés (2 otoños 3 inviernos o La chica del 14 de julio serían buenos ejemplos). También contiene algo, si bien en menor grado, de la calma zen del coreano Sang-soo Hong. Ficción y realidad se mezclan a partes iguales. Por eso los personajes se llaman exactamente como los actores que los encarnan. Hay, en ese sentido, una aparición del también director Sigfrid Monleón interpretándose a sí mismo en el transcurso de una cena en la que Luis admite estar escribiendo una tesis doctoral sobre el exilio (exactamente igual que Luis E. Parés en la vida real).

Desayunando a orillas del Garona en Toulousse (con el Pont Neuf al fondo)
Luis E. Parés (sin barba) flanqueado por Isabelle y Renata
y (con barba) a la derecha de Francesco Carril
Renata Antonante e Isabelle Stoffel en el lago de Annecy


Otro de los rasgos que ponen de manifiesto la esencia libre del film son las canciones de Tulsa cantadas por Miren Iza y cuyas letras actúan en cierta manera de guion oficioso. De hecho, en Los ilusos se incluía también música en directo, lo cual supone una puesta en escena a veces cercana a la estética del videoclip. Y ¿qué decir, por otra parte, de su carácter políglota? En Los exiliados románticos se incluyen diálogos en italiano, francés, inglés e, incluso, en alemán. Nada extraño tratándose de una generación cuya patria será, sin duda, el mundo.

Aunque rodada con una cámara de fotos (¿quién lo diría?), esto es, en fin, lo que deparará la película de Jonás Trueba a quien quiera subirse a la furgoneta: soñar es libre y Francia está a un tiro de piedra. ¿A quién no le apetece liberarse de convencionalismos innecesarios a estas alturas para darse un chapuzón en un lago de aguas cristalinas?

El director Jonás Trueba

sábado, 26 de septiembre de 2015

La fiesta de despedida (2014)




Título original: מיתה טובה Mita Tova
Directores: Tal Granit y Sharon Maymon
Israel/Alemania, 2014, 95 minutos

La fiesta de despedida (2014) de Tal Granit y Sharon Maymon


No vale la pena que volvamos a repetir, por enésima vez, que el mejor cine europeo se está haciendo en Israel. Así lo atestiguan las producciones que de aquel país nos van llegando, cada vez con mayor frecuencia. 

En el caso de La fiesta de despedida, nos encontramos ante una comedia negra que hace reír y llorar al mismo tiempo. Reír porque el agudo sentido del humor judío es cosa fina (valga la redundancia), abarcando una gama de registros que va de la ironía al cinismo pasando por el sarcasmo (aunque sin pasarse). Y llorar porque la despedida a la que alude el título no es otra sino la muerte.

Esta es una película que trata de la eutanasia, sí; pero también de cómo sobrellevar los achaques de la vejez, del Alzheimer‎‎, de la sexualidad o incluso de la homosexualidad en la tercera edad. Todos ellos temas incómodos, pero que sin embargo son tratados con sumo respeto.

Los protagonistas de la historia, lejos de sucumbir a la resignación, demuestran con su camaradería que es posible rebelarse contra lo inevitable, al menos momentáneamente. En un mundo en el que la tendencia a alargar la vida a cualquier precio es cada vez mayor, Yehezkel (el inventor de la máquina "liberadora"), Levana, Yana, Daniel (el "doctor") y Raffi se empeñan en ayudar a morir dignamente a aquellos de sus compañeros de residencia que así lo deseen.

Los directores de la cinta (la cineasta Tal Granit, Tel Aviv, 1969 y el realizador Sharon Maymon, Ramla, 1973) se asociaron en 2006 para escribir y dirigir el telefilm Mortgage, ganador del Premio al Mejor Drama en el Festival de Cine de Jerusalén. Posteriormente volverían a colaborar en dos cortos: To Kill a Bumblebee en 2009 y Summer Vacation en 2012. En 2010, el dúo fue premiado en la Berlinale por el guion de My sweet euthanasia, en el que precisamente se basa La fiesta de despedida. Desde entonces la película ha sido seleccionada en numerosos festivales, entre ellos el Festival Internacional de Cine de Venecia en 2014 y el Festival Internacional de Cine de Toronto.

Zelda (Ruth Geller) recibiendo la llamada de Dios
Los directores del film: Sharon Maymon (izquierda) y Tal Granit (derecha) 

viernes, 25 de septiembre de 2015

El extraño caso del doctor Jekyll (1941)




Título original: Dr. Jekyll and Mr. Hyde
Director: Victor Fleming
EE.UU., 1941, 113 minutos

El extraño caso del doctor Jekyll (1941)


Cada día […] me acercaba firmemente a esa verdad a causa de cuyo descubrimiento parcial he sido condenado a tan espantosa suerte: la de que el hombre en realidad no es uno, sino que verdaderamente es dos […] La maldición de la humanidad consistía en que estos dos incongruentes haces estuviesen unidos, en que, en las doloridas entrañas de la conciencia, luchasen continuamente estos dos gemelos polares. ¿Cómo, pues, podían ser separados?

Robert Louis Stevenson
Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Exactamente diez años después de que Rouben Mamoulian dirigiera El hombre y el monstruo, Victor Fleming fue el encargado de llevar a la gran pantalla una nueva versión de la novela de Stevenson. A diferencia del Jekyll y Hyde que compusiera Fredric March, el de Spencer Tracy gana en profundidad psicológica. Es, por así decirlo, menos monstruo y más hombre, tanto en su faceta afable como en la perversa, quizá debido a que el peso de su actuación recae en sus dotes interpretativas antes que en el abuso del maquillaje.

Por otra parte, la elección de Tracy para el papel es sin duda un acierto, habida cuenta de la confianza que el actor acostumbraba a inspirar con sus personajes. De Cary Grant a Matt Damon, pasando por Robert Redford y George Clooney, de Rock Hudson a Henry Fonda, pasando por Gregory Peck, Spencer Tracy pertenece a esa nómina de actores de los que uno nunca esperaría nada malo. De ahí que resulte tan sumamente perturbador ver cómo su rostro se transforma hasta llegar a encarnar el mal.

El doctor Jekyll (Spencer Tracy) en su laboratorio


Dicha fascinación por los caracteres contrarios tiene, asimismo, su correlato femenino en la apolínea Beatrix Emery (Lana Turner) y en la dionisíaca Ivy Peterson (Ingrid Bergman), la buena y la mala mujer entre las que se debatirán, respectivamente, Jekyll y su opuesto Hyde. Se dice, de hecho, que se barajó la posibilidad de que ambos personajes fuesen interpretados por una misma actriz, Katharine Hepburn. Pero la idea no llegaría a concretarse.

Por último, de la solemne banda sonora que compuso para la ocasión el alemán Franz Waxman, destacan sobre todo los arreglos suntuosos, con coros incluidos, que vienen a subrayar el carácter fantasmagórico de la película.

Spencer Tracy, Ingrid Bergman y Lana Turner

jueves, 24 de septiembre de 2015

Edén (2014)




Directora: Mia Hansen-Løve
Francia, 2014, 131 minutos

Edén (2014) de Mia Hansen-Løve


If in death I am dead,
then in life also
dying, dying...
And the women cry and die.

"The Rhythm" - Robert Creeley

Después de Tout est pardonné (2007), Le père de mes enfants (2009) y Un amour de jeunesse (2011), la joven cineasta francesa Mia Hansen-Løve contraataca de nuevo con Edén, una historia sobre un DJ parcialmente inspirada en la vida de su hermano Sven, coguionista junto con ella del film.

Todo comienza en 1992, cuando Paul Vallée (interpretado por Félix de Givry, en lo que representa su segunda incursión cinematográfica tras su debut en Después de mayo) frecuenta con sus amigos las fiestas rave. Inmediatamente Stan (Hugo Conzelmann) y Paul decidirán formar Cheers, su propio dúo de música electrónica. A lo largo de veinte años, asistiremos a los avatares de su carrera, repleta de altibajos tanto a nivel personal como profesional.

En el terreno afectivo, la vida de Paul es de una inestabilidad notable, pues no solamente cambia de pareja bastante a menudo sino que también se distancia de su familia. Dotado para la escritura, abandonará sin embargo su tesina.

Mientras tanto, Cheers parece funcionar bastante bien y sus miembros llegarán incluso a pinchar en el PS1 de Nueva York. Pero el tiempo pasa y con él las modas: Paul no sabrá renovarse y llegará un momento en el que, abrumado por las deudas, tocará fondo, a lo cual habrá que sumar su coqueteo con las drogas.

Edén refleja todo un periodo de la música moderna y, aunque el metraje sea un tanto excesivo y a nivel de guion uno pueda sentirse en ocasiones un tanto desorientado, lo cierto es que en su tramo final la película mejora.


Paul Vallée (Félix de Givry) pinchando en Nueva York
Los Daft Punk

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Nocturno 29 (1968)










Director: Pere Portabella
España, 1968, 77 minutos

Según Pere Portabella "La contemplación también nos hace libres". Y esa es precisamente la única alternativa que nos queda como espectadores en el caso de Nocturno 29: admirar una sucesión de imágenes inconexas engarzadas mediante un sentido del montaje eminentemente musical. Algunas de ellas de lo más insólito, como esa partida de póquer en la que se enfrentan Antoni Tàpies, Antonio Saura, Mario Cabré i Lucia Bosé.

De nuevo se alternan secuencias en color con otras en blanco y negro. En este último caso fue vital la intuición del director de fotografía Luis Cuadrado para conseguir la textura exacta que solicitaba Portabella en la escena inicial del film. Finalmente, y tras muchas probaturas, se pudo solventar la situación filmando las imágenes en el negativo de sonido (más resistente).


No contéis con los dedos (1967)











Director: Pere Portabella
España, 1967, 26 minutos

Comenzaba la presentación que de su sesión triple ha llevado a cabo esta tarde Pere Portabella en la Filmoteca de Catalunya, enmarcada en el ciclo Arrels i ressonàncies, dejando claro que su filmografía como director no se ha regido nunca por esquemas de causa-efecto. Lo verdaderamente importante para él es el proceso creativo que le lleva a idear un lenguaje propio; lo cual es algo basado en la intuición y que, por consiguiente, no se aprende en ninguna escuela de cine.

En opinión de Portabella, la mejor manera de trabajar es buscar un interlocutor que pertenezca a otro ámbito artístico (el poeta Joan Brossa o el compositor Carles Santos, por ejemplo). Eso es lo que hizo en el cortometraje No contéis con los dedos (1967), basado en imágenes aparentemente inconexas (algunas en blanco y negro y otras en color) y que se suceden mediante cortinillas similares a las utilizadas en los anuncios publicitarios televisivos.


Los premios nacionales (1969)




Director: Pere Portabella
España, 1969, 9 minutos

Los premio nacionales (1969)


Con el objetivo de ofrecer una imagen de modernidad del régimen, a finales de los sesenta el entorno del Opus Dei auspició que desde instancias oficiales se organizara una exposición dedicada a Joan Miró. Como respuesta en contra, el Colegio de arquitectos encargó a Pere Portabella la confección de un documental que ridiculizase el repentino "afán" cultural de los organismos estatales.

Más que una pinacoteca al uso, los sótanos de la Biblioteca Nacional de Madrid parecen un museo de los horrores, dadas las condiciones de hacinamiento en las que se amontonan los cuadros que desde 1941 hasta el presente de la filmación recibieron el Premio Nacional de Pintura. Dos ordenanzas se encargan de ir sacándolos para mostrarlos a cámara. La dudosa calidad artística de muchos de ellos se ve acentuada por la utilización como banda sonora de diversos fragmentos de zarzuelas de Ruperto Chapí (básicamente, La Revoltosa y El tambor de Granaderos).

martes, 22 de septiembre de 2015

Nueve cartas a Berta (1966)




Director: Basilio Martín Patino
España, 1966, 90 minutos


Nueve cartas a Berta (1966)


Esta es la historia de un español que quiere vivir, y a vivir empieza...

Mediante esta cita inicial de inspiración machadiana, el salmantino Basilio Martín Patino (perdón por la rima fácil) debutaba en el largometraje de ficción con Nueve cartas a Berta, originalísimo film (en lo que se refiere al lenguaje cinematográfico) que obtuvo la Concha de plata a la mejor dirección novel en el Festival de cine de San Sebastián de 1966.

... también Berta había nacido después de la guerra, pero fuera de su país.

Lorenzo Carvajal (Emilio Gutiérrez Caba) ha pasado el verano en Inglaterra, donde ha conocido a Berta, la hija de José Caballeira, un intelectual republicano exiliado. Ha regresado, por tanto, deslumbrado por nuevas formas de ver la realidad que contrastan con el ambiente provinciano e inmovilista que se respira en Salamanca. Los títulos de crédito iniciales del film (formados por la música de clavicordio de Carmelo Bernaola, estampas de inspiración medieval que muestran grabados de la ciudad y una breve sinopsis sobreimpresionada) sirven para contextualizar la historia que a continuación se nos va a contar.

Otros ocho epígrafes jalonarán la narración:

2. El rosario en familia.
3. A la sombra de las piedras doradas.
4. La noche.
5. Un domingo por la tarde.
6. La excursión.
7. Pretérito imperfecto.
8. Tiempo de silencio.
9. Un mundo feliz.

Todos en la ciudad, incluso su madre (Mary Carrillo) y su novia (Elsa Baeza), notan enseguida que el muchacho ha vuelto cambiado. Pero es el espectador quien desde el primer minuto sabe exactamente por qué, debido a la constante voz en off que representa los pensamientos de Lorenzo. En realidad, se trata de las nueve cartas del título y que, conforme se vayan escribiendo, servirán para estructurar el relato. "Es como si todo esto no tuviera ya sentido, como si sólo existieras tú", le llega a escribir a Berta al mismo tiempo que lo vemos besar a Mary Tere. En dicha dicotomía reside buena parte del acierto del film: el cuerpo de Lorenzo está en España, pero su pensamiento se quedó en Londres, hecho que provoca un desajuste entre lo que vemos que pasa en Salamanca y lo que realmente tiene ocupado al protagonista.

La imagen se ralentiza y hasta se queda congelada a menudo, quizá como las instantáneas que Lorenzo proyecta tomar para enviárselas a Berta. "¡Qué vacía me parece la Ciencia frente a la realidad del más allá [...] Un intelectual está siempre en riesgo de perder su alma por exceso de saber baldío. No quieras saber más de lo que debes saber". La frase pertenece al padre Echarri (Fernando Sánchez Polack) durante los ejercicios espirituales y representa a la perfección esa mentalidad oscurantista y mojigata que contrasta con la nostalgia pesimista del viejo exiliado, catedrático en Harvard, que se emociona al charlar con los jóvenes estudiantes y que prorrumpe en un emotivo e involuntariamente irónico: "¡No saben qué suerte tienen ustedes de vivir en un sitio como este! ¡Aprovéchenlo! ¡Si supieran cuánto se echa de menos!"

Y luego la escapada a Madrid, con su ambiente más cosmopolita, y vuelta otra vez a Salamanca junto con Jacques (Iván Tubau) y su novia rusa, para que los padres de Lorenzo, ridículamente escandalizados, se nieguen a hospedarlos. Y la madre, hecha una fiera: "¡Adefesio! ¡Existencialista!" Le roban, en fin, las cartas que Berta le ha ido enviando en respuesta a las suyas. Berta, cuya presencia lo inunda todo sin aparecer ni un instante en pantalla. Y el consuelo del profesor Astudillo. Y Lorenzo que se acaba resignando a dejarse engullir por la abulia que lo rodea...

Por otra parte, hasta en tres ocasiones a lo largo del film se hace alusión explícita a Antonio Machado, por aquel entonces (justo antes de que Serrat lo popularizara) un símbolo del exilio republicano. En definitiva, no hay ni una sola línea de Nueve cartas a Berta que no sea admirable en su capacidad de reflejar un ambiente y una época.


Elsa Baeza (Mary Tere) y Emilio Gutiérrez Caba (Lorenzo)
La ciudad de Salamanca es el otro gran protagonista del filme

lunes, 21 de septiembre de 2015

La guerra de Dios (1953)




Director: Rafael Gil
España, 1953, 96 minutos

La guerra de Dios (1953) de Rafael Gil



Andrés Mendoza es un joven sacerdote cuyas excelentes habilidades como predicador hacen presagiar una prometedora carrera eclesiástica. Así al menos lo cree su madre, quien ya lo imagina siendo obispo. Sus superiores, sin embargo, albergan otros planes para él y lo destinan a la parroquia de la aldea imaginaria de Aldemoz, donde deberá calmar los ánimos de los mineros, muy alterados por sus duras condiciones de trabajo y por sus tensas relaciones con don César, el cacique propietario de la mina de carbón en la que trabajan.

No era esta la primera vez que Rafael Gil dedicaba el protagonismo de un film suyo a un sacerdote, puesto que en 1947 ya había dirigido La fe, adaptación de la novela homónima de Armando Palacio Valdés que hace algunas semanas comentábamos en este blog. Sin embargo, La guerra de Dios sería doblemente premiada en la primera edición del Festival de cine de San Sebastián, obteniendo el galardón a la mejor película y al mejor director, y León de bronce en Venecia.

El guion de Vicente Escrivá incorporaba elementos en apariencia de temática social, pero desde una óptica fascistoide que presenta a los obreros, encabezados por Martín (Francisco Rabal), como seres zafios y violentos y al sacerdote (el actor francés Claude Laydu) como verdadero garante de la paz social. Y, si no, véase la siguiente perla extraída de una conversación mantenida entre el cacique y el sacerdote en el transcurso de una cena en casa del primero:

Don César: Yo pienso, padre, que [los mineros] nacen ya odiando a quien les paga.
Andrés: La habilidad está en hacerles creer que se les quiere...

Sin comentarios.

La cabeza alta (2015)




Título original: La tête haute
Directora: Emmanuelle Bercot
Francia, 2015, 120 minutos

La tête haute: un film ilustrado

La cabeza alta (2015) de Emmanuelle Bercot


La primera de todas las utilidades, que es el arte de formar hombres, permanece olvidada […] Hombres, sed humanos; es vuestro primer deber; sedlo en todas las circunstancias, en todas las edades y por todo lo que no le es extraño al hombre. ¿Qué sabiduría tendréis fuera de la humanidad? Amad la infancia; favoreced sus juegos, sus deleites y su amable instinto.

Emilio o De la Educación, Jean-Jacques Rousseau

Son muchos los títulos del cine en lengua francesa que en los últimos años se han ocupado y preocupado por el tema de la educación y la adolescencia conflictiva: Mommy (Xavier Dolan, 2014), La clase (Laurent Cantet, 2008), La profesora de historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014) o El niño de la bicicleta (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2011) son solo algunos de ellos. A esta nómina viene a sumarse ahora La cabeza alta, de la realizadora Emmanuelle Bercot.

El joven Malony (Rod Paradot) ha sufrido desde la más tierna infancia las consecuencias de ser el hijo de una madre irresponsable que no dudó en abandonarlo cuando los Servicios Sociales tomaron cartas en el asunto. Ha crecido, por tanto, marcado por gravísimas carencias afectivas que condicionan enormemente su relación con los demás, haciéndole reaccionar con extrema violencia cuando ve frustradas sus expectativas. Dicha conducta disruptiva conducirá a Malony ante la jueza de menores Florence Blaque (Catherine Deneuve) en numerosas ocasiones, de cuyo despacho se convierte en un habitual.

La jueza Florence Blaque (Catherine Deneuve)


Por muchas oportunidades que le dan, el muchacho siempre termina echándolo todo a perder por culpa de su impulsividad. Hasta que, como era de prever, Malony acaba dando con sus huesos en la cárcel. Pero entonces se cruza en su camino Tess y acontece el milagro: por primera vez en su vida una chica le enseña qué es el amor y una vaga perspectiva de cambio se dibuja en su horizonte.

Con todo, es la paciencia y buen hacer de los consejeros juveniles (especialmente Yann, interpretado por Benoît Magimel) la que redime a Malony de su camino de perdición, recuperándolo para la sociedad. Parece como si Emmanuelle Bercot quisiera dar a entender que la educación es un motor de cambio. En ese aspecto, su película hace suyos los valores de la Ilustración, que son, en buena medida, los mismos valores sobre los que originariamente se asentó la República Francesa. Así pues, hasta en el caso más conflictivo hay esperanza de salvación: la pedagogía debe ser la única arma capaz de regenerar al mundo, en lugar del castigo y las prohibiciones. De ahí que tanto los consejeros juveniles como la propia jueza se impliquen en su labor mucho más allá de lo estrictamente profesional.

Si bien se mira, el mensaje que promueve La cabeza alta es profundamente optimista y en consonancia con lo que ya dijeron en sus películas notabilísimos cineastas franceses como François Truffaut. Probablemente, en estos tiempos de crisis ese es el único legado que vale la pena reivindicar.

Malony (Rod Paradot) y Yann (Benoît Magimel)

domingo, 20 de septiembre de 2015

Te querré siempre (1954)












Título original: Viaggio in Italia
Director: Roberto Rossellini
Italia/Francia, 1954, 85 minutos

Te querré siempre (1954) de Roberto Rossellini


"Temple of the spirit. 
No longer bodies, but pure, ascetic images, 
compare to which 
thought itself becomes leaden, opaque, heavy..."

Típicamente pudientes y refinados, los Joyce son un matrimonio inglés que viaja en coche a Nápoles para hacerse cargo de la villa que un tío fallecido les ha dejado en herencia. Aunque se percibe una frialdad en su relación que hace suponer que la pareja se ha distanciado. Katherine recita frecuentemente los versos de un joven poeta que al parecer la amaba y que murió en la guerra; pese a que ella no llegó nunca a corresponderle, su recuerdo pone de manifiesto que quizá echa algo en falta en su vida afectiva.

Sola, recorrerá los museos de Nápoles, recreándose en la fascinación que le sugieren las antiguas estatuas romanas, al tiempo que, paseando por las calles, se fija en cuántas mujeres están embarazadas; mientras, Alexander se relaja en Capri, donde coquetea con otras mujeres, aunque no llega a cometer adulterio. Con ella, él se muestra enormemente sarcástico; con él, ella suele ser muy crítica. Hasta que, finalmente, la situación llega al límite y Katherine y Alexander se plantean divorciarse.

Ante una estatua de Júpiter en el Museo Nacional Arqueológico

Las tensiones que por esos días vivían Ingrid Bergman y Roberto Rossellini se trasladan al guion de Te querré siempre, en un ejercicio de desnudez emocional que el director italiano volvería a repetir en La paura. Y al igual que ya sucediera en Stromboli, el paisaje cobra de nuevo protagonismo: las ruinas de Pompeya, con los restos de la pareja víctima de la erupción del Vesubio que son rescatados por los arqueólogos, el dolce far niente, las procesiones multitudinarias... Todo parece colaborar para que la pareja interpretada por George Sanders e Ingrid Bergman se sienta cada vez más separada. Ella, en realidad, se agobia continuamente porque no le gusta la comida ni el clima ni los horarios ni casi nada de lo que encuentran a su paso. Él propondrá regresar a Londres para huir de la indolencia italiana. Son, pues, víctimas del tedio.

Puede que, estadísticamente, sea en vacaciones cuando más separaciones se produzcan. De hecho, Katherine le confiesa a su marido que nunca habían pasado tanto tiempo juntos desde que se casaron. La convivencia fomenta las rupturas: he ahí una de las paradojas de las sociedades occidentales modernas que Rossellini supo captar magistralmente en esta película.

George Sanders e Ingrid Bergman

La maldición de Frankenstein (1957)




Título original: The Curse of Frankenstein
Director: Terence Fisher
Reino Unido, 1957, 82 minutos

La maldición de Frankenstein (1957) de Terence Fisher


La entrada número 300 de este blog va dedicada a un filme de la Hammer que recrea, ¿cómo no?, uno de los máximos mitos del terror: el doctor Frankenstein y su criatura. Y, como tampoco podía ser menos, la dirección estuvo a cargo de Terence Fisher y el papel protagonista fue interpretado por Christopher Lee.

Son muchas las anécdotas que rodearon la gestación de la película, como por ejemplo el hecho de que en un principio se barajaron los nombres de dos actores para interpretar al monstruo: Bernard Bresslaw y el propio Lee. Pero dándose el caso de que el primero cobraba diez libras por día de trabajo mientras que el segundo tan sólo ocho, el contrato y la gloria fueron a parar a Christopher Lee y no a Bresslaw...

Phil Leakey maquillando a Christopher Lee


A diferencia de las producciones de terror de la Universal de los años treinta, forzosamente rodadas en blanco y negro, la Hammer se decanta por filmar en color como rasgo distintivo que acentúa lo macabro de sus historias. En el caso de The Curse of Frankenstein (1957), además, se procuró por todos los medios que la caracterización de la criatura fuese lo más distinta posible a la lucida anteriormente por Boris Karloff.

Lo que no cambia son esos decorados de cartón piedra que simulan situar la acción en Suiza o el laboratorio del doctor, repleto de alambiques, probetas y líquidos burbujeantes de todos los colores. El guion, en cambio, se estructura como un largo flash-back: el de la historia que le cuenta el doctor Frankenstein (Peter Cushing) al sacerdote que le atiende en la celda antes de ser ejecutado por sus experimentos contra natura.

He aquí el resultado.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Nina (1976)





Título original: A Matter of Time
Director: Vincente Minnelli
Italia/EE.UU., 1976, 97 minutos

Tras casi treinta y cinco años de carrera, Vincente Minnelli ponía el punto final a su trayectoria como director de cine con una historia en la que lo viejo y lo nuevo se pasaban el testigo. En Nina (A Matter of Time, en el original inglés) se dan la mano viejas glorias de la talla de Ingrid Bergman, Charles Boyer o el propio Minnelli, dirigiéndolos, con jóvenes promesas hijas de los anteriores: Liza e Isabella. Los primeros se despiden al mismo tiempo que los segundos debutan.

Curioso paralelismo con el argumento de la película, en la que la sirvienta Nina se convertirá en una célebre estrella tras seguir los consejos de la decadente Condesa Sanziani, una crepuscular Ingrid Bergman que se resiste a aceptar el paso del tiempo y que vive recluida en una cochambrosa habitación de hotel en Roma rodeada de recuerdos. En el fondo, Nina y la condesa encajan debido a que ambas son muy dadas a las ensoñaciones: la muchacha porque le gusta imaginarse triunfando entre la alta sociedad; la anciana por ser víctima de sus propios delirios.

Fernando Rey interpreta un breve papel (el de Charles Van Maar), en un film que debía ser en un principio un musical y al que quizá le sobren unas cuantas panorámicas de la capital italiana (ya se sabe la facilidad que tienen los americanos para sentirse deslumbrados por las grandes capitales europeas).

Nina (1976) de Vincente Minnelli

viernes, 18 de septiembre de 2015

Grey Gardens (2009)













Director: Michael Sucsy
EE.UU., 2009, 108 minutos

"Oh mother darling!"




Telefilme producido por la HBO que recrea la vida de la madre y la hija protagonistas del célebre documental de mismo título filmado por los hermanos Maysles entre 1973 y 1975. A diferencia de lo que allí sucedía, ahora, en lugar de asistir a los acontecimientos en tiempo real, se va saltando de los años treinta hasta los setenta, con lo que se gana en perspectiva de cómo y por qué llegaron dos mujeres de la alta sociedad, parientes de la Primera Dama, a verse inmersas en la más absoluta decadencia, con una orden de desahucio por las insalubres condiciones de la casa que habitaban. El contraste entre su pasado y su presente será, por consiguiente, impactante.

Por otro lado, se analiza también la génesis del documental, incluyendo literalmente no pocas escenas y diálogos de aquél. Aunque, sin embargo, si bien su factura es impecable, la versión televisiva endulza inevitablemente una historia que en principio solo destilaba crudeza. Es el precio que quizá hay que pagar para llegar a una audiencia masiva, aun a riesgo de traicionar el espíritu genuino de la historia.


Grey Gardens (1975)




Directores: Ellen Hovde, Albert Maysles, David Maysles y Muffie Meyer
EE.UU., 1975, 94 minutos

Grey Gardens (1975)


El pasado jueves 5 de marzo fallecía el documentalista norteamericano Albert Maysles a los 88 años de edad. Salvador Llopart titulaba el obituario que le dedicó en La Vanguardia "Notario del final del sueño" (Martes 10 de marzo de 2015), quizá porque sus filmes certifican de un modo sumamente descarnado que la otra cara del American way of life es menos grata que la oficial.

Durante mucho tiempo trabajó junto a su hermano David, fallecido en 1987. Juntos firmarían Grey Gardens, un sórdido retrato de Edith Bouvier Beale (1896–1977) y de su hija Edie (1917–2002). Pertenecientes a la alta sociedad, esta tía y sobrina de Jackie Onassis viven, sin embargo, en la casi total indigencia. A lo largo de hora y media, en un valiente alarde de cinema vérité o direct cinema, madre e hija se tirarán los trastos a la cabeza acusándose mutuamente de las frustraciones que las han ido enterrando en una destartalada mansión de East Hampton, si antaño esplendorosa hoy el nido de sus respectivos síndromes de Diógenes.

No se trata de una película fácil, ya que Grey Gardens plantea diversos dilemas de tipo moral. En primer lugar, si es muy ético o no el introducir la cámara en la intimidad de dos mujeres a todas luces perturbadas. Aunque, por otra parte, las Bouvier (sobre todo Edie) creen ver en este documental la oportunidad de reivindicarse como las grandes artistas que fueron. Se diría que la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses se queda corta ante las inquilinas de Grey Gardens.

En definitiva, no es que la realidad supere a la ficción sino que para los Maysles es lo único digno de ser tomado en consideración.

Los Maysles junto a madre e hija en el rodaje de Grey Gardens