Director: Jaime de Armiñán
España, 1974, 93 minutos
Estrenada en las postrimerías del franquismo, El amor del capitán Brando (1974) supuso, junto con El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice y Furtivos (1975) de José Luis Borau, un soplo de aire fresco que vino a renovar el apagado panorama cinematográfico español de aquel entonces.
La villa medieval de Pedraza (Segovia) servía para recrear la imaginaria aldea de Trescabañas, en cuyo amurallado recinto se produce toda una "revolución" cuando irrumpen Aurora (Ana Belén), una joven maestra de escuela cuyos métodos educativos topan con la incomprensión de las mentes cerriles de sus vecinos, y Fernando (Fernando Fernán Gómez), un viejo exiliado republicano español que, tras treinta y cinco años de forzada ausencia, regresa a los escenarios de su infancia.
El tercero en discordia es Juan (Jaime Gamboa), un adolescente sensible e introvertido, platónicamente enamorado de su profesora, que se refugia en un mundo de fantasía en el que imagina que interviene en hipotéticas películas inventadas por él en las que comparte protagonismo junto a Marlon Brando, Jane Fonda y otras estrellas del celuloide. Dado que su severa madre (Amparo Soler Leal) es incapaz de comprenderlo y que nunca ha conocido a su padre biológico (un francés que los abandonó hace ya tiempo), Juan se sentirá inevitablemente atraído por Aurora y Fernando.
Este atípico triángulo amoroso sufrirá la intolerancia de los vecinos del pueblo, si bien los niños de Trescabañas se declararán en insólita huelga cuando Aurora sea apartada de sus funciones por el alcalde (Antonio Ferrandis).
A pesar de la censura, el filme se atreve a plantear temas como el exilio, la Guerra Civil o la educación sexual, incluyendo, además, incipientes desnudos de la protagonista. Se insinúa, incluso, aunque de forma muy sutil (la época no permitía ir más allá) una posible relación sentimental entre Amparo y Kety (Verónica Llimerá).
La hermosa banda sonora compuesta por José Nieto, con ciertas reminiscencias del rock progresivo imperante a mediados de los setenta, acaba de dotar a El amor del capitán Brando de un encanto especial, una belleza inusual que la convierte en uno de los títulos míticos de la entonces todavía naciente Transición.