jueves, 31 de octubre de 2024

Rock Bottom (2024)




Directora: María Trénor
España/Polonia, 2024, 86 minutos

Rock Bottom (2024) de María Trénor


Una explosión de colorido nos da la bienvenida al mundo sonoro de Robert Wyatt, leyenda del rock progresivo de los setenta que, tras su paso como batería por las filas de los no menos míticos Soft Machine, quedaría postrado de por vida en una silla de ruedas a consecuencia de un fatídico accidente (al parecer, en el transcurso de una noche de excesos etílicos, el músico británico se precipitó por la ventana de un cuarto piso). Corría junio de 1973.

Rock Bottom (2024) toma su título del disco homónimo que Wyatt publicaría hace ahora medio siglo, un año después de quedar parapléjico. Y, como no podía ser de otro modo, tratándose de un homenaje a uno de los álbumes emblemáticos de la historia de la música, la cinta de animación, dirigida por María Trénor bajo la producción de Alba Sotorra, se ha presentado estos días en Barcelona con motivo del Festival In-Edit que se celebra anualmente en la Ciudad Condal.



Un ambiente onírico, paralelo al que destilan las canciones de Wyatt, recorre las distintas escenas de principio a fin del relato, un a modo de semblanza biográfica teñida de efluvios psicodélicos y constantes referencias a la escena musical de aquel entonces: Nick Mason, batería de Pink Floyd, aparte de productor de varios proyectos en solitario de Wyatt, aparece brevemente al principio, en una secuencia en la que también se hace alusión de pasada a Syd Barrett.

A partir de aquí la trama discurrirá por senderos más o menos familiares para quienes conozcan la trayectoria del cantante y compositor, como la estancia de Wyatt en Mallorca junto a la que será su eterna compañera: la ilustradora y cineasta Alfreda Binge, Alif, con la que convive en la isla en una vorágine continua de misticismo hippie, auspiciado por el gurú y también músico David Allen, y de consumo masivo de sustancias alucinógenas. Sin embargo, que nadie se espere un biopic al uso porque esto es otra cosa, algo más cercano a las letras surrealistas del disco que a la estructura clásica de un relato. A fin de cuentas, lo que vemos en pantalla no dejan de ser los delirios de Wyatt mientras éste se halla convaleciente en el hospital.



lunes, 28 de octubre de 2024

T2: Trainspotting (2017)




Director: Danny Boyle
Reino Unido/EE.UU., 2017, 117 minutos

T2: Trainspotting (2017) de Danny Boyle


Es la última sección mierdera del Soho; estrecha y sórdida, apesta a perfume barato y a fritos, a alcohol y a la basura vertida desde las bolsas de plástico negras reventadas sobre los bordillos. Ásperas riberas de neón incorporándose entre chisporroteos a una vida apática a través de un crepúsculo de débil llovizna, profiriendo ancestrales y yermas promesas.

Irvine Welsh
Porno
Traducción de Federico Corriente

Algunos se seguirán preguntando todavía si era realmente necesario rodar una segunda parte de Trainspotting (1996), máxime tratándose de un título tan ligado a una época y a unos personajes irrepetibles. Pero la industria, cuyo único afán consiste en reeditar el éxito de fórmulas que ya hayan funcionado previamente, no entiende de este tipo de cosas, sino que, por el contrario, se empeña en apostar sobre seguro. Sea como fuere, el caso es que, pese a no estar a la altura de su predecesora, T2: Trainspotting (2017) contiene, sin embargo, elementos que merece la pena destacar.

Hay, por ejemplo, detalles que acentúan el carácter poético de una película a priori hiperrealista. Tal sería el caso de la escena en la que Renton regresa, después de muchos años de ausencia, al redil familiar, cuando, mientras su padre y él se hallan sentados a la mesa, sobre la pared se ve reflejada la sombra de la difunta madre, que falleció en paz, sí, aunque con la vana esperanza de que el hijo pródigo volviese a casa algún día. Tono nostálgico, por tanto, como se deduce del hecho de que el siempre camorrista Franco (Robert Carlyle), recién escapado de la cárcel, se sienta con ganas de volver a la carga.



Por lo demás, se trata de una secuela autorreferencial en exceso y desprovista por completo de credibilidad, carne de Razzie a todas luces, si bien la cinta, por sorprendente que parezca, no optó a ninguna categoría, ni siquiera a Peor Película, en la edición de los premios Golden Raspberry (nombre oficial de los anti Óscar) de aquel año. Buena prueba de esa falta de verosimilitud sería el propio protagonista, un Ewan McGregor ahora convertido en rutilante estrella de Hollywood y muy lejos de aquel chaval con pinta de macarrilla que dos décadas antes sucumbía a los efectos de la heroína.

A este respecto, puede afirmarse sin rodeos que Danny Boyle, afamado director tras el éxito internacional de cintas como la multipremiada Slumdog Millionaire (2008), traiciona el espíritu de la primera entrega al hacer de Mark Renton (Ewan McGregor) un individuo respetable, al menos en apariencia, supuestamente casado con una holandesa y padre de dos criaturas, que vuelve a Escocia con la intención de enmendar a sus viejos colegas Spud (Ewen Bremner) y Sick Boy (Jonny Lee Miller), llevándoselos a hacer footing si hiciese falta.



domingo, 27 de octubre de 2024

Trainspotting (1996)




Director: Danny Boyle
Reino Unido/EE.UU., 1996, 94 minutos

Trainspotting (1996) de Danny Boyle


Título icónico de los noventa, la audacia visual de Trainspotting (1996) reside en un tratamiento de la imagen que dejaría para la posteridad no pocos momentos estelares, desde la efigie de un espigado Ewan McGregor huyendo precipitadamente por las calles de Edimburgo hasta la jarra de cerveza que Robert Carlyle tira despreocupadamente hacia atrás, pasando por la sordidez del "lavabo más sucio de Escocia". Todos ellos grabados, huelga decirlo, en la memoria cinéfila de legiones de espectadores que han hecho del segundo largometraje del británico Danny Boyle su particular película de culto.

Sin embargo, y por más crudo que resulte el trasfondo social de sexo, drogas y alcohol en el que se mueven los personajes de una generación perdida, no puede negarse que el conjunto desprende, al mismo tiempo, un cierto toque poético cuando vemos hundirse literalmente bajo el suelo al protagonista, tras recaer por enésima vez en la heroína, o cuando su habitación, tal vez bajo el influjo de algún delirium tremens, parece que se prolonga hasta el infinito.



Por otra parte, la versión original del filme permite gozar de la riqueza lingüística de unos diálogos en los que, más allá de las particularidades propias del habla local, es el idiolecto de cada individuo lo que los hace genuinamente irrepetibles. Buena prueba de ello (y del mérito actoral de un reparto que preparó a conciencia sus respectivos papeles empapándose en los pubs de los giros típicos del lugar) serían el ya célebre monólogo de apertura ("Choose Life. Choose a job. Choose a career. Choose a family. Choose a fucking big television…") o la peculiar entrevista de trabajo en la que Spud (Ewen Bremner) va colocado hasta las cejas.

Finalmente, una heterogénea combinación de temas clásicos y modernos, entre los que destacan "Lust for Life" de Iggy Pop y la más discotequera "Born Slippy" de Underworld, conforman el eje principal de la banda sonora. Destellos postpunk incrustados en una estética deudora del lenguaje fílmico establecido por los videoclips y de la cual beberían posteriormente cineastas como Darren Aronofsky en Réquiem por un sueño (2000) o, incluso, el franco-argentino Gaspar Noé, cuyas aclamadas Climax (2018) o Enter the Void (2009) participan de referentes remotamente similares.



viernes, 25 de octubre de 2024

¡Suspense! (1961)




Título original: The Innocents
Director: Jack Clayton
Reino Unido/EE.UU., 1961, 100 minutos

¡Suspense! (1961) de Jack Clayton


La tenía justo delante, deshonrada y trágica; pero mientras la miraba fijamente, para poder recordar sus rasgos, la espantosa imagen desapareció. Oscura como la noche, con su vestido negro, su belleza desfigurada y su inmensa pena, me había mirado lo bastante como para parecer decirme que tenía tanto derecho a sentarse a mi mesa como yo a sentarme a la suya. Y la verdad es que en esos instantes sentí un escalofrío al tener la impresión de que la intrusa allí era yo.

Henry James
Otra vuelta de tuerca
Traducción de Soledad Silió

Todo en The Innocents (1961) remite a un ambiente victoriano cuyo puritanismo decimonónico comporta una educación tan severa como represiva. Terreno abonado, por tanto, para lecturas de índole freudiana que a principios de la década de los sesenta estaban muy en boga, como lo prueba el hecho de que, un par de años más tarde, John Huston llevara a cabo su propio biopic a propósito del padre del psicoanálisis. En ese sentido, y pese a que el título castellano de la película (¡Suspense!) posea innegables connotaciones hitchcockianas —que los distribuidores nacionales, por cierto, buscaron intencionadamente tras el éxito comercial de Psicosis (1960)—, lo cierto es que el sustrato patológico de esta libre adaptación del texto de Henry James, a cargo de William Archibald y Truman Capote, parece más que evidente.

A este respecto, la ambigua atmósfera onírica en la que transcurre la acción bebe de referentes tan obvios como Rebecca (1940), del ya mencionado Hitch, donde la presencia etérea de un personaje femenino in absentia también condicionaba toda la historia, o, mucho más reciente en el tiempo, los delirios de raigambre homosexual que atormentan al protagonista de De repente, el último verano (1959) de Mankiewicz. Sea como fuere, el conflicto interno no resuelto que atenaza la psique de Miss Giddens (Deborah Kerr) la somete a continuos desvaríos que tendrán, a la postre, fatales consecuencias para su salud mental.



En todo caso, la equívoca relación de la institutriz con los niños que tiene a su cargo no sólo entronca hasta cierto punto, por sus implicaciones morales, con la osadía del papel que la actriz británica interpretara a las órdenes de Minnelli en Té y simpatía (1956), sino que prefigura además toda una corriente de títulos posteriores, desde El otro (1972) de Robert Mulligan hasta La profecía (1976) de Richard Donner, en los que el carácter angelical de las criaturas contrasta con el influjo potencialmente maligno que éstas ejercen sobre sus mayores.

Y es que la palabra que define esta obra maestra del cine gótico es precisamente contraste, ya sea entre las luces y sombras de la soberbia fotografía en cinemascope y blanco y negro del siempre genial Freddie Francis (1917-2007) o entre la belleza apolínea de los protagonistas y los lúgubres fantasmas, reales o no, que les afligen.



domingo, 20 de octubre de 2024

Los mocosos (1957)




Título original: Les mistons
Director: François Truffaut
Francia, 1957, 19 minutos

Los mocosos (1957) de François Truffaut


Un grupo de críos se dedica a espiar e incordiar a una pareja de novios durante sus flirteos amorosos. Aunque, en realidad, es a ella a quien adoran como si de una diosa se tratase. Y no es para menos, considerando las fantasías obscenas que la visión de la hermosa Bernadette (Bernadette Lafont), descalza y con las piernas al aire a lomos de su bicicleta, despierta entre la chiquillería del lugar. 

Curiosamente, la acción no se sitúa en los ambientes parisinos en los que la mayor parte de autores de la Nouvelle Vague situarán sus películas, sino que transcurre en las inmediaciones de Nimes, motivo por el que los personajes frecuentan el anfiteatro u otros monumentos de época romana como el acueducto. La voz en off de Michel François, desde un presente que rememora y aun idealiza el candor de aquellas correrías estivales de antaño, otorga al conjunto un innegable tono nostálgico.



Segundo cortometraje dirigido por el joven Truffaut, Les mistons (1957) pertenece a ese tipo de historias de iniciación en las que la inocencia toca a su fin para dar paso a los primeros tanteos en el terreno del amor erótico. Entronca, por así decirlo, con títulos muy posteriores como Verano del 42 (1971) de Robert Mulligan o, más en clave francesa, con Le souffle au cœur (1971) de Louis Malle. Travesuras veraniegas que, en definitiva, prefiguran el particular gusto por retratar a la infancia que el cineasta demostrará a lo largo de su filmografía.

No obstante, también hay algo en la nota luctuosa del final, la muerte del prometido (Gérard Blain) a consecuencia de un fatídico accidente de montaña, que anuncia con más de una década de antelación el desposorio frustrado de la protagonista en La mariée était en noir (1968). Elementos que revelan el talento en ciernes del futuro director dos años antes de su debut en el largo con Los cuatrocientos golpes (1959).



sábado, 19 de octubre de 2024

Los cuatrocientos golpes (1959)




Título original: Les quatre cents coups
Director: François Truffaut
Francia, 1959, 100 minutos

Los cuatrocientos golpes (1959) de François Truffaut


Este lunes, 21 de octubre, se cumplen cuarenta años exactos del fallecimiento de François Truffaut (1932-1984). Y qué mejor manera de rendirle homenaje que revisando la que fuera su ópera prima, aparte de título icónico de la Nouvelle Vague y una de las películas más influyentes de todos los tiempos. Se da la circunstancia, además, de que Les quatre cents coups (1959) inauguraba una longeva y fructífera colaboración entre el cineasta francés y su joven protagonista, Jean-Pierre Léaud, genial descubrimiento (tenía apenas quince años) que se iba a convertir en alter ego del director a lo largo de dos décadas y otros cinco largometrajes, siempre interpretando al mismo personaje: Antoine Doinel. Quien, entrega tras entrega, iría gradualmente madurando desde el díscolo adolescente del filme que nos ocupa hasta alcanzar la edad adulta. Hoy, por cierto, desde el pasado 28 de mayo, para ser exactos, Léaud es ya octogenario...

Un guion a todas luces autobiográfico arroja la impronta del calvario que debió ser la infancia y adolescencia del propio Truffaut. Todo ello precedido de un contexto familiar complejo en el que la madre (Claire Maurier) se casa con un hombre al que verdaderamente no ama (Albert Rémy) con la única intención de darle un apellido a su hijo. Y en la "aborrecida escuela" (que diría Machado) los discutibles métodos del maestro (Guy Decomble) no pintan un panorama mucho mejor que digamos. De modo que Antoine, apresado entre la espada de las trifulcas domésticas y la pared de los castigos escolares, opta por refugiarse en la lectura de Balzac o en hacer novillos para ir al cine o deambular en compañía de algún amigo por las calles de un París indiferente y plomizo.



Y, sin embargo, cuánta poesía subyace en esa misma realidad gris del muchacho incomprendido y problemático. Tal vez porque la mirada de Truffaut, quien a su vez dedica la cinta a André Bazin, destila una honestidad tan conmovedora como genuina. A este respecto, no cabe duda de que fue precisamente ese toque personal el que acabaría haciendo de esta obra maestra indiscutible, junto con À bout de souffle (1960) de Godard, uno de los hitos de un estilo cinematográfico, surgido de las inquietudes de los jóvenes críticos de la revista Cahiers du cinéma, mucho menos convencional en comparación a lo que hasta entonces se estilaba y, desde luego, más cercano a la realidad.

Cualidades que se condensan, como no podía ser de otra manera, en un desenlace memorable. Suena de fondo el pizzicato de la banda sonora de Jean Constantin. Un chaval corre jadeante y un tanto desorientado a través de una playa desierta. La cámara lo sigue hasta que se detiene a orillas del mar, en uno de los planos secuencia más emotivos que jamás se hayan filmado. También es un final abierto, sobre todo por esa mirada perdida del protagonista que nos interpela fijamente desde el otro lado de la pantalla, clavándose directamente en el objetivo y congelada para siempre bajo la palabra Fin.



lunes, 14 de octubre de 2024

Cuckoo (2024)




Director: Tilman Singer
Alemania/EE.UU., 2024, 102 minutos

Cuckoo (2024) de Tilman Singer


Otra de las perlas que ha pasado por la última edición del Festival de Sitges ha sido esta coproducción germano-estadounidense en cuyo reparto, por esos azares de la vida cinéfila, se ha colado la catalana Greta Fernández en un papel secundario. Y aunque no puede decirse que estemos ante una obra redonda, lo cierto es que Cuckoo (2024) propone una atmósfera sobrecogedora muy cercana a la de clásicos del género como El resplandor (1980) o Twin Peaks (1992). La acción, de hecho, transcurre en un recóndito complejo hotelero perdido en mitad de los Alpes en el que van a tener lugar una serie de extraños fenómenos paranormales.

Según parece, una misteriosa criatura con apariencia humana, aunque más cercana a las aves que a las personas, se adueñó del vientre de una mujer la hija de la cual, llamada significativamente Alma (Mila Lieu), es ahora una niña que no habla pero se fija mucho... Al mismo tiempo, su hermanastra mayor, Gretchen (Hunter Schafer), se debate en un insólito delirio en el que sus propias inseguridades de adolescente se mezclan con los secretos inconfesables de una familia menos convencional de lo que a simple vista cabría pensar.



Y es que, del mismo modo que la hembra del cuclillo pone sus huevos en los nidos de otras aves, el ser malévolo que atormenta a los protagonistas hizo lo propio en su día con el objetivo de perpetuar una especie maligna capaz de provocar convulsiones y hasta seísmos en varios kilómetros a la redonda.

Por otra parte, la condición de actor trans de Hunter Schafer ha llevado a muchos críticos a considerar que la película sea tal vez una alegoría a propósito de la transición de género. Sea como fuere, y pese a los defectos de una puesta en escena que se acaba perdiendo por derroteros un tanto trillados, el estado mental por el que discurre la trama, entre hipnótico e impetuoso, justifica sobradamente el visionado de una cinta de las que no dejan indiferente a casi nadie.



domingo, 13 de octubre de 2024

La sustancia (2024)




Título original: The Substance
Directora: Coralie Fargeat
Francia/Reino Unido, 2024, 141 minutos

La sustancia (2024) de Coralie Fargeat


Antes que una versión en clave feminista de El retrato de Dorian Gray o incluso de Dr Jekyll y Mr Hyde, la última película de la francesa Coralie Fargeat (París, 1976) es, sobre todo y por encima de cualquier otra consideración, un suculento pastiche repleto de referencias cinéfilas. Basta ver la moqueta de ese largo pasillo que conduce al plató televisivo para pensar de inmediato en el hotel Overlook de El resplandor (The Shining, 1980). O la horrenda apariencia de la protagonista, ya en el tramo final de la cinta, para acordarse del deforme John Merrick en El hombre elefante (The Elephant Man, 1980).

Y eso son sólo un par de ejemplos, tal vez los más evidentes, porque si se sigue rascando resulta más o menos fácil hallar conexiones con títulos tan emblemáticos como Psicosis (Psycho, 1960), La posesión (Possession, 1981) o Alien (1979) y otros más recientes, caso de The Neon Demon (2016) y hasta American Beauty (1999). Dejamos a cada cual la oportunidad de descubrir qué hay de todas ellas en este festival de sangre y vísceras.



Guiños que alcanzan la categoría de cita cuando suena de fondo la música de Vértigo (1958) o los primeros compases de Así hablaba Zaratustra. Y es que tanto la primera como 2001: una odisea del espacio (1968) comparten, respectivamente, con el filme que nos ocupa el tema de las dos mujeres que en realidad son la misma y, por otra parte, el hecho de que la criatura (Margaret Qualley), al igual que hacía HAL 9000 en la obra cumbre de Kubrick, se acaba rebelando contra su propia matriz.

Hay, además, todo un discurso de fondo contra la esclavitud que supone para el sexo femenino el hecho de vivir supeditadas a unos estándares de belleza que fomentan a ultranza la juventud y la esbeltez, condenando a la invisibilidad, a partir de los cincuenta, a todos aquellos cuerpos que no se ajusten a los cánones impuestos por los medios y la sociedad de consumo en su conjunto. Circunstancia que queda hasta cierto punto compensada considerando que la ya sexagenaria Demi Moore (nadie lo diría con lo bien que luce a sus 61 primaveras) se mete en la piel de Elisabeth Sparkle, vieja gloria que se deja seducir por la promesa rejuvenecedora de una sustancia milagrosa.



sábado, 12 de octubre de 2024

El borracho (1962)




Director: Mario Camus
España, 1962, 20 minutos

El borracho (1962) de Mario Camus


Corría el curso académico de 1961-62 cuando un jovencísimo Mario Camus realizaba esta su primera práctica para el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, que en lo sucesivo pasaría a denominarse Escuela Oficial de Cinematografía (EOC). A pesar de los titubeos propios de un alumno de tercer curso al que aún le faltaban algunos años para debutar profesionalmente, lo cierto es que El borracho (1962) contenía ya muchas de las constantes que iban a caracterizar la posterior trayectoria del cineasta cántabro, entre ellas su interés indisimulado por los perdedores.

De hecho, los dos obreros que protagonizan este corto dan muestras de un espíritu de camaradería propio de quienes se saben miembros de lo que antiguamente se llamaba "clases subalternas". De ahí que uno, padre de familia, se apiade del otro, pobre alcohólico (Sergio Mendizábal) que ha pasado varios años en prisión (intuimos que por su pasado republicano).



Un paisaje suburbial de descampados y barrios humildes constituye el escenario en el que se desarrolla la acción. Algunas pinceladas (el locutor que lanza proclamas anticomunistas desde la radio del bar; el conato de discurso que, según el hijo del propietario, amenaza con pronunciar el borracho...) ayudan a contextualizar los hechos. Que desembocan, dicho sea de paso, en un crudo baño de realidad: la esposa desbordada por las circunstancias que no para de lamentarse (más aún ante la llegada del extraño a casa), la niña enferma, el chico que no para de lloriquear...

La banda sonora jazzística aporta una nota ligeramente mundana en un ambiente gris a todas luces proletario, mientras que los nombres en los títulos de crédito de futuros miembros ilustres de la promoción de Camus (Pedro Olea como ayudante de dirección, fotografía de Luis Cuadrado...) anuncian la excelente generación de cineastas que estaba por venir.



miércoles, 9 de octubre de 2024

El dormilón (1973)




Título original: Sleeper
Director: Woody Allen
EE.UU., 1973, 90 minutos

El dormilón (1973) de Woody Allen


Dos son las referencias paródicas que enseguida saltan a la vista como principales fuentes de inspiración de Sleeper (1973): La naranja mecánica (1971) de Kubrick y Fahrenheit 451 (1966) de Truffaut. A las que podría añadirse una tercera, considerando que el robot que tutoriza la clonación de la nariz del Líder Supremo parece claramente un remedo del HAL 9000 de 2001: Una odisea del espacio (1968). Ingeniosa sátira, por tanto, de las películas de ciencia ficción, cuyo protagonista despierta al cabo de doscientos años de letargo para encontrarse con un mundo radicalmente distinto al suyo.

Entre la distopía futurista y la diatriba social y política en clave humorística, la película de Woody Allen pasará a la historia por su crítica implícita a la tecnología y los avances científicos. Así pues, el guion plantea una sociedad de individuos que recurren al placer artificial, ya sea mediante el uso del orgasmatrón o a través del tacto de unas misteriosas bolas metálicas de efecto lisérgico. Aunque también se trata de un mundo orwelliano a lo 1984 en el que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado perseguirán sin tregua a Miles Monroe (Allen) por considerarlo un peligroso infiltrado.



Es esa pérdida de libertades individuales la que marca el punto de inflexión en una comedia recordada por el divertido papel de autómata que interpreta su director en el contexto de una puesta en escena muy slapstick repleta de alusiones al humor del cine mudo o incluso de los hermanos Marx (como en la secuencia del espejo) que la jazzística banda sonora, con el clarinete del propio Woody a todo ritmo, no hace sino intensificar.

Por lo demás, la imagen del protagonista embutido en un aparatoso traje hinchable que lo mismo le sirve para volar a trompicones que para deslizarse vertiginosamente sobre la superficie de un estanque con su compañera Luna (Diane Keaton) a cuestas resulta divertidísima pese a que deja traslucir temas de más hondo calado como serían la figura del individuo que se rebela contra el sistema o la ridiculización de un orden mundial consumista y cada vez más tecnificado.



sábado, 5 de octubre de 2024

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo* pero nunca se atrevió a preguntar (1972)




Título original: Everything You Always Wanted to Know About Sex * But Were Afraid to Ask
Director: Woody Allen
EE.UU., 1972, 88 minutos

Todo lo que usted siempre quiso saber... (1973)


Everything You Always Wanted to Know About Sex * But Were Afraid to Ask (1972) responde a la irreverencia de un Woody Allen iconoclasta dispuesto a no dejar títere con cabeza. Y qué mejor temática que la sexualidad y sus desviaciones para articular un filme de episodios tan divertido como delirante. Siete historias en clave surrealista, como la del hombre (Gene Wilder) que se enamora de una oveja armenia, o abiertamente blasfemas como la del rabino que acude a un concurso televisivo con la finalidad de confesar sus perversiones mientras la esposa se sienta a sus pies para devorar unas chuletas de cerdo.

Queda claro, pues, el carácter transgresor de un cineasta que lo mismo ridiculiza a la realeza del medievo en "¿Funcionan los afrodisíacos?" que la doble moral burguesa en "¿Son homosexuales los travestis?" Preguntas retóricas que, en el caso de "¿Por qué algunas mujeres tienen dificultades para llegar al orgasmo?", adquiere la forma de homenaje explícito al cine italiano, hasta el extremo de que la pareja protagonista (el propio Woody y la que fuera su esposa, Louise Lasser), así como el resto de personajes de dicho fragmento, se expresan enteramente en la lengua de Fellini y Antonioni.



Aparte de recurrir por primera vez al tipo de letra Windsor Light Condensed para los títulos de crédito, que Allen utilizaría en lo sucesivo en todas sus películas, la cinta que nos ocupa pasa también por ser la única adaptación, en toda su filmografía, de un libro ajeno. Aunque, en honor a la verdad, lo único que el cómico aprovechó de la obra homónima del doctor David Reuben fueron algunos epígrafes de los distintos episodios que integran el filme.

Y así, al abordar de manera abierta y cómica cuestiones sexuales que en su época eran consideradas tabú, Allen parodia los libros de autoayuda sobre dicha temática, desenmascarando mitos y prejuicios. Un ejercicio humorístico, a menudo sarcástico y provocador (como los espermatozoides en "¿Qué sucede durante la eyaculación?" o la teta gigante y asesina de otro de los sketches), no exento de controversia, toda vez que la película fue objeto de censura en no pocos países, siendo el caso de Irlanda, donde el metraje original sufrió varias mutilaciones, uno de los más célebres.