Título original: Lumière! L'aventure commence
Director: Thierry Frémaux
Francia, 2016, 90 minutos
¡Lumière! Comienza la aventura (2016) |
"Hubo muchos artilugios estrafalarios antes del Cinematógrafo: ninguno después de él..." La contundencia incontrastable de esta aseveración contenida en el epílogo no deja lugar a dudas sobre la capital importancia que Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes además de la película que nos ocupa, confiere al feliz hallazgo de unos hermanos, Louis y Auguste, que, apellidándose Lumière ('luz' en francés), estaban predestinados a inventar algo que indefectiblemente cambiase el rumbo de la historia.
Sin menoscabo, por supuesto, del resto de pioneros que hacia finales del XIX estaban trabajando en la nada fácil empresa de dotar a las imágenes de movimiento: los Le Prince, Edison y compañía que precedieron (o simplemente carecieron de) la audacia de estos empresarios, quienes, desde su fábrica de Lyon, daban inicio al séptimo arte con la nada glamurosa, a juicio de los cánones actuales, Salida de los obreros. Aunque hasta de una escena tan trivial y cotidiana se llevó a cabo un remake (el primero de la historia), con o sin carruaje de caballos, pues, al parecer, las preferencias del público podían variar en función de semejante nimiedad.
Lyon, 17 de octubre de 2015: Martin Scorsese (centro) participa en el remake de Sortie d'usine con motivo del 120 aniversario del cine |
Cuidadosa y primorosamente restaurados, hasta 108 títulos de su filmografía se recopilan, acompañados con música de Camille Saint-Saëns, en este documental de subtítulo más que elocuente: L'aventure commence. Porque de hazaña puede calificarse la gesta de unos hombres que no sólo supieron captar una idea que flotaba en el ambiente, sino que además acertaron a dotarla de una primera gramática. En ese aspecto, tanto L'arroseur arrosé como las demás piezas aquí presentadas denotan un impecable sentido del encuadre (a menudo en diagonal, como en la célebre L'arrivée d'un train à La Ciotat), lo cual, unido al uso incipiente del travelín (entonces llamado panorama) o del tempo narrativo, desmiente la idea generalizada de que fue Méliès el primero en dotar al cine de su vertiente artística.
Auguste y Louis Lumière dieron, pues, pruebas más que suficientes de creatividad y de visión de futuro, como lo demuestra el hecho de que, apenas un año después de la mítica presentación en público del genial artefacto en el Salon Indien du Grand Café (en el número catorce del parisino Boulevard des Capucines), enviasen a Promio y al resto de sus operadores por todo el mundo para anunciar la buena nueva. Así lo atestiguan instantáneas de la vida diaria filmadas en puntos tan distantes del globo como Nueva York, Vietnam, Túnez, Martinica, el puerto de Barcelona o las pirámides de Egipto. Circunstancia, ésta, que distaba (y mucho) de ser baladí, ya que con y gracias al cine se estaba dando el carpetazo definitivo a la Antigüedad al tiempo que se ponía la primera piedra de la sociedad posmoderna.
Auguste y Louis Lumière, con la mirada puesta en el futuro |