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jueves, 3 de julio de 2025

Bim (1951)




Director: Albert Lamorisse
Francia, 1951, 54 minutos

Bim (1951) de Albert Lamorisse


La sensibilidad de dos genios puesta al servicio de otra fábula maravillosa a propósito de la infancia y los animales, en este caso un simpático borrico. Filmada en elegante blanco y negro, Bim (1951) coincide estéticamente con lo que el propio Lamorisse llevará a cabo dos años más tarde en Crin blanc (1953), sólo que, en lugar de la Camarga, aquí la acción se sitúa en la luminosa isla de Yerba (Túnez). Eso y que la voz en off (al igual que el guion) corre a cargo, nada más y nada menos, que de un poeta de grandes proporciones como lo fue Jacques Prévert (1900-1977).

La ambientación orientalizante de la historia aporta también un ligero toque de cuento de Las mil y una noches, con ese niño pobre (Abdullah) cuyo único regocijo reside en la compañía que le brinda su burrito. Felicidad que se trunca cuando el asno va a parar a manos de un muchacho malcriado y cruel (Massoud) quien, tras someter al pollino a infinitas perrerías (o 'burrerías', mejor dicho, si hablamos con propiedad), termina por darse cuenta de su sadismo y se apiada de ambos, del pobre bicho y del dueño, recluido en una celda por el padre del mimado.



Sin embargo, la camaradería que finalmente se establece entre Abdullah y Massoud en beneficio del pequeño Bim tendrá su réplica en un a modo de rebelión por parte de la chiquillería del lugar, dispuesta a enfrentarse a la autoridad paterna e incluso a una banda de maleantes con tal de salvar de morir en el matadero a tantos otros borricos.

Entusiasta del carácter libérrimo de la infancia, la poética de Lamorisse incide una vez más en ese enfoque tan sumamente emotivo que caracteriza toda su filmografía. Una autenticidad que llevaría al mismísimo André Bazin, tras una proyección en el Festival de Cannes, a prorrumpir en entusiastas elogios hacia este filme desde las páginas de Cahiers du Cinéma.



sábado, 1 de junio de 2024

EO (2022)




Director: Jerzy Skolimowski
Polonia/Italia/Reino Unido, 2022, 85 minutos

EO (2022) de Jerzy Skolimowski


Había ya pasado la mayor parte del día cuando, desfallecido, me desengancharon del collarón, y, libre de la atadura de la máquina, me llevaron al pesebre. Por muy fatigado y necesitado de restablecer fuerzas que estuviera, y muerto de hambre por demás, me dejé llevar de mi habitual curiosidad, posponiendo la comida —que por cierto era abundante— para luego, y me puse a observar con angustia el sistema de vida de aquella fábrica.

Apuleyo
El asno de oro
Traducción de José María Royo

Se representa estos días, con éxito de público y crítica, el espectáculo teatral Burro, un ameno montaje basado en textos clásicos y con música en directo que estará en el Romea de Barcelona hasta el 2 de junio. En esa misma línea temática, resulta difícil ver una película tan sumamente bella como EO (2022) sin acordarse del Bresson de Au hasard Balthazar (1966) y hasta de otros ilustres precedentes literarios, ya sea el Platero y yo de Juan Ramón Jiménez o incluso El asno de oro de Apuleyo. En todo caso, el veterano Jerzy Skolimowski sorprende con una singular parábola que se presta a múltiples interpretaciones, la mayoría en torno a ese pobre borrico errante que se halla continuamente expuesto a la estupidez y crueldad humanas.

A este respecto, son varias las situaciones a lo largo de la trama, por ejemplo la de los hooligans, en las que las personas son más burras que los propios burros. Algo que podría hacerse extensible a los políticos que protagonizan una inauguración tan ridícula como suelen serlo este tipo de eventos. No obstante, también hay almas caritativas que se apiadan del jumento para darle su cariño y ayuda, ya sea la joven que lo felicita por su cumpleaños o el sacerdote italiano que viaja con él en la parte trasera de una camioneta.



Según parece, durante el rodaje fueron necesarios diversos rucios (Tako, Ola, Marietta, Ettore, Rocco y Mela), lo cual, aparte de complicar las cosas a nivel logístico, habría motivado en muchos casos que, dada la dificultad de dirigir a un animal, la acción se terminase adaptando a los movimientos de las acémilas y no al revés.

Contratiempos que el director polaco resuelve con la maestría de un cineasta consagrado que hace gala de sensibilidad extrema mediante una puesta en escena minimalista en la que las imágenes hablan por sí mismas. Pocos diálogos, pues, y alguna que otra aparición estelar, como la de Isabelle Huppert haciendo de condesa italiana, en una coproducción entre varios países que fue galardonada en los Premios del Cine Europeo, además de representar a Polonia en los Óscar.



sábado, 18 de julio de 2020

Piel de asno (1970)




Título original: Peau d'âne
Director: Jacques Demy
Francia, 1970, 91 minutos

Piel de asno (1970) de Jacques Demy


Il était une fois un roi si grand, si aimé de ses peuples, si respecté de tous ses voisins et de ses alliés, qu'on pouvait dire qu'il était le plus heureux de tous les monarques. Son bonheur était encore confirmé par le choix qu'il avait fait d'une princesse aussi belle que vertueuse; et ces heureux époux vivaient dans une union parfaite. De leur chaste hymen était née une fille, douée de tant de grâces et de charmes, qu'ils ne regrettaient pas de n'avoir pas une plus ample lignée...

Charles Perrault
Peau d'âne

Tres son las fuentes principales de las que bebe este hermoso cuento de hadas, basado en el universo literario de Charles Perrault (1628–1703). Por una parte, Peau d'âne es un homenaje en toda regla al Cocteau de La belle et la bête (1946), obra maestra de cuyo riquísimo repertorio de elementos simbólicos y conceptuales toma prestada (amén de la presencia de Jean Marais) la ambientación, el carácter artesanal de la puesta en escena y hasta recursos tan simples, pero a la vez tan imaginativos, como el uso de la cámara lenta. 

Por otra parte, aunque en menor medida, sería posible también rastrear la influencia de The Wizard of Oz (1939) no sólo en los rasgos fantásticos de la cinta o en su pertenencia al género musical, sino, sobre todo, en el tratamiento del color (por ejemplo, en el caso de los caballos del Rey Rojo). Por último, pese a que no se trate estrictamente de una "fuente", sino más bien de lo que podríamos denominar unidad de estilo, el protagonismo de Catherine Deneuve, así como la banda sonora de Michel Legrand, marcan una continuidad con el exitoso díptico que forman Les parapluies de Cherbourg (1964) y Les demoiselles de Rochefort (1967), filmes con los que éste comparte un mismo candor, que a veces roza la parodia y hasta lo humorístico.



Una fábula que coquetea con el tema del incesto (el padre, tras enviudar, pretende casarse con su propia hija y ésta, aconsejada por su hada madrina, le da largas), pero que destaca por un diseño de vestuario, a cargo del italiano Gitt Magrini, y una dirección artística, supervisada por Jacques Dugied, primorosamente exquisitos. Y que, en el marco espectacular de los castillos de Plessis-Bourré o de Chambord, adonde se rodaron los exteriores, resplandecen todavía más, si cabe.

Brujas que escupen sapos, burros que excretan rubíes y diamantes, lacayos con la cara azul, princesas de aspecto ceniciento que lucen radiantes cuando se las viste con luz de luna o rayos de sol: visualmente, Peau d'âne sigue siendo hoy el mismo portento que hace medio siglo concitó a más de dos millones de espectadores hacia las salas francesas, en lo que constituyó el mayor éxito comercial de la carrera de Jacques Demy.


sábado, 21 de abril de 2018

Al azar de Baltasar (1966)




Título original: Au hasard Balthazar
Director: Robert Bresson
Francia/Suecia, 1966, 95 minutos

Al azar de Baltasar (1966)


Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. [...] Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo...

Juan Ramón Jiménez
Platero y yo (1914)

Con el habitual laconismo de sus escasos diálogos y una sobria fotografía en blanco y negro, Bresson llevaba a cabo en Au hasard Balthazar un ejercicio cinematográfico de una precisión estilística lacerante. Quizá porque en esta ocasión se asoció con una productora sueca, pero hay en sus imágenes un no sé qué de ascetismo nórdico, subrayado por la reiterativa música de Schubert, que nos hace pensar de inmediato en el Dreyer de Ordet (1955). No en vano, el personaje de Arnold (interpretado por Jean-Claude Guilbert, actor que al año siguiente volvería a trabajar a las órdenes de Bresson en Mouchette y con Godard en Week End) tiene algo del loco Johannes.

En cualquier caso, la tendencia del director a expresar lo esencial eliminando lo superfluo le lleva a servirse de bruscas elipsis en varias ocasiones: un crimen cuya víctima y motivaciones apenas se aclaran, un vagabundo alcohólico sobre quien los aldeanos descargan su ira sin que sepamos muy bien por qué, un circo en el que el asno actúa mostrando sus habilidades matemáticas...



Se hace difícil asistir a un semejante despliegue de lirismo y no caer rendido ante la maestría desbordante de un cineasta que supo retratar la condición humana a través de la desdichada existencia de un borrico. Como el Juan Ramón de Platero y yo, Bresson convierte al animal en un símbolo cuyo correlato dentro de la historia es la infortunada Marie (Anne Wiazemsky). De modo que la suerte de ambos discurrirá por senderos paralelos, la muchacha padeciendo los atropellos del grupo de gamberros del pueblo liderados por el maligno Gérard (François Lafarge) y la acémila pagando con su vida las injusticias de una vida al servicio de los hombres.

Por lo tanto, Balthazar no es, únicamente, un burro que pasa por las manos de distintos propietarios, según el modelo clásico que fijara Apuleyo en El asno de oro. Es, por encima de todo, una metáfora de la santidad: el ejemplo palpable de cómo los seres más puros reciben martirio, en este caso en forma de estacazos, en pago a su abnegado servicio hacia los demás. Lo cual conecta esta película con la temática de buena parte de la filmografía de su autor.