Director: Antonio Santillán
España/Francia, 1958, 90 minutos
Cuatro en la frontera (1958) de Antonio Santillán |
La acción de Cuatro en la frontera arranca con una noticia de la crónica de sucesos proyectada en pantalla mientras desfilan los créditos iniciales y que, acto seguido, la Sûreté de París envía por cable a la Dirección General de Seguridad de Madrid: "El mes pasado fue asaltado y robado el oro que conducía un furgón del Tesoro Nacional Francés. Según confidencias, parece ser que parte de este oro es introducido clandestinamente en España. Rogamos a la Jefatura de Policía de Barcelona que ponga en juego todos los medios para descubrir el contrabando de oro francés realizado, posiblemente, a través de los Pirineos".
El encargado de infiltrarse será el agente Roca (Armando Moreno), quien, haciéndose pasar por un simple jornalero llamado José Sancho, se desplazará hasta Puigcerdà con el objetivo de que lo contraten en la hacienda sospechosa de servir de tapadera. Sólo que, una vez allí, descubrirá que un tipo encantador llamado Javier (Frank Latimore) le ha tomado la delantera...
Isabel (Claudine Dupuis) y Javier (Frank Latimore) |
El madrileño Antonio Santillán, habitual asalariado de los Estudios IFI (propiedad del prolífico productor Iquino), volvía a la carga con otro de los muchos e interesantes policíacos que dirigió a lo largo de su carrera. Y que, por tratarse de una coproducción con Francia, incluía en el reparto a las actrices Claudine Dupuis (Isabel) y Danielle Godet (Aurora), si bien eran también extranjeros el ya mencionado Latimore, Adriano Rimoldi (don Rafael) y Gérard Tichy (Julio). De los secundarios españoles destacan Miguel Ligero, interpretando a un abuelo medio pícaro muy en su línea cómica; Juan de Landa (Félix), que ponía el punto y final a su carrera como actor con esta película, donde se mete en la piel de un capataz algo salvaje y Julio Riscal (Perico), que es el típico ganapán burlón, siempre dispuesto a entonar alguna coplilla chocarrera.
Puede que el contrabando de lingotes de oro no sea el mejor tema del mundo para darle brío a una cinta que aspiraba a conseguir una cierta dosis de espectacularidad, subrayada por el uso del sistema panorámico Ifiscope, o que la señorita Dupuis, en su afán de remarcar cuán pérfido es su personaje, mire excesivamente a cámara. Pero, aun así, las escenas de tiroteos (con el sacrificio de un par de caballos incluido, algo que hoy horrorizaría a las asociaciones protectoras de animales) están medianamente conseguidas. Se da la curiosa circunstancia, además, de que, hacia el minuto 49, Roca visita un cine y, entre los carteles que adornan la entrada, hay uno de una película de Iquino (El golfo que vio una estrella, 1955) y, en lo que supone un simpático guiño (a la par que descarado autohomenaje), otro de El ojo de cristal (1956), dirigida por Santillán y protagonizada por el propio Armando Moreno.
Obsérvense los dos carteles a derecha e izquierda |