lunes, 10 de noviembre de 2025

Open Range (2003)




Título en español: Campo abierto
Director: Kevin Costner
EE.UU., 2003, 139 minutos

Open Range (2003) de Kevin Costner


A diferencia de lo que ocurría en Bailando con lobos (1991), el gran éxito de público y crítica de Kevin Costner, coronado con siete premios Óscar, la posterior Open Range (2003) discurre por unos derroteros mucho más convencionales. De entrada porque la presencia de aborígenes norteamericanos brilla por su ausencia, tratándose de una historia entre colonos y ganaderos que dirimen sus diferencias a tiro limpio. Aunque también es cierto que, ya en pleno siglo XXI, la corrección política hacía inviable abordar según qué temas y de ahí que la pareja protagonista, en vez de congeniar con tribus indígenas, se dedique a salvar a un perro de morir ahogado o suelte, incluso, alguna que otra lagrimilla porque le han matado el suyo...

En todo caso, es éste un wéstern atípico por el hecho de haberse rodado en Canadá (concretamente en el estado de Alberta), lo cual le otorga una apariencia paisajística, en honor a su título original, de grandes espacios abiertos en los que el equipo de producción invirtió más de un millón de dólares en levantar un poblado desde cero, ya que a Kevin Costner no le gustaba ninguno de los que se hallaban en los contornos, si bien el lugar elegido estaba tan aislado que tuvieron que gastarse otros 40.000 dólares más sólo para construir una carretera que llegase hasta allí.



Aun así, la clave para comprender las motivaciones de Charley y Boss, interpretados respectivamente por unos Kevin Costner y Robert Duvall cuya química constituye una de las principales bazas de la película, reside en que a sus personajes no les mueve la sed de venganza, sino el afán de llevar a cabo un acto de justicia. De ahí que la trama se desarrolle a ritmo lento hasta desembocar en el clímax del tiroteo final, no sin antes recrearse en la belleza indómita de unos parajes que la excelente fotografía de J. Michael Muro capta con una paleta de tonalidades inspirada en la obra de pintores norteamericanos del XIX como, por ejemplo, los paisajistas del Oeste Albert Bierstadt y Frederick Edwin Church.

Por último, la presencia en el elenco de Annette Bening como Sue Barlow, la mujer que ofrece a Charley y a Boss el atisbo de un futuro más tranquilo, aporta una cuota de sensibilidad que la banda sonora de Michael Kamen no hace sino subrayar. Elementos de un filme crepuscular, a ratos incluso sombrío, en el que el eco clásico de Ford y Hawks (pero también del Clint Eastwood de Sin perdón) se traduce en dos espíritus libres que cabalgan juntos mientras conducen su ganado a través de la vasta pradera. Razón por la cual no dudarán en rebelarse contra las tropelías de un terrateniente tiránico cuando se adentren en los dominios de Denton Baxter (Michael Gambon).



viernes, 7 de noviembre de 2025

La dimensión desconocida (1959-1960)




Título original: The Twilight Zone
Directores: Douglas Heyes/Alvin Ganzer/Robert Stevens
EE.UU., 1959-1960, 25+25+25 minutos

La dimensión desconocida (1959-1964)


Hubo una época en la que las producciones televisivas rivalizaban con la industria cinematográfica a la hora de ofrecer formatos que, pese a la modestia de los medios con que eran realizados, pudiesen atraer igualmente el gusto del público. Tal es el caso de la mítica The Twilight Zone (1959-1964), serie de temática fantástica concebida para la CBS por el visionario Rod Serling (1924-1975), antiguo combatiente herido en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial que, además de firmar los guiones de numerosos episodios, solía aparecer también al principio de cada uno de ellos para presentarlos.

"Eye of the Beholder" (algo así como 'Perspectiva subjetiva') se emitió originariamente el 11 de noviembre de 1960. Se trata de un capítulo ya de la segunda temporada que plantea una insólita sociedad de individuos deformes en la que, por consiguiente, lo malo es ser guapo. Desde un punto de vista técnico, la puesta en escena queda magistralmente resuelta mediante el recurso de no mostrar el rostro de los personajes hasta el último momento. Sin embargo, lo más interesante no sería tanto la sorpresa final, sino las múltiples lecturas a las que se presta una historia en torno a temas como la identidad personal (recuérdese, a tal efecto, que persona, en latín, significa 'máscara') o la tiranía de las apariencias. El hecho, además, de que la protagonista oculte su rostro bajo un vendaje entronca con otros títulos de aquel entonces de similar atmósfera como Les Yeux sans visage (1960) de Franju o La cara de otro (1966) del japonés Hiroshi Teshigahara.



"The Hitch-Hiker" ('La autoestopista') destila un cierto aire onírico, en la línea de leyendas urbanas como la de la célebre chica de la curva, que prefigura el estilo de posteriores cineastas como David Lynch. En este caso es un inquietante desconocido el que se le aparece en repetidas ocasiones a la protagonista (Inger Stevens) durante un viaje en coche desde Manhattan hasta Los Ángeles. De nuevo una pirueta final, marca de la casa, nos reserva un giro inesperado de los acontecimientos cuando la mujer hace un alto en el camino y, desde una cabina, realiza una llamada telefónica a casa.

Por último, "Walking Distance" ('A poca distancia a pie') aborda el extraño viaje en el tiempo de un individuo (Gig Young) que, sin saber cómo, se halla de pronto en los lugares que marcaron su infancia en una pequeña localidad provinciana. Dotada de un aire evocadoramente nostálgico, en consonancia con la música incidental compuesta por Bernard Herrmann, la trama denota la influencia palpable del Bergman de Fresas salvajes (1957) al enfrentar al protagonista con los fantasmas de su pasado, en especial cuando éste visita a sus padres, quienes lo toman por loco.



martes, 4 de noviembre de 2025

Master and Commander: Al otro lado del mundo (2003)




Título original: Master and Commander: The Far Side of the World
Director: Peter Weir
EE.UU., 2003, 138 minutos

Master & Commander (2003) de Peter Weir


Son muchos y diversos los referentes de los que bebe Master and Commander (2003), superproducción histórica libremente ambientada en las profundidades del océano Atlántico a principios del siglo XIX, según lo expuesto por Patrick O'Brian en su exitosa saga de veinte novelas, con la que el australiano Peter Weir, director de la cinta, ponía el broche de oro a una filmografía en la que sobresalen títulos como Pícnic en Hanging Rock (1975), Único testigo (1985), El club de los poetas muertos (1989) o El show de Truman (1998).

Retomando el modelo de la mítica El motín de la Bounty (1935), en la que ya se explotaba el contraste entre las personalidades opuestas de varios oficiales de la Marina británica, los hechos acontecen a bordo de una fragata cuya singladura se ve continuamente entorpecida por los embates de otra embarcación mucho más potente, el temible buque corsario Achéron, de nacionalidad francesa. Planteamiento éste, heredero del enfrentamiento desproporcionado entre David y Goliat, que quizá resulte un tanto manido (de hecho está presente en infinidad de relatos, desde Moby Dick hasta El diablo sobre ruedas), aunque no por ello menos efectivo.



Majestuosa epopeya naval, pues, que trasciende el género de aventuras para ofrecer un retrato profundo e inmersivo de la vida a bordo de un buque de guerra en alta mar durante las Guerras Napoleónicas (los títulos de crédito iniciales sitúan la acción de la película en 1805). El capitán Jack Aubrey (un formidable Russell Crowe) se encuentra al mando de la fragata británica HMS Surprise y, pese a su talante un tanto rudo, demostrará ser un líder abierto de miras, capaz de escuchar y aceptar las propuestas de su tripulación. A tal efecto, resulta enormemente significativo el episodio en el que el marino adopta como estrategia defensiva el concepto de mimetismo que le ha escuchado explicar al doctor Stephen Maturin (Paul Bettany), cirujano de la nave, naturalista e intelectual, antecesor de Darwin en las Galápagos, que representa la mente científica y racional frente a la intuición y el deber militar de un hombre de acción como Aubrey.

De hecho, es la amistad entre ambos personajes, magistralmente ilustrada mediante la interpretación que los dos llevan a cabo, al violín y al violonchelo, de la "Música nocturna" de Boccherini, la que sirve como ancla emocional en medio de la brutalidad de la guerra. En ese sentido, el filme explora con sutileza la jerarquía, la superstición, el coraje y la camaradería que mantiene unidos a los miembros de ese microcosmos flotante que es la Surprise. Una historia a propósito del liderazgo y de las decisiones difíciles que se deben tomar cuando la vida de cien hombres pende de un hilo.



sábado, 1 de noviembre de 2025

La tragedia de la Bounty (1935)




Título original: Mutiny on the Bounty
Director: Frank Lloyd
EE.UU., 1935, 132 minutos

La tragedia de la Bounty (1935) de Frank Lloyd


Cinta de aventuras marítimas por excelencia, Mutiny on the Bounty (1935) ha terminado convirtiéndose además en un clásico inmortal que, con sus dos millones de dólares de presupuesto (todo un récord por aquel entonces), elevó el estándar del cine épico de Hollywood de la época. Ganadora del Óscar a la Mejor Película, esta superproducción de la Metro-Goldwyn-Mayer, con el sello inconfundible del productor Irving Thalberg, logró un impacto dramático que perdura hasta hoy sin haber perdido ni un ápice de su encanto.

La fuerza central de la película reside en el memorable enfrentamiento entre sus dos protagonistas: Charles Laughton, como el Capitán William Bligh (un tiránico, cruel e inflexible individuo cuya maldad fría y calculada sobre sus hombres genera repulsión en el espectador) y Clark Gable como Fletcher Christian, primer oficial de la nave que, movido por la defensa de la tripulación, se erige como el héroe. De hecho, el conflicto moral que aqueja a este último es, en realidad, el catalizador de la rebelión. A ellos se une Franchot Tone como Roger Byam, guardiamarina encargado de confeccionar un diccionario de tahitiano y que representa el dilema entre la lealtad y la justicia.



La película relata la travesía del HMS Bounty hacia Tahití a finales del siglo XVIII en busca del árbol del pan (con el que se pretendía alimentar a los esclavos) y el posterior y famoso motín a bordo. El director Frank Lloyd logra imprimir a la narración un ritmo ágil aprovechando localizaciones naturales de las islas del Pacífico que aportan un realismo documental impresionante para la época. Asimismo, la tensión dramática se construye magistralmente a través de las constantes humillaciones y castigos que Bligh inflige a sus subordinados, lo que hace que el inevitable clímax del motín constituya una liberación esperada.

Si bien el guion se toma algunas licencias históricas en favor del drama (especialmente en lo que concierne a la figura de Fletcher Christian como defensor de los derechos de la tripulación), su mensaje contra el abuso de poder mantiene plena vigencia. Lo cual, unido al mito del buen salvaje y a la idealización de un mundo paradisíaco habitado por bellísimas mujeres, hace de la cinta un hito ineludible del cine de aventuras y del cine clásico en general. Hasta el extremo de que su solidez narrativa, la calidad de su producción y el ya mencionado duelo interpretativo la convierten en la versión de referencia de esta conocida historia, incluso por encima de posteriores remakes.