Director: Jaume Balagueró
España, 2011, 102 minutos
Mientras duermes (2011) de Jaume Balagueró |
Un simple conserje, una comunidad de vecinos... El cine de Jaume Balagueró (Lleida, 1968) no necesita de excesivas complicaciones para armar una intriga que mantenga al espectador enganchado a la butaca de principio a fin del relato. Ya con la saga [REC], iniciada en 2007, e incluso antes, cuando firmó las no menos estremecedoras Frágiles (2005), Darkness (2002) y Los sin nombre (1999), demostró unas dotes especiales a la hora de discurrir por un terreno donde lo cotidiano encierra la semilla del mal.
Circunstancia que, en el caso de Mientras duermes (2011), tenía su principal baza en un espléndido Luis Tosar cuyo papel de portero aparentemente solícito e inofensivo oculta, en realidad, a un ser incapaz de ser feliz y, por ende, obsesionado con provocar el padecimiento ajeno. De modo que, con la impunidad de quien conoce hasta el último rincón del edificio, así como las rutinas de todos y cada uno de los vecinos que lo habitan, el malévolo César irá tejiendo las redes de su particular universo: unos dominios en los que Clara (Marta Etura) representa la mayor de sus fijaciones.
Pero la perversidad no es patrimonio exclusivo de semejante espécimen, sino que hay otros dos moradores en ese mismo inmueble que se las traen. Por una parte, la perversa niña Úrsula (Iris Almeida), siempre dispuesta a extorsionar a César a cambio de su silencio; por otra, el inflexible vecino del 4ºB (Carlos Lasarte), un viejo argentino que controla escrupulosamente el horario del conserje. En ambos casos, la teórica inocencia que se presupone tanto en la infancia como en la tercera edad queda desmentida con creces, por lo que la repugnancia que inspiran los dos personajes resulta aún mayor.
Aunque el progresivo desarrollo de la trama confirma que nadie llega a ser tan retorcido como César, la crueldad del cual se ceba especialmente con la cándida señora Verónica (Petra Martínez) y hasta con su propia madre, postrada en la cama de un hospital. Sin embargo, y es ahí precisamente donde radica uno de los méritos de esta película, llega un punto en el que el espectador se identifica con el "villano", por lo que desearíamos que no lo descubrieran bajo la cama de Clara o que incluso les diese su merecido a la cría y al abuelito toca narices. Aun así, el sadismo del personaje no tiene límites, como queda patente en un magistral giro de guion (obra del italiano Alberto Marini) que deja el final abierto.