Director: Lukas Dhont
Bélgica/Holanda/Francia, 2022, 105 minutos
Close (2022) de Lukas Dhont |
WE two boys together clinging,
One the other never leaving,
Up and down the roads going—North and South excursions making,
Power enjoying—elbows stretching—fingers clutching,
Armed and fearless—eating, drinking, sleeping, loving,
No law less than ourselves owning—sailing, soldiering, thieving, threatening,
Misers, menials, priests alarming—air breathing, water drinking, on the turf of the sea-beach dancing,
Cities wrenching, ease scorning, statutes mocking, feebleness chasing,
Fulfilling our foray.
Walt Whitman
Leaves of Grass (1891-1892)
Sin que quede muy claro en qué proporción es amor o simplemente amistad lo que se profesan el uno al otro (tampoco importa demasiado, francamente), los dos chicos protagonistas de Close (2022) toman el relevo de las maneras que ya apuntaba el belga Lukas Dhont en su ópera prima Girl (2018). No en vano, ambos filmes comparten temática (la no siempre cómoda identidad sexual durante la adolescencia), así como el hecho, nada desdeñable, de haber sido premiadas en el Festival de Cannes.
Aun así, la delicadeza de una puesta en escena que huye del más mínimo atisbo de morbosidad nos confronta ante una relación que, si bien acaba en tragedia, destaca más por lo que se intuye que no por unos sentimientos que ni los propios chicos, dada su corta edad, son capaces de identificar. Serán, en todo caso, los demás, ese infierno implacable del que hablaba Sartre en Huis clos, quienes siembren con sus comentarios homófobos de patio de colegio la cizaña que, a la postre, se acabará traduciendo en el distanciamiento entre Léo (Eden Dambrine) y Rémi (Gustav De Waele).
Por otra parte, se da la circunstancia de que en una cinta tan original como ésta concurren diversos factores que al espectador ajeno a la realidad belga quizá le pasen por alto. Se trata del detalle de que los dos amigos pertenecen a comunidades lingüísticas, la valona y la flamenca, cuya convivencia e incluso encaje territorial ha dado lugar a no pocas tensiones a lo largo de la historia. En ese aspecto, parece como si el realizador y su guionista habitual (de nuevo, Angelo Tijssens) hubiesen querido apuntar una lectura de fondo en clave alegórica apelando al buen entendimiento y/o conflictos recurrentes entre las principales regiones de aquel país.
Sea como fuere, lo único cierto es la innegable maestría de Dhont a la hora de captar el vacío que sigue al abrupto alejamiento vivido por dos seres aún demasiado inocentes como para saber gestionar los cambios propios de la pubertad. Momentos críticos que Léo deberá afrontar en solitario o, en un intento desesperado por dilucidar las cosas, procurando la compañía de la madre de Rémi, una puericultora (Émilie Dequenne) tan asustada como él ante la desgarradora ausencia de certezas. La escena final, con el joven corriendo sin rumbo a través de un campo de flores, se ha comparado con la huida desesperada de Antoine Doinel al término de Les quatre cents coups (1959).