lunes, 16 de junio de 2025

The Committee (1968)




Título en español: El Comité
Director: Peter Sykes
Reino Unido, 1968, 58 minutos

The Committee (1968) de Peter Sykes


A caballo entre lo surrealista y lo kafkiano, The Committee (1968) es hoy sobre todo recordada gracias a la banda sonora que unos primerizos Pink Floyd compusieron para la película. Rodada en blanco y negro y protagonizada por Paul Jones, cantante de los Manfred Mann, la cinta aborda la extraña historia de un joven que, tras cercenarle la cabeza con el capó de su propio coche al conductor que lo ha recogido haciendo autoestop, terminará acosado por una comisión de expertos que le provoca un hondo sentimiento de culpa.

Australiano de nacimiento, el cineasta británico Peter Sykes (1939-2006) debutaba en la dirección con este mediometraje cuyos personajes disertan a propósito de lo humano y lo divino dando pie a diálogos tan suculentos como el que sigue entre el director del Comité y el protagonista: "Hay quien cree que los criminales y los locos son los verdaderos héroes", a lo que el otro responde, "¿Por qué no en un mundo tan corrupto?"



Sin embargo, uno de los momentos estelares del filme tiene lugar durante una fiesta en la que actúan el histriónico Arthur Brown y su banda, The Crazy World of Arthur Brown: él ataviado con una corona de fuego y su característica máscara metálica mientras interpreta la canción "Nightmare" (aunque la fama, como todo el mundo sabe, le viene por otro tema: "Fire!", que en España versionaron Los Salvajes y en Méjico La Máquina del Sonido).

Una atmósfera inquietante y sombría, con ciertos toques de excentricidad psicodélica, refleja las obsesiones habituales de la contracultura de finales de los sesenta. De ahí el tono introspectivo y discursivo, hasta cierto punto existencialista, vagamente deudor del cine de Antonioni, de una cinta que aborda la lucha del individuo contra las estructuras burocráticas.

"Quiero que me diga lo que pasó en el bosque aquel día..."


domingo, 15 de junio de 2025

Crystal Voyager (1973)




Director: David Elfick
EE.UU./Australia, 1973, 78 minutos

Crystal Voyager (1973) de David Elfick


Interesante documental en torno al mundo del surf y, en particular, del surfista estadounidense George Greenough, quien narra los pormenores de su día a día a través de la voz en off que acompaña las imágenes. Y así, durante más de cincuenta minutos, asistimos al relato de cómo construye y da forma a sus tablas y a su propia embarcación en las costas del sur de California mientras de fondo suenan las canciones del australiano G. Wayne Thomas y su banda.

Sin embargo, Crystal Voyager (1973) da un giro en la última media hora de metraje, dejando de lado las audacias de Greenough sobre las olas para centrarse en la magnificencia submarina de las profundidades oceánicas. Con el acompañamiento musical de Pink Floyd y su mítico "Echoes", cara B del álbum Meddle (1971). Ni que decir tiene que la combinación entre imagen y sonido da como resultado una experiencia cercana a lo lisérgico, que es como debió de disfrutarse, por cierto, en su momento, cuando un público formado por fieles seguidores del conjunto liderado por Roger Waters tenía la oportunidad de disfrutar en pantalla grande de semejante espectáculo.



Conviene puntualizar que estamos hablando de una generación que ya había experimentado vivencias similares dejándose seducir por los viajes interestelares de la odisea espacial pergeñada por Kubrick en 2001 (1968). De modo que la unión de las aguas embravecidas y el rock progresivo de los Floyd, después de que un año antes hubiesen interpretado ese mismo tema en directo en las ruinas de Pompeya, perseguía provocar el mismo o parecido efecto sobre la audiencia.

A este respecto, los objetivos ojo de pez utilizados por el director David Elfick y su equipo aportan al encuadre una característica apariencia convexa no rectilínea. Lo cual, junto con la elegancia de las tomas a cámara lenta, constituye el rasgo más definitorio de un producto anterior a la existencia de los videoclips pero cuyo resultado, a grandes rasgos, vendría a ser similar. El grupo británico, de hecho, utilizó estas mismas imágenes en algunos de sus conciertos.



sábado, 14 de junio de 2025

Mimosas (2016)




Director: Oliver Laxe
España/Francia/Marruecos/Rumanía/Catar, 2016, 97 minutos

Mimosas (2016) Oliver Laxe


El reciente éxito de Sirât (2025) constituye una ocasión propicia para recuperar Mimosas (2016), segundo largometraje que dirigía el gallego Oliver Laxe, tras su ópera prima Todos vós sodes capitáns (2010), y que guarda no pocas similitudes con su última propuesta cinematográfica. Ambas, de hecho, están ambientadas en Marruecos y tanto la una como la otra plantean una travesía a través de escarpados paisajes montañosos.

En el caso que nos ocupa, dicho recorrido oscila, además, en épocas distintas. O eso por lo menos es lo que se desprende de las imágenes, ya que la caravana que conduce los restos mortales de un venerable jeque hacia su morada definitiva parece pertenecer a un mundo ancestral que poco o nada tiene que ver con el bullicio un tanto sórdido de la ciudad de la que parte Shakib, el elegido para socorrer a los protagonistas en tan trascendental trance.



A decir verdad, no quedan muy claras las motivaciones de los personajes en un filme cuyos silencios prolongados pudieran recordar a los de, por ejemplo, algunos de los primeros trabajos de Albert Serra. Sin embargo, es el halo de misterio e incluso misticismo que desprenden los viajeros (como Ahmed, que según Shakib tiene mirada de líder religioso) lo que verdaderamente imprime vigor al relato. Asimismo, la quietud del paisaje, magníficamente captada por Mauro Herce, director de fotografía y colaborador habitual de Laxe, se acaba erigiendo en la auténtica fuerza motora de la puesta en escena.

La soledad de las cumbres resalta la tensión entre la fe y la duda, la materialidad y la espiritualidad, en la misma medida que la voluntad del anciano de ser enterrado junto a los suyos en Sijilmasa, un lugar tan remoto como mítico, simboliza la conexión con las raíces, la tradición y el retorno a lo sagrado. Por eso mismo, la travesía a través de las escarpadas laderas del Atlas representa un viaje tanto físico como espiritual, un espacio de aislamiento y purificación que se convierte en el escenario idóneo para la búsqueda de la trascendencia.



viernes, 13 de junio de 2025

Sirât: Trance en el desierto (2025)




Director: Oliver Laxe
Francia/España, 2025, 115 minutos

Sirât (2025) de Oliver Laxe


Como Apocalypse now (1979) de Coppola o Lamerica (1994) de Gianni Amelio, Sirât (2025) pertenece a ese tipo de películas cuyos personajes avanzan hacia lo desconocido guiados por la locura de un viaje sin retorno. A este respecto, el motivo por el que Luis (Sergi López) y su hijo se unen a una caravana de ravers para adentrarse en las profundidades del desierto no deja de ser un macguffin, apenas el pretexto que hace avanzar la acción en un periplo que es más metafórico que real.

La transformación que experimentan todos los implicados en semejante odisea, misfits o desubicados del primer mundo por voluntad propia, oscila entre lo místico y lo lisérgico, aunque deriva también hacia una lectura más de tipo existencial en consonancia con los tiempos que corren, marcados por el nihilismo de un mundo globalizado y, por ende, desprovisto de sentido.



Los giros de guion inesperados terminarán de dar una vuelta de tuerca a lo que a priori pudiera parecer una simple road movie de tintes alternativos, para involucrar al espectador en esa misma travesía inmersiva rumbo hacia los abruptos confines de Marruecos con Mauritania que no deja de ser una auténtica exploración de la condición humana, vertiginosa y metafísica.

La fotografía de Mauro Herce, dotada de una textura cercana al analógico, tiñe la pantalla de ocres y tonalidades propias de la aridez del paisaje en el que transcurre la acción, un puente iniciático entre el paraíso y el infierno, tal y como sugiere el título en árabe de la película. Aunque también la banda sonora de Kangding Ray, trance de ritmos vibrantes de bajo, constituye un elemento crucial que contribuye a la atmósfera inquietante y envolvente de una cinta producida por la factoría Almodóvar y recientemente premiada/encumbrada en el último Festival de Cannes.



sábado, 7 de junio de 2025

Los Tortuga (2024)




Directora: Belén Funes
España/Chile, 2024, 110 minutos

Los Tortuga (2024) de Belén Funes


Si ya gracias a La hija de un ladrón (2019), su ópera prima, Belén Funes se alzó con el Goya a la dirección novel, Los Tortuga (2024) viene a certificar de una vez por todas el talento de una cineasta cuya mirada se centra insistentemente en lo cotidiano. De ahí esa etiqueta de "realismo social" que con tanta frecuencia se le aplica. Sin embargo, la geografía humana que Funes retrata en sus películas va más allá de una simple dicotomía reduccionista. Muy al contrario, su último trabajo oscila entre lo etnográfico y lo costumbrista, fiel reflejo de una época marcada por contrastes e injusticias en el seno de la clase trabajadora.

La historia de Delia (Antonia Zegers), una viuda de origen chileno que ha heredado el taxi de su difunto marido y es madre de una adolescente (Elvira Lara) a la que llama cariñosamente "Fideo" y que es estudiante de Comunicación Audiovisual. Lo cierto es que ni la una ni la otra han asimilado aún la muerte del padre/esposo, lo cual las coloca en la órbita de lo que Carla Simón planteaba en Estiu 1993 (2017). O incluso en la senda de la posterior Alcarràs (2022), a juzgar por la subtrama que tiene lugar en los moribundos olivares jienenses.



Una puesta en escena múltiple sitúa la acción a caballo entre diversos espacios, tanto rurales como urbanos, para dibujar el complejo mapa de relaciones humanas que entablan las distintas generaciones de una misma familia. Vínculos afectivos que en ocasiones rozan el conflicto, cierto, pero que dejan constancia, al mismo tiempo, de la propia solidez que los sustenta. Un buen ejemplo de esto último pudiera ser la tensa secuencia de los exvotos en la ermita y cómo lo que para unas es devoción cristiana para Delia no representa más que superstición o adoctrinamiento.

En ese sentido, muchos y variados son los temas que pretende abarcar la película, desde el desarraigo de quienes luchan por su supervivencia en el cinturón industrial de Barcelona, pero no se resignan a perder el contacto con la tierra de sus ancestros, hasta las protestas (de refilón, en una pantalla que se ve de fondo) de los jornaleros que no quieren que los campos se llenen de paneles de energía fotovoltaica. Aunque también están presentes la especulación inmobiliaria, que fuerza a madre e hija a pasar por el aro de las mafias del sector, la diversidad cultural de un microcosmos cuyos habitantes hablan lo mismo en catalán, castellano o rumano e incluso la pervivencia de formas de miseria que, como los reptiles quelonios del título, empujan a muchos habitantes de regiones deprimidas a emigrar con sus pertenencias a cuestas.



miércoles, 4 de junio de 2025

Jane Austen arruinó mi vida (2024)




Título original: Jane Austen a gâché ma vie
Directora: Laura Piani
Francia, 2024, 98 minutos

Jane Austen arruinó mi vida (2024) de Laura Piani


Los protagonistas de Jane Austen a gâché ma vie (2024) se hallan inmersos en una especie de ensoñación neorromántica, con un ligero toque campestre, muy propia de un determinado tipo de cine francés a caballo entre la comedia amable y unas ciertas pretensiones literarias. Eso es lo que sucedía, por ejemplo, en Primavera en Normandía (2014), filme dirigido por Anna Fontaine, donde el interés de varios de los personajes giraba en torno a Madame Bovary.

En el caso que nos ocupa, debut en el largometraje de la cineasta Laura Piani, es la joven Agathe (Camille Rutherford) la que vive obsesionada con la figura y la obra de la novelista británica que da título a la cinta. Hasta el extremo de lanzarse a escribir textos en inglés que imitan su estilo. Uno de ellos, por cierto, será seleccionado por la prestigiosa institución británica que gestionan los descendientes directos de la autora de Orgullo y prejuicio, lo cual se traduce en una invitación para que realice una estadía en el idílico emplazamiento de la campiña en el que aquélla tiene su sede.



Lo que allí acontece responde a los parámetros de una trama de enredo tirando a bobalicona, incluso superficial, si bien es ese toque desenfadado el que acaba determinando su propio encanto. De hecho, y más al tratarse de una ópera prima, mucho de lo que vemos en pantalla obedece seguramente a vivencias personales de la directora, quien en sus años de formación debió de ser alguien muy parecido a la protagonista en lo que a inseguridades y admiraciones se refiere.

En ese mismo orden de cosas, dos son las curiosidades mitómanas que ofrece la película. Por una parte, los títulos de crédito finales reproducen la misma tipografía que suele utilizar Woody Allen, con lo que el homenaje, por si el guion (escrito también por Laura Piani) no lo dejase lo suficientemente claro, parece más que evidente; por otra, la última secuencia (una lectura poética en una típica librería de viejo) contiene un insólito cameo del mismísimo Frederick Wiseman leyendo unos versos.



La trama fenicia (2025)




Título original: The Phoenician Scheme
Director: Wes Anderson
EE.UU./Alemania, 2025, 101 minutos

La trama fenicia (2025) de Wes Anderson


La enésima extravagancia de Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) tiene por protagonista a un controvertido hombre de negocios, capaz de mil y una argucias con tal de salirse siempre con la suya. Peripecias y contratiempos, las de este intrépido Zsa-zsa Korda (interpretado con bastante solvencia por Benicio Del Toro), cuya paleta cromática vuelve a insistir en las mismas tonalidades vintage de anteriores producciones de Anderson, sólo que esta vez, en lugar del habitual Robert Yeoman, el responsable de la fotografía ha sido el francés Bruno Delbonnel.

Queda claro, por lo tanto, que estamos ante la obra de un autor (Sorrentino sería otro caso similar) para quien lo visual prevalece sobre lo argumental. Disparatado, gratuito, poseedor de un universo propio tal vez genial, su estilo bebe, sin duda, de fuentes como el cómic o los cartoons. De ahí ese ritmo trepidante tan característico, plagado de guiños cinéfilos que van desde el aterrizaje de emergencia sobre un maizal que recuerda vagamente al de Con la muerte en los talones (1959) hasta la partida de cartas a lo Viridiana (1961) de la última secuencia.



Por lo demás, The Phoenician Scheme (2025) no deja de ser otro engendro sin pies ni cabeza, adorable en su afán monumentalista e intelectualoide al son de varias piezas de Stravinski. Se parece, incluso, en determinados momentos (por ejemplo, en las escenas de temática bíblica en blanco y negro) a algunas de las últimas propuestas del griego Yorgos Lánthimos. No en vano, también pulula por ahí, en un papel menor, Willem Dafoe, actor fetiche y predilecto de todo este tipo de cineastas, en cuyas películas se prodiga con bastante asiduidad.

Del oscuro y complejo entramado familiar que se adivina entre el refinado magnate y su hija (Mia Threapleton) mejor no decir mucho: a fin de cuentas, tampoco queda muy claro en un guion delirante repleto de diálogos que rozan lo autoparódico. Eso sí: como ya viene siendo habitual en las últimas entregas de su ya extensa filmografía, Anderson se rodea de una fabulosa y exuberante troupe de intérpretes entre la que sobresalen los nombres de Tom Hanks, Bill Murray, Scarlett Johansson, Benedict Cumberbatch y hasta Mathieu Amalric.