Director: Arturo Ruiz Castillo
España, 1952, 92 minutos
La laguna negra (1952) de Arturo Ruiz Castillo |
Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le aborrasca
el rostro, un tachón sombrío
como la huella de un hacha.
Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.
Hasta la Laguna Negra,
bajo las fuentes del Duero,
llevan el muerto, dejando
detrás un rastro sangriento,
y en la laguna sin fondo,
que guarda bien los secretos,
con una piedra amarrada
a los pies, tumba le dieron.
Antonio Machado
La tierra de Alvargonzález (1912)
Tras los títulos de crédito, una breve nota explicativa nos recuerda que "La Laguna Negra está en Castilla, pero esta historia pudo suceder en cualquier época y en cualquier lugar del mundo. Es la eterna tragedia de la codicia." Y a fe que la fuerza de los hechos narrados mantiene su interés intacto lo mismo hoy que ayer y que siempre. Porque el tema del parricidio, ya desde la antigua Grecia, es uno de los más recurrentes de cuantos concitan las pasiones humanas. Don Antonio Machado lo abordó, en prosa y en verso, como ejemplo de las miserias que tradicionalmente han solido acuciar a los habitantes de la España profunda. Ruralismo, el suyo, muy de corte noventayochista, en el que, junto con un regusto ancestral, se intuye el aliento de un cierto toque moderno, incluso freudiano.
La puesta en escena que propone Ruiz Castillo en la versión fílmica por él dirigida parte del hecho consumado, con la voz en off del difunto augurando calamitosas consecuencias a sus descendientes, y los dos hermanos —Juan (Tomás Blanco) y Martín (José María Lado)— con la mirada absorta sobre las aguas turbias en las que acaba de zambullirse el cuerpo sin vida de su padre. Mundo arcaico de costumbres atávicas en el que la violencia acecha ya desde el propio seno familiar.
Las abruptas cumbres de los Picos de Urbión, magníficamente fotografiadas por Aguayo, adquieren un aire todavía más sobrecogedor con el fondo orquestal que el maestro García Leoz compuso para acompañar las imágenes. Mientras tanto, lejos en la aldea, las mujeres se afanan ultimando las tareas del hogar, donde la silla vacía del finado se convierte en testigo mudo de las disensiones que, a partir de ese momento, van a sembrar la discordia entre los miembros de la familia.
Un vago expresionismo palpita en los ojos desorbitados de la intrigante Candela (Maruchi Fresno), así como en la culpa que aflora en el rostro de Juan. De hecho, a este último le atormenta el eco de los lamentos paternos que aún retumba en su conciencia y que Martín, mucho más despiadado, es incapaz de oír. Por contra, y en claro contraste con los tres urdidores del ominoso crimen, el alma cándida de los otros hermanos contribuirá a desagraviar la afrenta: Ángela (María Jesús Valdés), dando la voz de alarma desde el primer instante, y Miguel (Fernando Rey), que vino de Buenos Aires para poner una nota civilizada entre tantas rencillas. Y así, sentencia el juez local, "la justicia de Dios llegó más pronto que la de los hombres. Y ésa no se equivoca nunca".
No he visto la película, aunque sí he tenido la suerte de estar en la cima del Urbión y visitar la mítica Laguna Negra. Un paisaje tan bello como sobrecogedor tiene que ser en las circunstancias que Machado describe en su novela.
ResponderEliminarYo sí he visto la película, pero no he subido a la cima del Urbión. Aunque tú lo tienes más fácil para poner remedio: te basta con clicar el enlace que incluyo en la entrada.
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