sábado, 4 de noviembre de 2017

Nazarín (1959)




Director: Luis Buñuel
Méjico, 1959, 94 minutos

Nazarín (1959) de Luis Buñuel


Era de mediana edad, o más bien joven prematuramente envejecido, rostro enjuto tirando a escuálido, nariz aguileña, ojos negros, trigueño color, la barba rapada, el tipo semítico más perfecto que fuera de la Morería he visto, un castizo árabe sin barbas. Vestía traje negro que al pronto me pareció balandrán; mas luego vi que era sotana. «¿Pero es cura este hombre?» -pregunté a mi amigo, y la respuesta afirmativa me incitó a una observación más atenta. Por cierto que la visita a la que llamaré casa de las Amazonas, iba resultando de grande utilidad para un estudio etnográfico, por la diversidad de castas humanas que allí se reunían: los gitanos, los mieleros, las mujeronas, que sin duda venían de alguna ignorada rama jimiosa, y, por último, el árabe aquel de la hopalanda negra, eran la mayor confusión de tipos que yo había visto en mi vida. Y para colmo de confusión, el árabe... decía misa.

Benito Pérez Galdós
Nazarín
Primera parte, capítulo II

Dice Buñuel en Mi último suspiro: "Entre las películas que he realizado en Méjico, Nazarín es, ciertamente, una de las que prefiero" (página 210). Y no sólo él: Tarkovsky y John Huston también profesaron semejante predilección por el filme. Quizá porque esa ambigüedad tan del gusto de los tres se manifestaba aquí en todo su esplendor: efectivamente, la cinta no sólo sería premiada en Cannes sino que la Oficina Católica pensó en otorgarle un diploma, que don Luis rechazó, pero que el productor Barbachano viajó hasta Nueva York para recogerlo de manos de un cardenal... Situaciones muy buñuelianas, por otra parte, y que revelan la genialidad del de Calanda.



Rodada a finales de los cincuenta, Nazarín sería el primero de los textos galdosianos que adaptó libremente para la pantalla el director aragonés (Viridiana y Tristana completan la trilogía). Aunque la idea de un santón que, al pretender imitar la vida de Cristo, genera funestas consecuencias en su entorno más inmediato no era tan piadosa como creyeron algunos: la inspiración le vino, en realidad, del Marqués de Sade.

De modo que tras tanta limosna, penitencia y conducta ejemplar se escondía el mismo espíritu iconoclasta de siempre. Lo cual es de una coherencia total con el resto de su filmografía, donde los personajes puros acostumbran a ser devorados por la corrupción del ambiente. ¿Qué hay que ver, entonces, en la piña que una mujer le ofrece al Padre Nazario en la secuencia final y que él acaba aceptando entre titubeos tras haberla rechazado previamente? ¿Un remedo de la manzana de Eva? ¿Un entregarse a la tentación, hastiado por la maldad del mundo? Lo bueno del cine de Buñuel es que, como en la fórmula magistral que enunciara Billy Wilder, nunca se nos dice que dos y dos son cuatro, sino que simplemente se presentan unos hechos y es el espectador quien debe extraer sus propias conclusiones.

Por último, Paco Rabal (que adopta para su papel un particular acento seseante) trabajaba en esta ocasión por vez primera a las órdenes de su "tío", quien volvería a contar con los servicios del actor en la ya citada Viridiana (1961) y en Belle de jour (1967).


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