Título original: The Bad Seed
Director: Mervyn LeRoy
EE.UU., 1956, 126 minutos
La mala semilla (1956) de Mervyn LeRoy |
Hitchcock rechazó el proyecto; Billy Wilder quiso dirigirla, pero no le dejaron; Paul Henreid (el Victor Laszlo de Casablanca) intentó infructuosamente hacerse con los derechos de la obra teatral; a Bette Davis le habría encantado interpretar el papel principal, pero ya era demasiado mayor para encarnar a una madre... ¿Qué portento era éste que hacía suspirar a medio Hollywood? Pues ni más ni menos que la adaptación cinematográfica de The Bad Seed, la pieza de Maxwell Anderson que dos años antes había arrasado en los escenarios de Broadway con 334 representaciones.
De hecho, buena parte del elenco original repitió su papel en la película con idéntico éxito. Así, por ejemplo, la actriz Nancy Kelly, que recibiera un premio Tony por su interpretación de señora Penmark, fue también nominada al Óscar a la mejor actriz protagonista, mientras que sus compañeras de reparto Eileen Heckart y la niña Patty McCormack, antítesis de la Dorothy de El mago de Oz, corrieron suerte pareja en la categoría de secundarias.
Llegados a este punto, se hace necesario traer a colación la advertencia que figura al final de la película: "You have just seen a motion picture whose theme dares to be startlingly different. May we ask that you do not divulge the unusual climax of the story. Thank you." Vamos: que como sucedería al año siguiente en la magistral Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957), del ya mencionado Wilder, se le pide al respetable que, por el bien de futuros espectadores, haga el favor de no cometer spoiler. Evidentemente, no vamos a ser nosotros quienes profanemos semejante (e impactante) final, pero sí que merecería la pena tener en cuenta algunas consideraciones al respecto.
Éste es un filme que se atreve a abordar un tema hasta entonces tabú y al que Ibáñez Serrador volvería dos décadas más tarde en ¿Quién puede matar a un niño? (1976): la malignidad de un menor. En ese sentido, la aparente perfección de la pequeña (y odiosa) Rhoda (McCormack) no es sino la fachada de un ser perversamente malévolo cuyo egoísmo no tiene límites. Y es que, a pesar de sus impecables coletas rubias y su vestidito de organdí, la chiquilla tiene, sin embargo, más peligro que una piraña en un bidé... Pequeño (gran) problema: que el público de 1956 no estaba aún preparado para asumir que una niña de ocho años pueda ser una asesina impasible. Y de ahí esa extraña pirueta final, absolutamente teatralizante e innecesaria, con la que se pretende tranquilizar al espectador recordándole que lo que acaba de ver es tan sólo una ficción.
La versió teatral l'havien fet al Talía, amb gran èxit, el 1970. La pel·lícula crec que va trigar molt a estrenar-se, i no tan sols a Espanya, pel que comentes, això d'una nena assassina era un tema tabú. El paper de la mare crec que el feia Irene Gutiérrez Caba, al teatre.
ResponderEliminarNo en tenia constància de tota aquesta informació. Gràcies per compartir-la, Júlia!
EliminarEs de lo primero que me acordé cuando he visto el título de la reseña: de ese segundo final tramposo, con la endemoniada niña guiñando un ojo cómplice al público aún aturdido.
ResponderEliminarSaludos!
Pues anda que la madre dándole cachetes en el trasero... Hoy se consideraría incitación a la violencia.
EliminarGracias por tu comentario, Fernando, y hasta pronto.
Hola Juan!
ResponderEliminar¡Que buena pinta tiene! La niña desde luego me tiene un aire inquietante...jeje
Saludos!
Si no la has visto nunca, te gustará. Aunque el final te deje un poco a cuadros.
EliminarSaludos