Título original: The Invisible Man
Director: James Whale
EE.UU., 1933, 71 minutos
El hombre invisible (1933) de James Whale |
El desconocido llegó un día huracanado de primeros de febrero, abriéndose paso a través de un viento cortante y de una densa nevada, la última del año. El desconocido llegó a pie desde la estación del ferrocarril de Bramblehurst. Llevaba en la mano bien enguantada una pequeña maleta negra. Iba envuelto de los pies a la cabeza, el ala de su sombrero de fieltro le tapaba todo el rostro y sólo dejaba al descubierto la punta de su nariz. La nieve se había ido acumulando sobre sus hombros y sobre la pechera de su atuendo y había formado una capa blanca en la parte superior de su carga. Más muerto que vivo, entró tambaleándose en la fonda Coach and Horses y, después de soltar su maleta, gritó: «¡Un fuego, por caridad! ¡Una habitación con un fuego!» Dio unos golpes en el suelo y se sacudió la nieve junto a la barra. Después siguió a la señora Hall hasta el salón para concertar el precio. Sin más presentaciones, una rápida conformidad y un par de soberanos sobre la mesa, se alojó en la posada.
H. G. Wells
El hombre invisible
Traducción de Julio Gómez de la Serna
Como en tantas otras cintas de terror de la Universal, era Boris Karloff quien tendría que haber protagonizado la adaptación cinematográfica de El hombre invisible. Sin embargo, algunas divergencias de orden contractual con los estudios, además de un distanciamiento definitivo entre el actor y el director James Whale, propiciaron que el papel recayera en otro intérprete británico afincado en Hollywood, Claude Rains, cuya imponente voz resultó decisiva a la hora de decantarse por él.
Teniendo en cuenta que a los directivos de la compañía, con Carl Laemmle Jr. a la cabeza, lo único que les interesaba de la novela de H. G. Wells era el título (como gancho publicitario), son muchas las diferencias de la película con respecto al texto. Como, por ejemplo, la presencia de la prometida y el suegro del protagonista, personajes inexistentes en el libro y que aquí sirven para subrayar su condición de buen chico descarriado por culpa de una sustancia tóxica que lo mismo le proporciona la invisibilidad que le hace enloquecer.
James Whale, célebre por sus filmes sobre Frankenstein, combina en The Invisible Man el espanto habitual en este tipo de producciones con un extravagante sentido del humor que se hace patente en secundarios como la histérica propietaria de la posada (interpretada por Una O'Connor) o en esos exuberantes ramos de flores tras los que gimotea la abnegada Flora (Gloria Stuart).
El análisis atento del reparto permite descubrir en papeles menores a grandes intérpretes que, como John Carradine o Walter Brennan, adquirirían enorme relevancia en años venideros. Aunque lo verdaderamente portentoso de la cinta son sus efectos especiales, obra de John P. Fulton (1902–1966), el mismo genio que, dos décadas después, lograría que las aguas se retirasen ante Moisés en Los diez mandamientos (1956). Aquellas retinas de principios de los treinta, enormemente crédulas en comparación con las de cualquier espectador de hoy en día, debieron de quedarse petrificadas al contemplar que era aire lo que ocultaban las vendas del doctor Griffin...
Una vegada vaig escoltar en un programa de cinema que un gran actor com Claude Rains aquí és 'invisible'
ResponderEliminarÉs un joc de paraules enginyós, tot i que també s'ha de tenir en compte que portar el pes del paper, com fa ell, només amb la veu té força mèrit.
EliminarHola Juan!
ResponderEliminarMuy interesante la reseña. Desde luego lo de Fulton era para levantarle una estatua, muchos de sus trabajos son sorprendentes y de un nivel extraordinario teniendo en cuenta de los medios de la época. La película sigue siendo una delicia.
Saludos!
Como todos los clásicos de la Universal, "El hombre invisible" mantiene intacto su encanto.
EliminarUn abrazo.