domingo, 1 de abril de 2018

Un hombre y una mujer (1966)




Título original: Un homme et une femme
Director: Claude Lelouch
Francia, 1966, 99 minutos

Un hombre y una mujer (1966) de Claude Lelouch

Son escasas, por no decir infrecuentes, las películas parangonables a Un hombre y una mujer: así, a bote pronto, sólo se me ocurrirían títulos como Hiroshima mon amour o À bout de souffle y poca cosa más. Luego están, por supuesto, las innumerables tentativas (algunas a cargo del propio Claude Lelouch, todo hay que decirlo) que posteriormente trataron de emular el éxito obtenido por un filme no sólo galardonado con dos Óscar y merecedor de la Palma de Oro en Cannes, sino elevado a la categoría de mito gracias, entre otros elementos, a la celebérrima banda sonora de Francis Lai.

Hay, sin embargo, algo espontáneo (y, por lo tanto, inaprensible) en la forma de contar esta historia de amor. Una fuerza que brota de sus imágenes y que es el resultado de un método de trabajo austero, filmando la mayor parte de las veces en exteriores con la cámara al hombro, así como de la feliz sintonía entre un cineasta joven y la pareja de actores protagonista: a la sazón, Lelouch, Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant eran apenas unos treintañeros.



El principal hallazgo de la puesta en escena de Un homme et une femme radica en el hecho de que los personajes no necesitan verbalizar sus respectivas vivencias: lo que sabemos del pasado de esta pareja de viudos que se conoce un domingo por la tarde a las puertas del internado del que sus hijos son alumnos es fácilmente deducible a partir de los insertos, ilustrados con canciones o la voz en off de algún locutor de radio o televisión, que a tal efecto se incluyen.

Y cuando hablan (he ahí otro de los aciertos), no se ciñen a un guion aprendido de memoria, sino que se les da la libertad de improvisar, a veces recurriendo, incluso, a la técnica del monólogo interior. Algo a lo que habría que añadir la alternancia, motivada más por estrecheces económicas que por razones artísticas, entre escenas rodadas en color y en blanco y negro. Todo lo cual acaba por traducirse en una frescura ligeramente Nouvelle vague, pese a que Claude Lelouch no forme parte de la nómina de directores que integraron dicha corriente cinematográfica.


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