domingo, 29 de julio de 2018

Persona (1966)




Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1966, 80 minutos

El argonauta escandinavo

Persona (1966) de Ingmar Bergman


Son muy raros los filmes [...] o incluso fragmentos de filmes (menos queridos, más sinceros) que marcan los primeros pasos, tímidamente dados, hacia la revelación en la pantalla de una vida interior más profunda, con su perpetuo removerse, sus meandros embrollados, su misteriosa espontaneidad, su simbolismo secreto, sus tinieblas poco penetrables a la conciencia y a la voluntad, su inquietante imperio de sombras cargadas de sentimiento y de instinto. Este dominio, siempre nuevo, siempre desconocido, que cada uno lleva en sí mismo y del que cada uno llega, un día u otro, a asustarse, fue y es todavía para muchos el laboratorio donde el Diablo destila sus venenos.

Jean Epstein
"El pecado contra la razón. La imagen contra la palabra"
Le Cinéma du Diable (1947)
Traducción de Pablo Ires

Las palabras del siempre clarividente Jean Epstein nos vienen más que a propósito a la hora de dar con la esencia de uno de los títulos monumentales en la ya de por sí magna filmografía de Bergman. Porque, si bien fueron escritas veinte años antes del estreno de Persona, lo cierto es que prefiguran con sumo detalle la naturaleza inherente de unas imágenes que, a fuerza de ser deconstruidas, han acabado convirtiéndose en atemporales.

Efectivamente, hay muy pocos elementos en el filme que nos permitan ubicar la acción en un espacio y en un momento determinados. Cierto que Elisabet (Liv Ullmann) se sobresalta al ver por televisión un reportaje sobre la guerra de Vietnam. Aunque no es menos obvio que podríamos cambiar Vietnam por Siria y la secuencia seguiría provocando el mismo efecto.



Nos hayamos, por lo tanto, ante una película que, pese a superar el medio siglo de existencia, mantiene intacta la frescura del primer día. Algo a lo que sin duda también contribuyen la estilizada fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist, así como los prolongados silencios de una actriz teatral cuyo trauma por una maternidad frustrada no es inferior al que exterioriza la lenguaraz Alma (Bibi Andersson) a causa de una precoz experiencia sexual durante su adolescencia.

En cualquier caso, la osadía visual del realizador sueco, en la cúspide de su inventiva, resulta de una modernidad apabullante. Tanto es así que la progresiva identificación entre ambas mujeres a la que asistimos parece responder a uno de los interrogantes que el ya mencionado Epstein había lanzado en el mismo ensayo al que antes aludíamos: "¿Encontrará el cinematógrafo, también él, inventores corajudos, que le aseguren la plena realización de su originalidad como medio de traducir una forma primordial de pensamiento mediante un exacto procedimiento de expresión?" A lo que, acto seguido, el cineasta francés añade: "Esta conquista, como la de otro vellocino de oro, vale tanto como para que nuevos argonautas enfrenten la rabia de un dragón imaginario". Y ahí estaba Bergman, dos décadas después, dispuesto a hacer realidad la paradoja de un filme que tratase a la vez de la comunicación y del aislamiento, de la locura y de la lucidez, de duplicarse en otro que es, en definitiva, tu opuesto. Retos, todos ellos, que ya esbozaran los pioneros del cine mudo y que acreditan al director de Persona, en su esfuerzo por superar la lógica cartesiana en beneficio de una sintaxis más intuitiva, como un consumado argonauta escandinavo.


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