lunes, 27 de marzo de 2017

Sing Street (2016)




Director: John Carney
Irlanda/Reino Unido/EE.UU., 2016, 106 minutos

Sábado 25 de marzo

Sing Street (2016) de John Carney


Acabada la proyección, le dice una señora a otra con evidente entusiasmo: “Què és macaaa...!” Porque eso es lo que tienen las películas como Sing Street: que, por más que estén ambientadas en épocas de recesión económica, uno se va del cine con la sensación de haber visto una historia de lo más entrañable.

En la línea de Billy Elliot o de Full Monty, los muchachos de Sing Street se sienten realizados a través de la música, que representa para ellos una válvula de escape con la que evadirse de sus respectivas familias, a cuál más desestructurada. Estamos en el Dublín de los primeros años ochenta: en el contexto de un estricto colegio católico, Conor (Ferdia Walsh-Peelo) y sus compañeros deciden formar una banda a imagen y semejanza de Duran Duran, The Cure, Spandau Ballet o los suecos A-Ha, arriesgándose a suscitar las iras del severo Hermano Baxter (Don Wycherley) y las burlas de sus compañeros, incapaces de comprender que unos hombretones puedan maquillarse o teñirse el pelo.

Ni que decir tiene que la banda sonora del filme la conforman los éxitos de aquel período, encabezados por “Rio”, “In between days” o “Take on me” (esta última, curiosamente, también se colaba no hace mucho en el argumento de La La Land). Pero son los temas originales del conjunto escolar los que sirven de eje vertebrador de la trama, puesto que la mayoría de ellos cuentan con la bella Raphina (Lucy Boynton) como musa inspiradora.



Todo es posible de acuerdo con el planteamiento establecido por el director John Carney: el protagonista compone canciones como quien hace churros, se liga a la chica, ambos se marchan juntos a Londres en una barquita pese al temporal… ¿Qué puede frenar el ímpetu adolescente aparte de nuestra propia indecisión? De ahí la importancia que adquiere el personaje del hermano mayor (el filme, de hecho, va dedicado “a todos los hermanos”). Por su aspecto melenudo y adicción a la marihuana cabría pensar que se trata de un hippy trasnochado o de un fan del rock progresivo. Nada más lejos de la realidad, puesto que de la bien surtida discoteca que Brendan (Jack Reynor) atesora en su habitación irán saliendo los vinilos con las novedades que el benjamín deberá asimilar: “¡El rock es riesgo!”, le espeta tras hacer añicos el casete con versiones que éste le ha hecho escuchar. Es, asimismo, Brendan quien, viendo el mítico Pop of the tops frente al televisor, le descubre a Conor el potencial de John Taylor como bajista o el secreto de la paradoja “alegría en la tristeza” que encierran las letras de Robert Smith. Acaso porque Brendan se siente fracasado y, si pone tanto empeño en hacer de mentor de su hermano pequeño, es justamente para que no repita los mismos errores que a él le condujeron a ser un inútil.



Aunque en menor medida, en ese acelerado proceso de aprendizaje también juega un importante papel Eamon (Mark McKenna), con sus gafas de empollón y una peculiar obsesión por los conejos. Dentro del grupo será el genio en la sombra, multiinstrumentista y confidente de Conor mientras le pide que le aclare el significado de algunos versos a los que pondrá música con inusitada rapidez. Círculo que se cierra con la transformación del matón Barry (Ian Kenny) en eficaz roadie, muestra del poder milagroso que ejerce el arte hasta sobre los espíritus más elementales. Junto con el pelirrojo Darren (Ben Carolan), productor, cámara y lo que haga falta, o Ngig (Percy Chamburuka), toque exótico de los Sing Street, acabarán de conformar la particular nómina de frikis que protagonizan la película.



2 comentarios:

  1. realmente me gusto,las románticas no me convencen pero cuando pones música de los 80 todo cambia radicalmente. Buena peli

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    1. Sí, es muy entrañable: refleja bastante bien algunos aspectos de la adolescencia (por lo menos de sus mitos). ¡Gracias por comentar!

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