Título original: Une vie
Director: Stéphane Brizé
Francia/Bélgica, 2016, 119 minutos
El jardín de Jeannette (2016) de Stéphane Brizé |
Las primeras secuencias de Une vie nos sitúan en un marco espacio-temporal eminentemente decimonónico y rural; un mundo en el que la existencia discurre por unos cauces de absoluto sosiego y cuyos habitantes se dedican a regar las plantas de su huerto o a jugar plácidamente a las tablas reales en familia. En ese aspecto, el director Stéphane Brizé lleva a cabo un giro copernicano con respecto a su anterior largometraje (La loi du marché), cambiando las vicisitudes de un parado cincuentón que intenta reincorporarse al proceloso mercado laboral tras el cierre de la fábrica en la que trabajaba por la historia de una mujer inmersa en los vaivenes del siempre complicado arte de vivir.
Porque la Jeanne encarnada por Judith Chemla (nominada al Premio César a la mejor actriz por su papel) pertenece a la misma estirpe de ilustres heroínas atormentadas que Madame Bovary o Margarita Gautier. No en vano, se trata, como en aquellos casos, de un personaje literario, surgido, concretamente, de la imaginación de Guy de Maupassant y que ya fue objeto de una adaptación cinematográfica en 1958, dirigida por Alexandre Astruc.
Un marido infiel, un hijo pródigo, la traición de una amiga... He ahí los sinsabores que irán progresivamente despedazando la inocencia de la protagonista a lo largo de un relato fragmentado en el que se alternan escenas de un presente depresivo, cuasi suicida, con destellos puntuales de una felicidad remota; días plomizos en contraste con un pasado luminoso.
Aun así, no todo es pesadumbre en la existencia de esta mujer, puesto que Rosalie (Nina Meurisse), la misma criada que años atrás se dejó seducir por el señor de la casa, regresará, al cabo de los años, para hacerse cargo de la depauperada hacienda. Especie de ángel de la guarda para la avejentada Jeanne al que se unirá, ya en el desenlace, una última esperanza personificada en forma de recién nacido: el nieto que, acunado en sus brazos, parece justificar con su sonrisa beatífica las contrariedades de toda una vida.
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