Director: Manuel Gutiérrez Aragón
España, 1984, 108 minutos
Que un hombre se convierta en lobo es algo relativamente habitual (por lo menos las noches de luna llena y en lo que a la tradición del cine fantástico se refiere). Ahora bien: que un individuo sea, a la vez, humano y oso ya es menos frecuente. Lo que pasaría por la mente de Gutiérrez Aragón y del productor Querejeta cuando se pusieron a escribir este guion sólo ellos lo saben. Puede que haya algo de L'enfant sauvage de Truffaut, aunque muy tangencialmente. Quizá pretendieron emular la colaboración que ambos habían llevado a cabo una década antes con Habla mudita. Tal vez se inspiraron en alguna leyenda del folclore centroeuropeo. ¿Quién sabe?
Lo único cierto es que Feroz sigue siendo una película sorprendente más de treinta años después de su estreno, insólita en una cinematografía que, como la española, suele volar muy a ras de suelo y no hacer demasiadas concesiones a la imaginación. No en vano, dicha producción se saldó con un fracaso estrepitoso de crítica y de público. Pero ya se sabe lo que ocurre en estos casos: cuando un cineasta se avanza a su tiempo, planteando circunstancias que se salen de lo convencional, sus contemporáneos le suelen pagar con la indiferencia.
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Porque la historia aquí narrada tampoco es tan extraordinaria, por más que nos choque ver a un plantígrado tecleando en un ordenador, si la comparamos con otros títulos del panorama internacional: ahí está, por ejemplo, Otesánek (2000), del checo Jan Švankmajer, curiosa historia de un matrimonio sin hijos que decide adoptar... un tronco. O aquel episodio de Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo* pero nunca se atrevió a preguntar (1972) en el que Woody Allen hacía que Gene Wilder se enamorase de... una oveja.
Como vemos, Feroz es uno de esos títulos que merecerían ser rescatados del injusto olvido en el que se encuentran. Con esos doce minutos iniciales en los que no se pronuncia palabra alguna; con ese pobre inadaptado embutido en la piel de un oso, que no habla cuando es hombre y diserta cuando es animal, y al que la sociedad intentará domesticar sin éxito; en definitiva: por su original reflexión en torno a lo que significa cualquier proceso pedagógico.
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