domingo, 1 de octubre de 2017

El aire de un crimen (1988)




Director: Antonio Isasi-Isasmendi
España, 1988, 119 minutos

El aire de un crimen (1988) de Antonio Isasi


Una mañana de bronce apareció el cadáver de un hombre en la plaza de Bocentellas. Durante un par de días el suceso vino a incorporarse a la serie de extraños e inconexos acontecimientos que sucedieron aquel año desde la llegada del buen tiempo hasta mediado el otoño, cuando una precoz nevada cerró los puertos de montaña, incomunicó algunos pueblos y caseríos y canceló toda actividad en los piedemontes de Mantua y del Hurd.

Juan Benet
El aire de un crimen

Ha muerto Antonio Isasi-Isasmendi, el cineasta que en 1988 ponía el punto y final a su filmografía con la adaptación de El aire de un crimen, la novela homónima de Juan Benet. No puede decirse que sea la mejor ni tampoco la más significativa de las dieciocho películas que dirigió a lo largo de sus casi cuarenta años de carrera, pero, en todo caso, vale la pena destacar un reparto en el que sobresalían los nombres de Paco Rabal y Fernando Rey, por no mencionar a una jovencísima Maribel Verdú o al cantante Ramoncín haciendo de desertor.



Pese a lo aparentemente burdo de su argumento, basado en un feroz asesinato cometido en la España rural de los cincuenta, Isasi demuestra ser un realizador minucioso, preocupado por cuidar los pequeños detalles. Así, por ejemplo, los vehículos que vemos en pantalla llevan todos matrícula de RE: Región, la mítica comarca imaginada por Benet emulando el universo literario creado por Faulkner alrededor del condado de Yoknapatawpha. Y no es el único ejemplo. Resulta mucho más interesante, a nivel visual, la afición del Coronel Olvera (Rabal) de mojar los melindres en el café con leche, verdadero flash forward que anuncia cuál será su final. O el orujo con el que los lugareños obsequian al antipático juez (Agustín González), probablemente macerado en la misma tinaja que oculta el cuerpo del delito...

Sin embargo, le sobran a El aire de un crimen, eso sí, las escenas del inicio repetidas al final, por innecesarias y por alargar inútilmente un metraje que por poco no alcanza las dos horas. Como tampoco ha envejecido muy bien, que digamos, la ochentera banda sonora a base de sintetizadores compuesta por los aragoneses Aguarod y Fatás.


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