Director: Pedro Masó
España, 1981, 104 minutos
127 millones libres de impuestos (1981) |
La labor de Rafael Azcona como coguionista de 127 millones libres de impuestos (1981) se advierte enseguida por el tono coral de una puesta en escena que pudiera recordar a las del maestro Berlanga. No obstante, fue Pedro Masó el responsable de producir y dirigir esta sátira a propósito de un empresario de la construcción que, abrumado por las deudas, planea el falso secuestro de su abuela en connivencia con el resto de miembros de la familia.
Máximo accionista de la deficitaria Valgañón e Hijos, don Arturo (José Luis López Vázquez) carga con la responsabilidad de urdir un tinglado capaz de alejar a los acreedores y, al mismo tiempo, convencer a las autoridades policiales de la veracidad de los hechos. Contará para ello con la ayuda inestimable de su mujer (María Silva), su futuro cuñado (Agustín González), un hermano medio idiota (Julián Navarro), sus hermanas Celia (Amparo Soler Leal) y Pity (Amparo Baró) y hasta de su propio padre (Fernando Fernán-Gómez).
A decir verdad, la complicidad de todos ellos en semejante chapuza resulta por completo interesada, ya que quien más quien menos depende económicamente del dinero que les pasa Arturo. Razón de más para colaborar en una iniciativa que, si sale bien, les garantizaría seguir viviendo indefinidamente de gorra. Incluso la anciana doña Concha (Amelia de la Torre) se deja secuestrar con tal de percibir las dos mil pesetas que se juega a diario en el bingo.
Ni que decir tiene que hacerse pasar por los raptores y cobrar el cuantioso rescate dará pie a las situaciones más hilarantes, si bien el trasfondo particular que se trasluce tras tanto despropósito es el de una sociedad corrupta cuyos líderes empresariales, adeptos a la cultura del pelotazo, son los que peor ejemplo dan cuando se trata de hacer frente a sus obligaciones fiscales.
Ya entonces estaba en boga esto de eludir responsabilidades impositivas, pero se ve que hemos ido mejorando, para mal, claro.
ResponderEliminarDesde luego. De hecho, poco hemos evolucionado desde los tiempos de Lázaro de Tormes.
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