domingo, 5 de agosto de 2018

Niños del domingo (1992)




Título original: Söndagsbarn
Director: Daniel Bergman
Suecia/Dinamarca/Finlandia/Islandia/Noruega/Francia, 1992, 118 minutos

Niños del domingo (1992) de Daniel Bergman


Conforme avanza el ciclo que la Filmoteca dedica estos días a Ingmar Bergman y uno tiene ocasión de ir adentrándose en el personal universo del cineasta, resulta cada vez más evidente que el director sueco tendía a concebir la escritura como un ajuste de cuentas con los fantasmas de su pasado. En pocos de los alrededor de setenta y cinco guiones que dejó escritos (setenta de los cuales dirigidos por él mismo) no hay un hijo que le reproche algo a sus padres, un hermano que eche algo en cara a otro hermano o unos esposos que se recriminen mutuamente el origen de sus desavenencias.

¿Significa eso que Bergman era una especie de misántropo amargado? Pues podría muy bien haber sido así, aunque en lo que a nosotros respecta como meros admiradores de su obra baste con señalar el preciso conocimiento del alma humana que demostró en todas y cada una de esas historias.



Estrenada a finales de agosto del 92 y dirigida por su hijo Daniel, Niños del domingo guarda no pocas similitudes con Las mejores intenciones, otro guion de Bergman, en este caso llevado a la pantalla por su compatriota Bille August en octubre de aquel mismo año, y que también hurgaba en su pasado familiar. De hecho, esta última podría considerarse, hasta cierto punto, una especie de precuela de la película que ahora comentamos.

Porque si en aquélla se ocupaba de glosar cómo se conocieron sus padres, Söndagsbarn estaba más enfocada a analizar la infancia del futuro realizador, en concreto el verano de 1926, cuando Bergman apenas contaba, a la sazón, ocho años de edad. En ese sentido, las secuencias en las que el clan se reúne alrededor de la mesa para bendecir los alimentos que van a tomar recuerdan bastante a las escenas familiares de, por ejemplo, Fresas salvajes (1957), título al que, por cierto, se hace indirectamente referencia cuando la anciana Lalla les está explicando a los hermanos la historia del relojero suicida.

En ese contexto tan específico, el pequeño Pu, trasunto de Bergman y niño dotado de una sensibilidad especial por el hecho de haber "nacido en domingo", deberá enfrentarse, sin embargo, a las perrerías a las que es sometido por su hermano mayor (como zamparse una lombriz a cambio de algunos céntimos) y a la disciplina severa de un padre, pastor luterano, que, a su vez, no acaba de llevarse bien ni con su esposa ni con su suegra. El recorrido en bicicleta que ambos comparten en el tramo final del relato parece marcar, al fin, el cese de sus desavenencias, aunque sucesivos saltos temporales en forma de flashforward ya nos han ido mostrando que eso no será forzosamente así. Y todo ello para que, por último, nos surja una última duda, bastante lícita, por cierto: ¿cuánto de lo que hemos visto en esta película son, en realidad, reprimendas de Daniel contra Ingmar?


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