miércoles, 25 de mayo de 2016

El castillo de la pureza (1973)












Director: Arturo Ripstein
Méjico, 1973, 110 minutos

El castillo de la pureza (1973) de A. Ripstein

Buñuel, Ripstein, Haneke. O lo que vendría a ser lo mismo: El ángel exterminador (1962), El castillo de la pureza (1973) y El séptimo continente (1989). Tres filmes que comparten un mismo denominador común: el del grupo de personas con tendencias autodestructivas encerrado en un edificio. Una constante que, sin embargo, parece obedecer en cada caso a influjos distintos. Si en el primero de ellos a los confinados (unidos por su pertenencia a una misma clase social) los frena un impulso de raíz surrealista, las familias de las otras dos películas, en cambio, se diría que están más cerca de Kafka.

Pero las similitudes no se detienen ahí: El castillo, una de las novelas más conocidas del escritor checo, fue objeto de una adaptación televisiva que Michael Haneke dirigió en 1997, si bien los créditos finales de El castillo de la pureza nos recuerdan que Ripstein tomó el título de un ensayo de Octavio Paz. Por otra parte, los filmes de Buñuel y Ripstein no sólo comparten nacionalidad y ambientación mejicana sino que los actores Rita Macedo (1925–1993) y Claudio Brook (1927–1995) actúan en ambos.

Sea como fuere, el padre de familia  de El castillo de la pureza acaba siendo un déspota que, a la manera de la Bernarda Alba de García Lorca, condena a los suyos a vivir enclaustrados porque cree que preservarlos de los supuestos males que acechan en el exterior es lo mejor para ellos. Es, al mismo tiempo, un ser de doble moral, puesto que él sí que sale de la casa, en ocasiones para frecuentar la compañía de prostitutas. Asimismo, este Gabriel Lima se comporta con su mujer e hijos como una especie de severo maestro que los reúne para leerles sentencias filosóficas o recortes de prensa que abundan en la necesidad de no pisar jamás la calle y que los condena al cuarto oscuro cuando él considera que han osado rebelarse contra sus dictados. Dictador, profesor, gurú, al fin y al cabo, de una peligrosa "secta" de la que parece difícil escapar.

A nivel alegórico, son muchos los símbolos presentes en el guion de José Emilio Pacheco y Arturo Ripstein. Algunos muy evidentes, como los nombres de los hijos (Porvenir, Utopía, Voluntad), otros más subrepticios, como la incesante lluvia que vemos caer en el patio interior de la casa y que tiene su correspondiente paralelismo en la escena en que las hijas se duchan o en aquella otra en la que riegan a las ratas en sus jaulas. 

Claro que, en definitiva, estos últimos animales quizá nos aporten la clave de muchas otras cosas. ¿No hay acaso peor jaula que la propia morada cuando uno se ve forzado a permanecer continuamente en ella? Así pues, el clandestino taller dedicado a la fabricación del "raticida veloz Vulcano 214", en el que toda la familia anda empleada, no sería sino el reflejo de las relaciones tóxicas que la represión instaurada por la figura paterna ha ido fraguando entre ellos a lo largo de tantos años de reclusión.


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