Director: Ray Rivas
España, 1978, 85 minutos
El monosabio (1978) de Ray Rivas |
monosabio, bia
De mono y sabio.
1. m. y f. Taurom. Persona que ayuda al picador en la plaza.
Quienes no estén familiarizados con el mundo del toreo quizá desconozcan el significado del término monosabio. También es posible que a muchos otros el nombre de Ray Rivas no les sugiera gran cosa. Al que sí que conoce todo el mundo es a José Luis López Vázquez. Pues bien: en la película que ahora nos ocupa se dieron cita todos ellos; tres elementos tan dispares como un ayudante de picador, un director de cine norteamericano de padre gallego y el actor por antonomasia de cualquier comedia popular española que se precie.
Claro que el guion corrió a cargo de Pedro Beltrán y de José Luis Borau, lo cual explica el carácter entre tragicómico y esperpéntico de la historia que relata. También tiene mucho de quijotesco este Juanito que en su delirio de grandeza pretende convertirse en el apoderado de un torero promesa con el que sueña enriquecerse. Pero ni Rafael Gayango es Manolete ni el pobre Juanito ningún lumbreras. Los títulos de crédito iniciales ya nos advierten de ello mediante la marioneta de un mono que baila al compás de la música de José Nieto.
Sin embargo, nada ni nadie detendrán a Juanito en su afán quimérico. Solo la realidad, con su duro disfraz de plaza de toros de tercera categoría, se encargará de poner las cosas en su sitio. Lo cual no es óbice para que Juanito sea capaz, a sus años, de una última heroicidad, aunque de tan inútil resultado como el resto de su plan.
Aunque otra lectura posible del personaje pasa forzosamente por la picaresca. ¿O es que Juanito no ha obtenido de forma fraudulenta el dinero para llevarlo todo a cabo? Que se lo haya robado a su propia familia, que lo atesoraba para financiar el aborto de la hija mayor, a su vez embarazada de Rafa, el torerillo de marras, no hace sino añadir una nota sórdida a una historia ya de por sí rocambolesca.
Sería, incluso, posible ver el eco de uno de los episodios más célebres del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita en Antoñita Linares, la brava rejoneadora que se interpreta a sí misma en la película. Cuenta Juan Ruiz en sus cuatro cantigas de serrana cómo estas mujeres de proverbial fuerza sobrenatural asaltaban y a menudo hasta abusaban físicamente de los incautos viajeros que osaban adentrarse en los puertos de montaña controlados por tan feroces criaturas. En ese sentido, un similar peaje es el que habrá de pagarle Juanito a Antoñita en la habitación del hotel antes de la decisiva corrida.
Aunque otra lectura posible del personaje pasa forzosamente por la picaresca. ¿O es que Juanito no ha obtenido de forma fraudulenta el dinero para llevarlo todo a cabo? Que se lo haya robado a su propia familia, que lo atesoraba para financiar el aborto de la hija mayor, a su vez embarazada de Rafa, el torerillo de marras, no hace sino añadir una nota sórdida a una historia ya de por sí rocambolesca.
Sería, incluso, posible ver el eco de uno de los episodios más célebres del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita en Antoñita Linares, la brava rejoneadora que se interpreta a sí misma en la película. Cuenta Juan Ruiz en sus cuatro cantigas de serrana cómo estas mujeres de proverbial fuerza sobrenatural asaltaban y a menudo hasta abusaban físicamente de los incautos viajeros que osaban adentrarse en los puertos de montaña controlados por tan feroces criaturas. En ese sentido, un similar peaje es el que habrá de pagarle Juanito a Antoñita en la habitación del hotel antes de la decisiva corrida.
Pero a pesar de todo lo dicho, El monosabio es un filme que vale la pena reivindicar. Quizá porque su protagonista no deja de ser un Quijote capaz de llevar hasta las últimas consecuencias aquello en lo que cree, así como por el patetismo que transmite el ver arrastrarse por el polvo a un hombre ya entrado en años que se niega, sin embargo, a aceptar su propia decrepitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario