Director: Freddy Siso
Venezuela, 1985, 98 minutos
Diles que no me maten (1985) de Freddy Siso |
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabia bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado.
Juan Rulfo
«Diles que no me maten»
El llano en llamas (1953)
Uno de los aciertos principales de Diles que no me maten (1985), adaptación cinematográfica del cuento homónimo de Juan Rulfo, se debe al hecho de que, aun trasladando la acción desde el Méjico profundo hasta un pequeño enclave andino, resulta, sin embargo, una película profundamente venezolana. Mérito, sin duda, de su director y guionista, Freddy Siso, miembro de una insigne familia de cineastas que, gracias a su experiencia previa como documentalista, supo ampliar los límites del texto (de apenas ocho páginas) sin traicionar lo más mínimo la esencia del mismo.
Le añade, eso sí, una cierta dosis de realismo mágico al convertir a su protagonista, un campesino, padre de familia, llamado Juvencio Nava (Asdrúbal Meléndez), en experto en las propiedades de la semilla del helecho. Aunque, por encima de todo, se trata de una historia que aborda la relación conflictiva entre ese hombre y el arrogante cacique local, enemigo acérrimo de que las reses de Juvencio puedan pastar en sus terrenos. Pero la necesidad acucia y éste hace caso omiso de la prohibición, por lo que ambos llegarán a las manos con consecuencias fatales.
Por otra parte, la rudeza de los militares que detienen a Juvencio treinta y cinco años después de acaecido el crimen pone de manifiesto una lacra habitual en la mayor parte de sociedades latinoamericanas: la impunidad con la que actúa el ejército en los regímenes dictatoriales. Sobre todo si, como en este caso, el coronel encargado de juzgar al reo no es otro sino el hijo, sediento de venganza, de aquel odioso Pedro Ovando al que mataron a machetazos.
Violencia endémica e imposible de erradicar cuyos terribles efectos se muestran en pantalla cuando un desesperado Juvencio descubre a sus vacas decapitadas, pero que, en cambio, se resuelve de forma magistral en el momento culminante del fusilamiento, al disparar los soldados contra un muro que el espectador verá vacío...
Desconozco el cine venezolano, y me interesa. Esta película podría ser un comienzo.
ResponderEliminarSaludos.
Desde luego, Fernando. De hecho se trata de un país que atesora muchas más joyas fílmicas de lo que a simple vista pudiera parecer. A mi juicio, la gran obra maestra de aquella cinematografía es "Araya" (1959) de Margot Benacerraf.
EliminarSaludos.
Tiene mucho de esas terribles tragedias que tan bien retrataron algunos autores de la época. Lacras endémicas, abuso de poder, enfrentamientos dramáticos...
ResponderEliminarYa lo creo: la historia de aquellas regiones ofrece, por desgracia, demasiados ejemplos de todo ello.
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