Director: Roberto Gavaldón
Méjico, 1964, 105 minutos
El gallo de oro (1964) de Roberto Gavaldón |
La ilustre tríada de narradores latinoamericanos que coescribieron El gallo de oro (1964) —Carlos Fuentes, García Márquez y Juan Rulfo, a partir de una historia de este último— pudiera hacer pensar que se trata de una magnífica película acorde con la calidad que todos ellos acreditaron en sus respectivas obras literarias. Sin embargo, la puesta en escena del mejicano Roberto Gavaldón no pasa de ser un simple vehículo (magníficamente fotografiado en Eastmancolor, eso sí, por Gabriel Figueroa) al servicio de la cantante Lucha Villa. Razón por la cual, y sin que venga mucho a cuento, la susodicha se arranca por rancheras y corridos en no pocas ocasiones a lo largo de la trama.
En cambio, desde el primer momento se aprecia la innegable impronta rulfiana en la figura del pobre diablo que, de un día para otro, ve cómo cambia su mala estrella gracias a un gallo de pelea por el que a priori nadie daba un duro. En ese sentido, el bueno de Dionisio Pinzón (Ignacio López Tarso) constituye una presencia perfectamente reconocible para cualquier lector de Rulfo que entronca con la misma estirpe de perdedores que pueblan los relatos de El llano en llamas e incluso la fantasmal Comala de Pedro Páramo.
Por otra parte, tanto Gabo como Fuentes bromearían años después, y en más de una ocasión, a propósito de una absurda labor como guionistas que para ellos, avezados literatos aunque cineastas bisoños, se resumía en poner o quitar comas de los diálogos. Hasta el extremo de que apenas hay nada palpable, del uno o del otro, en la pantalla como no sean sus nombres en los títulos de crédito iniciales.
Aun así, la cinta se hace eco de una serie de elementos, algunos propios de la tradición esópica (como "la gallina de los huevos de oro", aquí revertida en su versión a lo macho) y otros procedentes del Méjico profundo (la madre muerta y la obsesión del hijo por honrarla con el ataúd más caro), que prevalecen sobre los sombreros charros y demás tópicos del folclore local. Curiosa mezcla, a la par que heterogénea, cuya moraleja, aplicada al protagonista, se resume en el refrán "El que nace para maceta no sale del corredor".
Una lástima que, por lo que cuentas, la impronta de estos tres genios de la literatura no quede reflejada en la película.
ResponderEliminarBueno, la de Rulfo un poco más. Pero se nota que fue un trabajo alimenticio más que otra cosa.
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