domingo, 21 de junio de 2020

Tierras lejanas (1954)




Título original: The Far Country
Director: Anthony Mann
EE.UU., 1954, 97 minutos

Tierras lejanas (1954) de Anthony Mann

Bajo la apariencia endeble de Jeff Webster (James Stewart) se esconde un individuo un tanto misántropo, independiente como nadie. Viene de conducir un enorme rebaño de ganado vacuno desde Wyoming y, una vez ya en Seattle, y a pesar de la acusación de asesinato que pesa sobre él, embarca junto con su socio Ben (Walter Brennan) rumbo a las frías tierras del Yukón canadiense. Lo cual no sólo marca ese carácter itinerante que es tan propio del wéstern, sino que además contribuirá a que los personajes queden integrados en un paisaje montañoso de glaciares y nieves perpetuas que, frente al habitual polvo de las praderas, resulta un tanto chocante, por poco frecuente, en este género fílmico.

The Far Country supuso la cuarta colaboración entre Mann y Stewart (la quinta, si se tiene en cuenta el biopic The Glenn Miller Story), dando lugar a una cinta, sobriamente filmada en Technicolor, en la que de nuevo se indagaba en torno a la condición humana mediante uno de esos conflictos morales tan del gusto de su director y del guionista Borden Chase. Y es que, llegados a Dawson City, ciudad convulsa por la fiebre del oro y la tiranía del perverso juez Gannon (John McIntire), el protagonista optará por mantenerse al margen, por más que dos mujeres tan distintas como Ronda (Ruth Roman) y la francófona Renée (Corinne Calvet) se disputen su amor y su ayuda.



No obstante, el teórico desarraigo de Jeff contrasta con el ansiado proyecto de su compañero Ben de que ambos se establezcan en Utah, adonde se retirarían para construir un rancho con las ganancias obtenidas gracias a sus inquietudes auríferas. Sueño dorado que la particular idiosincrasia de un enclave sin ley amenaza con echar a perder en el momento menos pensado.

Con su sombrero sudado y la campanilla pendiendo de la silla de montar, James Stewart se mete en la piel de uno de esos vaqueros psicológicamente complejos, tan habituales, por otra parte, en la filmografía de Anthony Mann. El hosco jinete al que las circunstancias obligarán a tomar partido, dejando de lado su egoísmo, y cuyo caballo (un magnífico e inteligentísimo ejemplar llamado Pie, es decir 'Tarta', y con el que el actor rodaría hasta diecisiete wésterns) acabará teniendo un inesperado protagonismo en el desenlace de la historia.


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