Director: William Wyler
EE.UU., 1959, 213 minutos
Ben-Hur (1959) de William Wyler |
La luna ascendía lentamente. Las tres altas y blancas figuras, corriendo con silenciosa pisada, por entre la luz opalescente parecían espectros que huyesen de unas tinieblas aborrecibles. De súbito, ante ellos, en el aire, encendióse una ondulante llama. Mientras la miraban, aquella aparición se condensó en un rojo de cegadora claridad. Sus corazones aceleraron sus latidos, sus almas se estremecían. Los tres gritaron como con una sola voz:
—¡La Estrella! ¡La Estrella! ¡Dios está con nosotros!
Lewis Wallace
Ben-Hur: una historia de los tiempos de Cristo (1880)
Traducción de Heliodoro Lillo Lutteroth
De las tres superproducciones cinematográficas que hasta la fecha se han llevado a cabo a partir de la novela del general unionista Lew Wallace (Indiana, 1827-1905) es ésta que ahora nos ocupa la más célebre y laureada (las otras dos serían la fastuosa versión dirigida por Fred Niblo en 1925 y la más reciente/olvidable de Timur Bekmambetov, estrenada en 2016). Filme monumental donde los haya, con sus más de tres horas de metraje, miles de extras y once premios Óscar, el proyecto nació, sin embargo, para salvar a la Metro de la bancarrota, tal y como ya había sucedido décadas atrás con su predecesora muda. En ambos casos, la jugada les salió redonda a unos ejecutivos que supieron extraer el máximo beneficio de la espectacularidad de las imágenes.
Conviene puntualizar, no obstante, que, antes de arrasar en Hollywood, la adaptación escénica de 1899 ya había triunfado en Broadway (de hecho, el recurso de no mostrar el rostro del Mesías no fue tanto un hallazgo de Wyler, sino un ardid de los empresarios teatrales para convencer al pacato Wallace de que accediese a venderle los derechos...). Entresijos de una historia a la que, como vemos, siempre ha acompañado el éxito y cuyo atractivo residía, básicamente, en contar la azarosa trayectoria de un príncipe judío caído en desgracia, la vida del cual discurre en paralelo a la de Jesús.
Pero a finales de los cincuenta el público exige más y más acción, de modo que, aparte de la batalla naval y las penalidades de los condenados a galeras, se puso toda la carne en el asador a la hora de plasmar en pantalla la vertiginosa carrera de cuádrigas en una impresionante reconstrucción del circo romano: sólo para esa escena, fue necesario invertir cinco semanas de rodaje, lo cual da una idea de las proporciones que acabó adquiriendo la producción.
Amigos en la niñez y rivales sobre la arena, el antagonismo entre Mesala (Stephen Boyd) y Judá (Charlton Heston), visualmente reforzado mediante el contraste de sus respectivos caballos, blancos y negros, quedará para la posteridad como uno de los momentos icónicos de la historia del cine. Enemistad que, curiosamente, ha terminado eclipsando el verdadero sentido del relato, que no es otro sino la exaltación cristiana que con tanto acierto supo captar la banda sonora, rebosante de trompas y coros celestiales, del húngaro Miklós Rózsa.
Conviene puntualizar, no obstante, que, antes de arrasar en Hollywood, la adaptación escénica de 1899 ya había triunfado en Broadway (de hecho, el recurso de no mostrar el rostro del Mesías no fue tanto un hallazgo de Wyler, sino un ardid de los empresarios teatrales para convencer al pacato Wallace de que accediese a venderle los derechos...). Entresijos de una historia a la que, como vemos, siempre ha acompañado el éxito y cuyo atractivo residía, básicamente, en contar la azarosa trayectoria de un príncipe judío caído en desgracia, la vida del cual discurre en paralelo a la de Jesús.
Pero a finales de los cincuenta el público exige más y más acción, de modo que, aparte de la batalla naval y las penalidades de los condenados a galeras, se puso toda la carne en el asador a la hora de plasmar en pantalla la vertiginosa carrera de cuádrigas en una impresionante reconstrucción del circo romano: sólo para esa escena, fue necesario invertir cinco semanas de rodaje, lo cual da una idea de las proporciones que acabó adquiriendo la producción.
Amigos en la niñez y rivales sobre la arena, el antagonismo entre Mesala (Stephen Boyd) y Judá (Charlton Heston), visualmente reforzado mediante el contraste de sus respectivos caballos, blancos y negros, quedará para la posteridad como uno de los momentos icónicos de la historia del cine. Enemistad que, curiosamente, ha terminado eclipsando el verdadero sentido del relato, que no es otro sino la exaltación cristiana que con tanto acierto supo captar la banda sonora, rebosante de trompas y coros celestiales, del húngaro Miklós Rózsa.
He perdido la cuenta de cuántas veces ví esta película... me encantan las producciones de esos años, más allá de errores, detalles y detractores que siempre hay.
ResponderEliminarMe gusta que traigas estas películas... un beso y buen fin de semana!
Y a mí me encanta (¿qué digo "encanta"?: ¡me conmueve!) que me escribáis desde la Argentina (o sea, desde la otra parte del mundo, como quien dice) para darle sentido a este blog.
EliminarGracias y hasta pronto.
Ainssssssssss Cinefilia... yo soy argentina pero te escribo desde más cerquita... estoy en Italia...🤷🏻♀️.
EliminarY me gusta tu blog porque también aprendo... te leo siempre... aunque a veces no comente (colpa mia 😟)
Nada que agradecer... repito, me gusta mucho pasar por aquí!
Buen finde!!!
Ah, d'accordo! In tal caso, è un piacere conoscerLa.
EliminarBesos,
Juan
Peliculón! Aunque hace más de una década que no la veo. No vendría mal repasarla.
ResponderEliminarEsta es una de las tantas películas en que una escena de los simpson se me viene a la cabeza apenas la mencionan. Aquella en que el Sr. Burns hace de Cristo y le da una botella de plástico con agua.
Abrazos Juan!
(creo que Alma es de nacionalidad argentina pero vive en Italia. Aunque tampoco lo tengo muy claro. Si ve esto que nos aclare a ambos jaja)
Pues no soy mucho de los Simpsons, aunque reconozco que tienen momentos especialmente divertidos.
EliminarRespecto a Alma, fíjate que ella misma se nos adelantó para aclararlo todo.
Gracias, una vez más, por vuestros comentarios.