Título original: Spartacus
Director: Stanley Kubrick
EE.UU., 1960, 184 minutos
Espartaco (1960) de Stanley Kubrick |
Se ha dicho tantas veces que Kubrick no la consideraba exactamente una película suya, al no haber podido tener pleno control sobre todos los elementos de la producción, que Spartacus terminó cayendo un poco en tierra de nadie, apenas un péplum recurrente para ser televisado, año tras año, por Semana Santa. De sobras es conocido, además, el episodio del despido de Anthony Mann, tras haber dirigido únicamente la secuencia preliminar en las minas de sal, así como la controversia generada en torno a la presencia en los títulos de crédito del guionista Dalton Trumbo, antiguo represaliado durante la caza de brujas del macarthismo.
Sin embargo, una superproducción de tal magnitud, con sus cuatro premios Óscar y un reparto estelar de intérpretes, destaca especialmente por una cuidadísima dirección artística en la que se nota el esmerado trabajo de documentación llevado a cabo a la hora de recrear aspectos tan específicos de la vida cotidiana en la antigua Roma como los lujosos interiores de inspiración pompeyana de las villas o incluso las termas y el propio Senado.
Minuciosidad que se observa, asimismo, en el combate privado de gladiadores que tiene lugar en la escuela regentada por Batiatus (Peter Ustinov), donde cada contendiente aparece perfectamente caracterizado según se trate de un reciario (armados con red y tridente) o de un mirmillón (provistos de espada tracia y escudo redondo). Y luego están las pequeñas genialidades, con el sello inconfundible de Kubrick, como hacer que los personajes de condición social humilde hablen con acento americano, mientras que los sofisticados patricios se expresan en un cuidado inglés británico. O el espectacular despliegue de las legiones, filmado en la Dehesa de Navalvillar, cerca de Colmenar Viejo (en Madrid), magistral puesta en escena que no figuraba en el guion original y que preludia algunos de los planos que podrán verse, años más tarde, en Barry Lyndon (1975).
¿De qué habla, en realidad, Espartaco? Evidentemente, de todo menos de romanos. A este respecto, conviene tener en cuenta que la rebelión de esclavos comandada por un antiguo gladiador simboliza, en primer lugar, la lucha titánica de un actor y productor (Kirk Douglas) que, al frente de la modesta Bryna Productions, pretende plantarle cara al imperio hollywoodense. Hay también muchísimo, lo apuntábamos más arriba, de crítica subterránea contra los poderes fácticos, que no sólo limitan la libertad de expresión, sino que están dispuestos a crucificar a todo aquél que se atreva a nadar contracorriente. Aunque, y ahí está ese momento antológico en el que, todos a una, se ponen en pie para clamar aquello tan célebre de "I'm Spartacus!", ésta es una película que encarna a la perfección el espíritu de camaradería, la lucha por una causa común a la que hay que permanecer fiel hasta las últimas consecuencias.
Hola Juan!
ResponderEliminarPoco que añadir a tu excelente reseña. Es posible que esta sea la primera película que vi del maestro, era muy habitual su pase por televisión, como bien apuntas sobre todo en fechas señaladas.
Curioso el asunto de los acentos, en la mayoría de ocasiones en las producciones americanas se solía en cierto modo ridiculizar a los personajes forzando ese acento "British".
Lo dicho, una autentica delicia que no me canso de ver.
Saludos y buen finde!
A mí me parece una obra maestra indiscutible, si bien tiene poco que ver con los proyectos más personales de Kubrick.
EliminarUn fuerte abrazo
viste de nuevo sus 3 horas? envejeció bien el film? que cosas hubiera cambiado Kubrick como para no estar tan satisfecho o no considerarla 100% suya...
ResponderEliminarKirk a pesar de lo que dicen de su sobreactuación era un monstruo hermoso. La imagen que mas me quedó de ésto no es del film en sí sino de un libro donde estaban los extras que hacían de muertos en el piso con un cartel con un número cada uno para tomar las indicaciones. 345! un poco mas a la derecha! jaja... saludos
Pues sí, JLO: enterita. Aunque debo decirte que a mí se me hace corta, lo cual demuestra cuán subjetiva es la percepción del tiempo. ¿Si envejeció bien? ¡Ni siquiera envejeció! Y respecto a por qué Kubrick no la consideraba del todo suya, la respuesta es bien simple: porque no pudo tener control absoluto sobre ella. Más que cambiar cosas, a él lo que le fastidiaba era tener que ceder a los caprichos de estrella de Kirk Douglas.
EliminarEn cuanto a la foto que mencionas (que, por cierto, estuve a punto de incluir en la entrada para acompañar al texto), ¿sabías que está tomada acá en España?
Gracias por tu comentario y tu entusiasmo kubrickiano.
No había caído en lo de los acentos; muy curioso. Y estamos de acuerdo en que, pese a la insistencia de Kubrick -un tanto maníaca-, en renegar de esta película, se trata de un título a reivindicar, quizás el único péplum que no ha envejecido. La puesta en escena es impecable y se nota la mano de Kubrick, tanto en la escena de la batalla como señalas, como en toda la parte de la escuela de gladiadores. Pero, además, el guión es extraordinario: la forma como engarza la historia de la revuelta de esclavos con el mensaje político -siempre vigente- que alerta sobre los peligros a que se enfrenta la democracia; y la parte final, cuando todos afirman ser Espartaco, incluso el momento en que Varinia muesta al protagonista, agonizando en la cruz, a su hijo liberto... Una gozada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ciertamente, Ricard. Y a todo lo que mencionas cabría añadir la excelsa banda sonora de Alex North que, incomprensiblemente, no ganó el Óscar. Sí que lo obtuvo, en cambio, la fotografía, aunque la historia tiene su miga: siendo, como era, un consumado fotógrafo, a la par que un egocéntrico irredento, Kubrick terminó por abrumar a Russell Metty hasta el punto de que éste solicitó que borraran su nombre de los créditos (cosa que, finalmente, no sucedió). El caso es que fue el propio Metty quien recogió la estatuilla, por un trabajo que, en realidad, no había hecho él, sino Kubrick.
EliminarSaludos