Director: Stanley Kubrick
Reino Unido/EE.UU., 1975, 185 minutos
Barry Lyndon (1975) de Stanley Kubrick |
Desde los días de Adán, apenas sí se ha causado en este mundo algún daño que no tenga su raíz en una mujer. Desde que mi familia se constituyó (y debe de haber sido muy cerca de los días de Adán; tan antiguos, nobles e ilustres son los Barry, como todo el mundo sabe), las mujeres han desempeñado un papel fundamental en los destinos de nuestra raza.
William Thackeray
Aventuras de Barry Lyndon
Traducción de Rafael Vázquez-Zamora
¿Qué añadir a los ríos de tinta ya vertidos a propósito de una obra maestra tan abrumadoramente irrebatible? Pues que, por ejemplo, la cola que se ha formado esta tarde para verla, en la Filmoteca de Catalunya, daba la vuelta a la manzana, de lo que se desprende que Kubrick sigue siendo un valor seguro, máxime cuando es su hija Katharina quien se ha desplazado hasta Barcelona para presentar la película y mantener un coloquio posterior con el público.
Luego, las más de tres horas de metraje de Barry Lyndon se pasan volando, con ese dechado de planos antológicos (raro es el que, por su elaborada composición, no recuerda a algún cuadro de Hogarth o de Thomas Gainsborough) y la delicada iluminación de interiores con la única ayuda de cuantiosas velas: pocos filmes en la historia del cine han alcanzado la perfección pictórica de éste. Para subrayar el valor iconográfico de la puesta en escena, Kubrick opta por utilizar el zum a partir de un punto fijo que se va expandiendo hasta convertir el encuadre en un gran plano general. Recurso del que se sirve una y otra vez y que es uno de los rasgos estilísticos definitorios de esta película.
Como lo son el cuidado diseño de vestuario y el protagonismo absoluto de la música de Schubert, pese a que su Trío para piano represente un verdadero anacronismo en una historia de ambientación dieciochesca. Lo importante, sin embargo, es que no desentona en absoluto, integrando su ya célebre melodía en el conjunto como si la partitura hubiese sido compuesta ex profeso para acompañar a las imágenes de la campiña inglesa.
Barry Lyndon es, por último, un tratado insuperable sobre el arribismo social, con esa voz en off que se avanza a los acontecimientos para, finalmente, dejar en el espectador una sensación de pesimismo, ligeramente teñida de ironía, a propósito de la condición humana. Lo cual, en realidad, no deja de ser una constante a lo largo de la filmografía del cineasta, si bien aquí, a diferencia de los arrebatos de 2001, se manifestaba con la indolencia de una clase social ociosa y decadente de la que el protagonista (Ryan O'Neal) representa el máximo exponente.
Una auténtica joya del cine.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ciertamente. Habrá que estar muy atentos a la exposición del CCCB, a ver qué sorpresas nos depara.
EliminarSaludos,
Juan