Título original: The Shanghai Gesture
Director: Josef von Sternberg
EE.UU., 1941, 95 minutos
El embrujo de Shanghái (1941) de Josef von Sternberg |
En cuanto entré, entendí que era diferente. Otros lugares parecen guarderías en comparación. Desprende un olor maligno. No creí que pudiera existir más que en la imaginación. Como una reminiscencia de pesadillas olvidadas. Aquí, todo puede ocurrir. En cualquier momento...
Las palabras con las que Poppy (Gene Tierney) describe el ambiente que se respira en el célebre casino de 'Madre' Gin Sling (Ona Munson) definen a la perfección el concurrido local, así como la propia ciudad asiática en la que transcurre la acción. Esa "moderna torre de Babel", según se había advertido previamente en los títulos de crédito iniciales, "refugio de los que desean vivir al margen de la ley, que ni es china ni europea ni británica ni americana, sino espejo deformado de los problemas que asedian al mundo de hoy en día".
Parece mentira cuántos sueños pueden llegar a condensarse en apenas noventa minutos y unas calles recreadas en estudio: The Shanghai Gesture (1941) pertenece a la misma estirpe que Casablanca (1942), Algiers (1938) o Morocco (1930), cintas, todas ellas, de título evocadoramente orientalizante, promesa de aventuras y exotismo con los que evadirse de la realidad. Circunstancia que en la España autárquica de la posguerra resultaba aún más cautivadora, si cabe, como lo demuestra el hecho de que Marsé titulase precisamente una de sus mejores novelas (luego adaptada por Fernando Trueba) El embrujo de Shanghái.
En el hervidero de ese crisol de culturas que es el casino de 'Madre' Gin Sling se dan cita pasiones de todo tipo, desde las especulaciones inmobiliarias de Sir Guy Charteris (Walter Huston) hasta las más insospechadas intrigas familiares. Y un dinámico Marcel Dalio ejerciendo de crupier un año antes de que la ruleta del Rick's café, en la ya mencionada Casablanca, lo inmortalizara definitivamente en ese rol. También Victor Mature, ataviado con un fez y tan inexpresivo como de costumbre, encarna al doctor Omar, mezcla de poeta arrogante y distinguido seductor que no dudará en afirmar, tratando de impresionar a la bella Phyllis Brooks, aquello tan manido de que "todos los caminos conducen a Shanghái".
Hasta treinta y dos versiones distintas hubo que llevar a cabo de un guion que finalmente convenciera a los responsables de la Asociación de Productores Cinematográficos y su estricto Código Hays. De hecho, la pieza teatral en la que se inspira la película se había estrenado en Broadway a principios de 1926. Pero como la trama estaba ambientada en un burdel, el proyecto se fue demorando a lo largo de quince interminables años durante los que ni siquiera el interés de Cecil B. DeMille logró que el proyecto fructificase. Finalmente, hubo de ser el intrépido vienés Josef von Sternberg (1894–1969) quien se encargó de dirigir un filme que, a la postre, sería de los últimos que pudo supervisar íntegramente antes de que su estrella se apagase y los ejecutivos hollywoodenses lo acabaran despidiendo de varios rodajes.
Lo dijo Trueba a propósito de la adaptación de la novela de Marsé que mencionas: Un título muy cinematográfico.
ResponderEliminarQue hasta la fecha jamás había tenido ocasión de ver. La ciudad asiática, por cierto, también inspiró uno de los títulos más célebres de Orson Welles.
EliminarJo tinc carinyo per Mature, no el trobo tan sonso com diuen, pobret.
ResponderEliminarPotser és que sovint el van encasellar en papers molt semblants (i un xic superficials). Però vaja, sí: no hi ha dubte que tenia el seu encant.
EliminarQue tal Juan!
ResponderEliminarPues otra (y ya son demasiadas...) que no he visto. Creo que este finde le voy a tener que quitar horas al sueño, a ver si me pongo al día con todos los deberes que me pones...jeje
Gracias y un saludo!
Bueno, Fran: tómatelo con calma. Ya sabes que yo soy muy voraz viendo películas. Espero que te gusten.
EliminarSaludos.