Director: Rafael Gil
España/Francia, 1973, 89 minutos
La guerrilla (1973) de Rafael Gil |
Lo de Azorín con el teatro recuerda remotamente a la relación que mantuvo Cervantes con la poesía: el hombre lo intentó en repetidas ocasiones (y no era un mal dramaturgo), aunque en vano se esforzaba en aparentar "la gracia que no quiso darle el Cielo..." El hecho es que, siendo un representante destacadísimo de la Generación del 98, no ha pasado a la posteridad precisamente por obras teatrales como La guerrilla, estrenada en el madrileño Teatro Benavente el 11 de enero de 1936. Su autor la concibió con la intención de mostrar que hasta en las peores tesituras hay lugar para el entendimiento. De ahí que la pareja protagonista estuviese formada por un oficial napoleónico (Marcel) y una joven labradora castellana (Pepa María) que se enamoran durante la invasión de 1808 a pesar de pertenecer a bandos enfrentados.
La versión cinematográfica que dirigiría años más tarde Rafael Gil, con guion de Rafael J. Salvia y el francés Bernard Revon, fue una coproducción auspiciada con motivo del centenario del nacimiento de José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967). La presencia de capital galo en la película explica un acercamiento a los hechos lo suficientemente ecuánime como para satisfacer a los espectadores de uno y otro lado de los Pirineos. Así, por ejemplo, se introducen episodios que no figuraban en el texto original, como la escena en la que Santamour (Jacques Destoop) salva a un niño de morir ahogado en el río, lo cual convierte al coronel en honorable, a diferencia del carácter profanador de sus tropas.
Guerra, amor y muerte se dan cita en un filme que, pese a estar bien contado, carece de la emoción que requerían semejantes temas. A este respecto, ni el ya mencionado Destoop ni mucho menos la debutante Julia Saly, alias "La Pocha" (célebre bailaora que acabaría trabajando en ínfimas producciones de terror a las órdenes de Paul Naschy), podían dar más de sí. No obstante, el mayor reclamo del elenco era un Paco Rabal que se mete en la piel de El Cabrero, líder de la guerrilla auspiciada por los ingleses (otra diferencia respecto al drama en tres actos de Azorín).
En definitiva, parece cine de los cuarenta, aunque filmado en tecnicolor, lo cual explica la indiferencia con la que la cinta fue acogida en el momento de su estreno. Un patrioterismo trasnochado —tanto como el régimen franquista que, a punto de llegar a su ocaso, aún fomentaba tales pastiches históricos— capaz de dejar perlas como la arenga que le suelta El Cabrero a Santamour: "Lo que sea de España, bueno o malo, lo haremos nosotros […] Ustedes quieren hacernos felices a tiro limpio. ¡Vamos, a la fuerza! ¡A golpazos! ¿Pero es que no se dan cuenta de que no se puede imponer una idea por la violencia? ¡Y menos a nosotros! Mal camino... ¡Mal camino! Para convencer. Y para vencer, ¡peor! ¡Y no hablemos más, amigo, no hablemos más...!" Ecos unamunianos que denotan un rechazo encarnizadamente frontal ante cualquier injerencia extranjera.
Son las formas lo que falla (bueno. algo más también), porque, en efecto, como dices, esta manera de contar las cosas había quedado démodé.
ResponderEliminarLas formas y que la película tergiversa el espíritu de la obra de Azorín, donde el bandolero sólo aparecía al final como encarnación del casticismo reaccionario (una clara premonición del alzamiento fascista que tendría lugar al cabo de pocos meses). En cambio, la versión cinematográfica confiere mayor peso a El Cabrero, hasta convertirlo en un personaje positivo.
EliminarHola Juan!
ResponderEliminarSi bien no he visto la película me imagino que había que vender el producto y envolverlo para tal fin. En todo caso aun con esas me imagino que siempre vale la pena su visionado.
Saludos!
Independientemente de las carencias que pueda presentar un filme de tales características, no deja de ser curioso que la obra de un cinéfilo declarado como Azorín sólo haya merecido una adaptación cinematográfica: ésta.
EliminarSaludos.