Directora: Eva Vila
España, 2013, 81 minutos
Bajarí (2013) de Eva Vila |
Ahora que su segunda película está en cartelera, es quizás el momento idóneo para comentar el bombazo que supuso, un lustro atrás, el debut de Eva Vila en la realización gracias al documental Bajarí (2003). Surgida del prolífico Máster de la Pompeu Fabra, la directora se adentraba con su ópera prima en la Barcelona caló para rescatar las esencias de una cultura cuyos principales rasgos identitarios se manifiestan a través del cante y del baile flamencos.
Aunque si hay una figura que aglutine de forma paradigmática dichas cualidades ésa fue la única, la irrepetible, la mejor bailaora de todos los tiempos: la grandiosa Carmen Amaya. La herencia artística de la cual sigue, por cierto, más viva que nunca a través de los muchos vástagos que ha dado la estirpe instaurada por la estrella del desaparecido Somorrostro.
Como Karime Amaya, sobrina nieta de la susodicha y uno de los activos principales del nuevo estilo flamenco que arrasa en el mundo entero, desde el turístico tablao El Cordobés de nuestras Ramblas hasta los más selectos escenarios de Japón o Méjico, país en el que nació en 1985 y del que regresaría para instalarse en la ciudad de su admirada mentora. Porque de eso trata, entre otras muchas cosas, Bajarí: del orgullo de pertenencia a una comunidad, de cómo el duende, misterioso e inefable, se transmite de generación en generación. Lo dice Karime en un momento dado: "Yo siempre he creído que la energía de mi tía está, que sigue con nosotros..." Y a buen seguro que algún pedacito de la misma perciben ella y su madre, la también bailaora Winny Amaya, cuando visitan en la Barceloneta la fuente dedicada a Carmen.
Pero el fenómeno capaz de robarle el corazón a todo el que vea esta película es, sin ningún género de dudas, Juanito, el benjamín del clan Manzano y futura promesa de los tablaos. Suyo es el protagonismo en las escenas más emotivas, aquéllas en las que, por ejemplo, el niño se entusiasma viendo las virguerías de que era capaz la Amaya en una célebre secuencia de Los Tarantos (1963) de Rovira Beleta o cuando su tío lo lleva a que le tomen las medidas para hacerle unos botines de charol rojo.
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