Director: Francisco Rovira Beleta
España, 1963, 83 minutos
Versión sui géneris de Romeo y Julieta, fue tal el éxito de Los Tarantos que llegó a eclipsar el resto de la producción de su director, el barcelonés Francisco Rovira Beleta (1912-1999). No en vano, el filme fue candidato al Óscar a la mejor película en lengua extranjera (premio que acabaría llevándose Fellini por 8½) y contaba, asimismo, con la presencia electrizante de la bailaora Carmen Amaya.
Se ha dicho que en esta película se ofrece una estampa del pueblo gitano más allá de los tópicos habituales, lo cual no es del todo cierto, ya que en ella sigue estando todavía presente la visión esencialmente romántica del gitano como sujeto de vida bohemia, a veces sólo pendiente de cantar y bailar o de batirse a navajazos en una reyerta con un clan rival.
La belleza de sus imágenes, sin embargo, es apabullante, como en el caso de la escena de Antonio Gades bailando de madrugada en las Ramblas, el plano imposible de un entierro filmado desde el interior de una tumba o el paseo póstumo de Juana y Rafael, alejándose de la mano hacia el horizonte un atardecer a orillas de la playa. Como puede observarse, y haciéndose eco de una tradición muy lorquiana, la muerte planea de continuo sobre los destinos de los personajes.
Se ha dicho que en esta película se ofrece una estampa del pueblo gitano más allá de los tópicos habituales, lo cual no es del todo cierto, ya que en ella sigue estando todavía presente la visión esencialmente romántica del gitano como sujeto de vida bohemia, a veces sólo pendiente de cantar y bailar o de batirse a navajazos en una reyerta con un clan rival.
Antonio Gades fotografiado por Colita durante el rodaje de Los Tarantos |
La belleza de sus imágenes, sin embargo, es apabullante, como en el caso de la escena de Antonio Gades bailando de madrugada en las Ramblas, el plano imposible de un entierro filmado desde el interior de una tumba o el paseo póstumo de Juana y Rafael, alejándose de la mano hacia el horizonte un atardecer a orillas de la playa. Como puede observarse, y haciéndose eco de una tradición muy lorquiana, la muerte planea de continuo sobre los destinos de los personajes.
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