Título original: The Petrified Forest
Director: Archie L. Mayo
EE.UU., 1936, 82 minutos
El bosque petrificado (1936) |
Et, ce qui est plus, quand la douleur au sujet de moi s'accroche
Grâce à la Fortune ou la fumée de la jalousie,
Votre doux œil doux bat ses menaces
Comme le vent souffle: une telle puissance se trouve dans votre œil.
Ainsi dans votre champ ma semence de récolte
Prospère, car le fruit est comme moi que je me suis mis;
Dieu me propose de la soigner avec une bonne éducation;
C'est la fin pour laquelle nous deux nous sommes rencontrés.
François Villon
Antes de ser llevada al cine por Archie Mayo, la obra teatral The Petrified Forest de Robert E. Sherwood había triunfado un año antes en Broadway con prácticamente el mismo elenco de actores. De hecho, tanto Leslie Howard como la entonces jovencísima Bette Davis ya habían coincidido en Cautivo del deseo (Of Human Bondage, 1934) de John Cromwell. De modo que la Warner se disponía a completar el reparto con Edward G. Robinson, una de sus estrellas más destacadas, para el papel del malo malísimo Duke Mantee. Pero fue entonces cuando Leslie Howard ejerció sus derechos de representación de la pieza para imponer a Bogart, entonces en los inicios de su carrera.
El bosque petrificado no puede negar sus orígenes teatrales, ya que la práctica totalidad de la acción tiene lugar en el espacio cerrado de un bar de carretera: el Bar-B-Q. Allí trabaja Gabrielle Maple (Davis), una camarera soñadora que lee los versos de Villon para evadirse de la triste realidad que la rodea. Por eso, su sueño de viajar algún día a Francia se verá reforzado con la llegada de un desconocido que responde al nombre de Alan Squier (Howard). Éste es un intelectual desengañado que, pese a sus refinadas maneras, no tiene ni un centavo. Aunque ello parecerá inspirar la compasión de la muchacha, quien no sólo no le cobra lo consumido sino que además le dará una moneda de un dólar.
Pero todo se complicará con la llegada de una peligrosa banda de gánsteres liderada por un diabólico individuo (atención a los cuernos del tocado indio colgado en la pared justo detrás de la cabeza de Mantee...) y que retendrá a los personajes como rehenes en el interior del local. Se inicia entonces un largo período de tensión que Squier comparará con la que se respira en las páginas de Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque. De todas formas, para Squier está bastante claro cómo actuar en un caso así, máxime si no tiene en gran estima a su propia vida...
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