Director: José López Rubio
España, 1946, 98 minutos
Secuela de Pepe Conde (dirigida también por José López Rubio en 1941 a partir de un personaje ideado por el dramaturgo Pedro Muñoz Seca), El crimen de Pepe Conde desarrolla en clave humorística un lugar común de la España profunda: lo que Joaquín Sabina llamaría "el señorito que se ríe de los catetos". El señorito en cuestión es el Marqués de Hinojos, quien concibe todo un complejo entramado con el único objetivo de burlarse a costa del ingenuo sevillano. A tal efecto, no dudará en proponer a Pepe un pacto con el mismísimo Lucifer para lograr los favores de la bella Reyes (Antoñita Colomé). Sólo que el supuesto diablo no es más que un hábil ilusionista conchabado con el Marqués para llevar a cabo la despiadada broma.
Se trata de una de las muchas comedias rodadas en la época para lucimiento de Miguel Ligero y la cuarta película producida por Cesáreo González (1903–1968), responsable de una extensísima nómina de títulos, siempre bajo el estandarte de la mítica Suevia Films. La ambientación sevillana y los números musicales folclóricos se combinan con ciertos elementos propios de las historias de terror, lo cual da lugar a una rocambolesca historia que en su día fue premiada por el Círculo de Escritores Cinematográficos.
Otro de los elementos de El crimen de Pepe Conde sobre el que merece la pena llamar la atención es que su protagonista sueña con dejar la pobreza en la que vive y, de hecho, se verá señor de una gran mansión y vestido con elegantes trajes, todo merced al engaño tramado por el Marqués, naturalmente. De todas formas, este delirio de grandeza es habitual en el cine patrio de los cuarenta y no pone de manifiesto sino la tremenda carestía que se estaba viviendo en la España de la autarquía. En ese sentido, hace algunas semanas comentábamos el caso similar de Los hijos de la noche, precisamente también con Miguel Ligero en el reparto.
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