Directora: Belén Funes
España/Chile, 2024, 110 minutos
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Los Tortuga (2024) de Belén Funes |
Si ya gracias a La hija de un ladrón (2019), su ópera prima, Belén Funes se alzó con el Goya a la dirección novel, Los Tortuga (2024) viene a certificar de una vez por todas el talento de una cineasta cuya mirada se centra insistentemente en lo cotidiano. De ahí esa etiqueta de "realismo social" que con tanta frecuencia se le aplica. Sin embargo, la geografía humana que Funes retrata en sus películas va más allá de una simple dicotomía reduccionista. Muy al contrario, su último trabajo oscila entre lo etnográfico y lo costumbrista, fiel reflejo de una época marcada por contrastes e injusticias en el seno de la clase trabajadora.
La historia de Delia (Antonia Zegers), una viuda de origen chileno que ha heredado el taxi de su difunto marido y es madre de una adolescente (Elvira Lara) a la que llama cariñosamente "Fideo" y que es estudiante de Comunicación Audiovisual. Lo cierto es que ni la una ni la otra han asimilado aún la muerte del padre/esposo, lo cual las coloca en la órbita de lo que Carla Simón planteaba en Estiu 1993 (2017). O incluso en la senda de la posterior Alcarràs (2022), a juzgar por la subtrama que tiene lugar en los moribundos olivares jienenses.
Una puesta en escena múltiple sitúa la acción a caballo entre diversos espacios, tanto rurales como urbanos, para dibujar el complejo mapa de relaciones humanas que entablan las distintas generaciones de una misma familia. Vínculos afectivos que en ocasiones rozan el conflicto, cierto, pero que dejan constancia, al mismo tiempo, de la propia solidez que los sustenta. Un buen ejemplo de esto último pudiera ser la tensa secuencia de los exvotos en la ermita y cómo lo que para unas es devoción cristiana para Delia no representa más que superstición o adoctrinamiento.
En ese sentido, muchos y variados son los temas que pretende abarcar la película, desde el desarraigo de quienes luchan por su supervivencia en el cinturón industrial de Barcelona, pero no se resignan a perder el contacto con la tierra de sus ancestros, hasta las protestas (de refilón, en una pantalla que se ve de fondo) de los jornaleros que no quieren que los campos se llenen de paneles de energía fotovoltaica. Aunque también están presentes la especulación inmobiliaria, que fuerza a madre e hija a pasar por el aro de las mafias del sector, la diversidad cultural de un microcosmos cuyos habitantes hablan lo mismo en catalán, castellano o rumano e incluso la pervivencia de formas de miseria que, como los reptiles quelonios del título, empujan a muchos habitantes de regiones deprimidas a emigrar con sus pertenencias a cuestas.
El pasado reciente y el presente que nos toca vivir.
ResponderEliminarAsí es por desgracia.
EliminarPues muy actual, así que lo de realismo social parece que le viene bien. No he visto ninguna película de esta directora. Tendré que ponerle remedio.
ResponderEliminarSaludos.
Ahora mismo es una de las cineastas más prometedoras del cine español.
EliminarSaludos.