sábado, 10 de septiembre de 2016

Delitos y faltas (1989)




Título original: Crimes and Misdemeanors
Director: Woody Allen
EE.UU., 1989, 104 minutos

Delitos y faltas (1989) de Woody Allen


La entrega anual de Woody Allen para 1989 fue este díptico en el que unía dos historias diferentes, una protagonizada por un prestigioso oftalmólogo que contrata los servicios de un sicario y la otra por un desmañado aunque tierno director de cine, pero con el denominador común del tema de la culpabilidad. Se trata de un método de trabajo que, años más tarde, volvería a ser utilizado por el neoyorquino en Melinda y Melinda (2004), en esta ocasión contando alternativamente la misma historia desde un punto de vista cómico y trágico.

En el caso de Crimes and Misdemeanors, sin embargo, la relación entre ambas tramas no parece, en principio, tan clara y probablemente no lo sea: quizá se trate de dos guiones que Allen había ido modelando por separado y que al final decidió convertir en una sola película. De ahí que la escena final, en la que los personajes interpretados por el propio Allen y por Martin Landau coinciden en una fiesta, parezca un tanto forzada.

Lester (Alan Alda), en el centro, es el típico triunfador insoportable
y pagado de sí mismo, en oposición a Cliff (Woody Allen), derecha,
que sería el perdedor entrañable

En todo caso, el filme contiene los mismos elementos y lugares comunes que, a modo de constante, se repiten obsesivamente a lo largo de toda su filmografía: la ciudad de Nueva York, la burguesía ilustrada, diálogos brillantes plagados de réplicas humorísticas, continuas referencias literarias, musicales y cinéfilas... Estas últimas no sólo se limitan a los insertos de escenas de películas clásicas que Cliff (Woody Allen) devora en un viejo cine de reposiciones en compañía de su sobrina o de Halley (Mia Farrow) sino que a veces son más sutiles, como cuando Judah (Martin Landau) visita la antigua casa familiar y contempla, compartiendo encuadre y diálogo, un ágape con su parentela judía que en realidad es parte de sus recuerdos. Dicho recurso es una referencia y un homenaje más que evidente a Fresas salvajes de Bergman (1957), donde el sueco revivía la infancia del doctor Isak Borg (Victor Sjöström) mediante el mismo sistema.

En conclusión, la moraleja de Delitos y faltas (expresada en las palabras del viejo filósofo sobre el que Cliff preparaba un documental) es que vivimos en un mundo frío y hostil que solamente se ve revestido de afecto por los sentimientos que nosotros mismos seamos capaces de proyectar en él. Algo que parece igualmente válido en el caso de la culpa que asalta a Judah Rosenthal: si aflora es porque de pequeño le inculcaron que los ojos de Dios nos vigilan continuamente.

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