Director: Jaime de Armiñán
España, 1994, 105 minutos
Al otro lado del túnel (1994) de Jaime de Armiñán |
Dos guionistas se instalan en un vetusto monasterio oscense con la intención de escribir una historia romántica ambientada en la brumosa Escocia. Pero a medida que vayan transcurriendo los días, se darán cuenta de que la delgada línea que separa la realidad de la ficción puede deparar innumerables sorpresas. Para empezar, porque un monje metomentodo (Rafael Alonso) no para de inmiscuirse en sus asuntos. Aunque va a ser una joven panadera (Maribel Verdú) la que los lleve de cabeza con sus argucias, hasta el extremo de que ambos queden prendados de los encantos de la moza.
El viejo Miguel Marcos (Fernando Rey), escritor consagrado y cascarrabias irredento, representa al olmo hendido por el rayo al que, sin embargo, la presencia inesperada de la joven Mariana sumirá en una especie de letargo melancólico de pasión reverdecida que no es sino la antesala de su particular canto de cisne: la última vez que se enamora, cautivo en las redes de una circe rural cuyas maquinaciones contribuyen a certificar la impotencia del hombre antes de que éste se adentre en las profundidades tenebrosas de un viaje definitivo que lo conduzca "al otro lado del túnel".
Amparándose en el vigor de su juventud, el mejicano Aurelio (Gonzalo Vega) constituye el tercer vértice de este particular triángulo. Hijo de exiliados republicanos, su indiscreción propicia que todo el pueblo ande al corriente del desarrollo argumental que proyecta junto a su colaborador en la soledad del convento-hotel. Y aunque carezca de la destreza que permite a su socio arrancar dulces melodías del órgano monástico, Aurelio se deja seducir por el hechizo de Mariana, dando así pie a que la personalidad de ésta, con la ayuda subrepticia de su madre (Amparo Baró), se inmiscuya en la trama hasta suplantar a la heroína original.
Porque este divertimento de Jaime de Armiñán, personal homenaje en clave satírica, con ribetes de work in progress, a sus muchos años de labor cinematográfica, tiene algo de juego cervantino: la caricatura con la que el experimentado (y cabe suponer que también, y sobre todo, escarmentado) hombre de cine se dispone a hacer mutis por el foro con un sutil corte de mangas que bien pudiera ser la certificación, repleta de sarcasmo o de una profunda sabiduría senequista (vaya usted a saber) del célebre verso de Gil de Biedma: "Envejecer, morir, es el único argumento de la obra…"
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