Título original: The Shootist
Director: Don Siegel
EE.UU., 1976, 100 minutos
El último pistolero (1976) de Don Siegel |
La noticia del fallecimiento de la reina Victoria copa la portada de los periódicos locales el mismo día que J.B. Books llega a la ciudad. Impresionado por la magnificencia con que la soberana británica se ha despedido del mundanal ruido, el viejo pistolero, sabedor que padece un cáncer en fase terminal, resolverá en su fuero interno urdir un plan que le permita marcharse con semejante dignidad.
También John Wayne fue, a su manera, un monarca (pese a que su alias fuese El Duque): un ídolo de masas que, tras haber participado en casi doscientas películas (dos de ellas —El Álamo, 1960 y Boinas verdes, 1968— dirigidas por él mismo), ponía el punto final a su carrera con este wéstern crepuscular que tantos paralelismos plantea con la delicada situación personal que el actor estaba atravesando en aquel entonces.
Aunque Wayne, que fallecería tres años más tarde a consecuencia de un cáncer de estómago, no es la única vieja gloria del reparto de The Shootist: Lauren Bacall encarna a Bond Rogers, la viuda que le alquila una habitación (lo de Bond, por cierto, era un claro homenaje a Ward Bond, el mítico secundario fallecido en 1960) y un James Stewart algo abatido por el peso de los años y sus problemas de sordera interpreta al doctor que se ve en el apuro de tener que diagnosticarle la terrible enfermedad a Books. Todos ellos, como John Carradine (en un fugaz papel de enterrador) o Richard Boone (Sweeney), fueron imposiciones del viejo Duke, quien no dudaría en enfrentarse con el director Don Siegel, por éste y otros temas, hasta salirse con la suya.
Veteranos en el ocaso de sus días que compartieron cartel con un jovencísimo Ron Howard (Gillom), el mismo que, con el devenir de los años, se acabaría convirtiendo en el afamado director de títulos como Una mente maravillosa (2001), El código Da Vinci (2006), el documental The Beatles: Eight Days a Week (2016) y la reciente (y, en opinión de muchos, fallida) Han Solo (2018). En El último pistolero Howard es apenas un crío, aunque no le tiembla el pulso a la hora de darle la réplica a toda una leyenda (dentro y fuera de la pantalla) que no sólo le enseñará a mejorar su puntería sino que, en un acto de enorme simbolismo, le venderá su caballo poco antes del fatal desenlace, convertido así en el improvisado testigo (real y alegórico) que la vieja guardia del viejo Hollywood le pasaba a una nueva generación de intérpretes y cineastas.
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