Director: José Luis Sáenz de Heredia
España, 1971, 99 minutos
Los gallos de la madrugada (1971) |
Ya en el último tramo de su prolífica carrera como director, José Luis Sáenz de Heredia (1911–1992) aún tendría ocasión de firmar Los gallos de la madrugada (1971), cinta de suspense con apariencia de drama costero. Los hechos se sitúan en el litoral almeriense, en cuyas aguas aparece flotando el cuerpo sin vida de una joven llamada Lola (Concha Velasco). Se inician, a partir de ese instante, las diligencias para levantar el cadáver y esclarecer los motivos de su fallecimiento, lo cual da pie a continuos saltos temporales que nos permitan reconstruir quién fue Lola y qué relación la unió a los distintos hombres de su entorno. Por supuesto, todos ellos son sospechosos en mayor o menor grado.
Sensual y provocativa, la irrupción de Lola en el pueblo levanta a su paso un torbellino de pasiones, escandaloso y rebosante de alegría en un primer momento, pero que acabará teniendo fatales consecuencias. Su amancebamiento con un hombre mayor (Alfredo Mayo) acarrea numerosos problemas cuando el hijo de éste, Paco (Tony Isbert), regresa del servicio militar. Sobre todo porque enseguida nace entre ambos una peligrosa atracción fatal que ella, especie de Fedra moderna, se toma a broma mientras que a él le supone una continua fuente de fricciones con el padre, furiosamente celoso.
Aun así, el personaje más atractivo de cuantos pueblan las áridas planicies del Cabo de Gata es, sin lugar a dudas, el viejo afilador (Fernando Fernán-Gómez). De su sabiduría de séneca estoico dan buena fe las constantes sentencias que brotan de su boca de vagabundo observador que mira "la arena, los caminos, los pueblos, los postes del telégrafo, la risa de las viudas", pero que detesta "las tapias, las cercas, las empalizadas... porque por las noches gritan '¡Por aquí no se pasa!' '¡Prohibido!' '¡Cerrado el paso!' '¡Esto es mío!' '¡Mío!' '¡Mío!' '¡Mííío!' '¡Mííío!'"
Un paisaje de casas enjalbegadas, acantilados pedregosos y guardiaciviles de negro tricornio, calado hasta las cejas, enmarca la acción. También parroquianos de boca desdentada que matan las horas jugando a las cartas en la taberna. De averiguar quién mató a la chica se ocupa el juez (Manuel Díaz González), forastero atildado al que la extraña sapiencia del afilador, pese al tono un tanto insolente que destila, resultará de enorme ayuda. Y poco más: bajo un sol de justicia, el eco del páramo propaga eternamente la voz de Lola, aunque nadie la pueda escuchar si no es algún quijote errabundo.
En principio, parece que puede tener su atractivo.
ResponderEliminarSí, aunque sin pasarse.
EliminarLa vi hace poco por televisión, confieso que sin mucho entusiasmo. El personaje de Concha Velasco me pareció exagerado hasta la caricatura, y lo mismo podría decir del de Fernán Gómez, filósofo de andar por casa (aunque sin casa). Todo muy de trazo grueso, aunque supongo que, en la época, debió causar cierto revuelo por su carga erótica.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como (casi) siempre, estamos de acuerdo, Ricard. Da un poco la impresión de que Sáenz de Heredia pretendió hacer una película de autor, aunque el resultado fue un tanto de brocha gorda o, como dices tú, "de trazo grueso".
EliminarUn abrazo.
Hola Juan!
ResponderEliminarLa desconocía y creo que no me corre prisa verla, tengo otras en la lista de "pendientes". Anda que no rompió corazones Concha Velasco...
Saludos!
Comprendo que no te corra prisa, Fran. Pero, aun así, una película en la que esté Fernán-Gómez siempre vale la pena.
EliminarSaludos.