Título original: Les fantômes d'Ismaël
Director: Arnaud Desplechin
Francia, 2017, 135 minutos
Los fantasmas de Ismaël (2017) de Arnaud Desplechin |
¿Cómo definir una película que es de todo menos convencional? Baste decir que se trata de un filme de Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960) y ya no hará falta añadir nada más. Hay, eso sí, en Les fantômes d'Ismaël diversos estratos sobre los que se irá saltando de un modo tan caprichoso como inesperado. Así, por ejemplo, la acción arranca en un cónclave de espías que se preguntan por el paradero del misterioso Ivan Dédalus (Louis Garrel), su agente más avispado, aunque luego resulta que ello no era más que la visualización de los diálogos que Ismaël, cineasta profesional, está escribiendo para su próximo proyecto.
Este Dédalus es, según parece, el hermano de un personaje que lleva años transitando a lo largo de la filmografía de Desplechin y cuyo nombre aparece, además de aquí, en Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) (1996), Un conte de Noël (2008) y la más reciente Trois souvenirs de ma jeunesse (2015). Casi siempre interpretado por Mathieu Amalric, si bien el actor se mete, en esta ocasión, en la piel del ya mencionado Ismaël Vuillard (y Vuillard era, por cierto, el apellido de la familia que se tiraba los trastos a la cabeza en Un cuento de Navidad).
Carlotta (Marion Cotillard) e Ismaël (Mathieu Amalric) |
Todo conectado, pues, aunque no por ello más claro... Aun así, el propio Desplechin nos aporta algunas claves, en forma de referencia cinematográfica, para arrojar algo de "luz" sobre la verdadera naturaleza del relato que estamos viendo. En ese sentido, el hecho de que Ismaël toque al piano el tema central de la banda sonora que Bernard Herrmann compusiera para Marnie (1964) no deja de ser un tanto equívoco, ya que es, sobre todo, de Vértigo (1958) de donde más bebe el director francés. Como sucedía en la mítica cinta de Hitchcock, Carlotta (Marion Cotillard) regresa "de entre los muertos" veintiún años después de que se la diese por desaparecida. Rasgo de tono fantasmagórico que la emparenta con la mujer que interpretaba Kim Novak hace ahora seis décadas y que —como curiosamente sucedía, asimismo, en 8 mujeres (2002) de François Ozon— nos mira fijamente desde el interior de un inquietante retrato al óleo que cuelga de la pared en casa del protagonista.
Sylvia (Charlotte Gainsbourg) es, por último, el eslabón que faltaba para completar un puzle de compleja resolución en el que no todas las piezas encajan con la misma facilidad. En cualquier caso, ella es la esposa resignada que ocupó el vacío dejado por Carlotta y que ahora deberá enfrentarse, con flemático estoicismo, a la repentina e inesperada irrupción de su predecesora (que es, por cierto, la hija de un neurótico director de cine judío con el que Ismaël tiene también sus más y sus menos y al que éste acompañará hasta Tel Aviv con motivo de una retrospectiva que allí le dedican).
Sylvia (Charlotte Gainsbourg) junto a Ismaël en el cementerio |
En fin, ¿alguien da más? Y eso no es todo: quien tenga la paciencia de aguantar hasta el final las más de dos horas del montaje del director también podrá ver a la Cotillard bailando al son de Bob Dylan, así como identificar (o al menos intentarlo) las citas textuales extraídas de las obras de Lacan o Philip Roth que contienen los diálogos... No es, pues, de extrañar la frialdad con la que Los fantasmas de Ismaël fue acogida en su presentación en el Festival de Cannes del año pasado: es prácticamente la misma que le ha dispensado la cartelera barcelonesa, donde el filme sólo puede verse en un par de salas...
El director Arnaud Desplechin en pleno rodaje |
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