Título original: It's Always Fair Weather
Directores: Stanley Donen y Gene Kelly
EE.UU., 1955, 101 minutos
Siempre hace buen tiempo (1955) de Stanley Donen y Gene Kelly |
¿Qué más da que estemos en diciembre si Siempre hace buen tiempo? Porque, por más que los termómetros marquen temperaturas mínimas, uno no puede evitar el sentirse congraciado con el mundo tras ver una película de semejante calibre. ¿Que al trío protagonista le da por bailar claqué con la tapadera de un cubo de basura? Avanti! ¿Que Gene Kelly decide marcarse una coreografía sobre patines? ¡Venga! ¿Que la historia, en determinados momentos, hace apología del alcoholismo y la violencia? ¡Pues bienvenido sea! Todo invita al optimismo en un musical sobre la camaradería y la reincorporación a la vida civil una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Amén del consabido romance entre un ex combatiente que había perdido la fe en el amor tras sufrir un desengaño y la siempre atractiva Cyd Charisse, aquí una erudita realizadora televisiva llamada Jackie Leighton que lo mismo entiende de teatro isabelino que de campeones pugilísticos.
Valiéndose del mismo recurso que a Leo McCarey, en las dos versiones de Tú y yo (1939 y 1957), le servía para poner a prueba los sentimientos de una pareja de enamorados, aquí son tres compañeros de armas los que deciden comprobar su grado de amistad dándose cita para dentro de diez años en el mismo bar de Nueva York que les ha visto correrse más de una juerga. Un trozo de billete de dólar servirá de recordatorio para tan peculiar reencuentro. Pero cuando, una década más tarde, llegue la ocasión de reunirse, se hará válido aquel célebre verso de Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos..."
Almuerzo en La Turquoise: "I Shouldn't Have Come!" |
Rodada en estado de gracia, It's Always Fair Weather contiene números tan memorables como "I Shouldn't Have Come!", variación a partir de El Danubio azul de Strauss en la que Ted, representante de boxeadores (Gene Kelly); Doug, pintor frustrado reconvertido en exitoso ejecutivo publicitario al borde del divorcio (Dan Dailey) y Angelo, italoamericano padre de familia numerosa y propietario de una modesta hamburguesería en su pueblo (Michael Kidd) se lamentan mental y simultáneamente, al ritmo del célebre vals, por haber acudido a la cita.
Hasta cierto punto, este musical (el último de tal magnitud que, a causa de su escasa respuesta en taquilla, produjo la Metro) podría considerarse el reverso amable de Los mejores años de nuestra vida (1946) de William Wyler. Lo que nueve años atrás era un despiadado drama teñido de desengaño se mostraba ahora como un canto lleno de esperanza, una invitación a recuperar la esencia de uno mismo no exenta de alguna que otra pulla contra la televisión y el cada vez más potente sector de la publicidad.
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