Director: Rafael Gil
España, 1949, 83 minutos
Para valorar una película de tales características en su justa medida, se impone la necesidad imperiosa de tener en cuenta dos o tres cuestiones preliminares. De entrada, titularla Una mujer cualquiera ya suponía una clara invitación a la morbosidad, toda vez que ser una cualquiera, más entonces que ahora, apelaba al rancio concepto de la honra y a la vergonzosa mancilla que conlleva el carecer de ella. Pero es que si la fémina en cuestión era, además, la mejicana María Félix (mito erótico de varias generaciones, amén de diva exótica), se comprenderá que el españolito retraído de finales de los cuarenta se sintiera irremisiblemente atraído por una cinta que constituía una pura tentación.
Un poco en esa línea, el vecino interpretado por José Nieto se creerá con derecho a acosar a Nieves, igual que otros hombres la atosigan de un modo u otro a lo largo de los casi noventa minutos de metraje. Incluso su marido (Tomás Blanco) no duda en espetarle:
-¿De qué vas a vivir?
-Trabajaré.
-No sabes trabajar, Nieves. Sólo sabes ser guapa. Es el único trabajo que la gente te puede dar. [...] Tu ambiente era la calle. Y, tarde o temprano, volverás a ella. [...] Eres demasiado guapa para que nadie se fije en otra cosa que en tu belleza. Caerás bajo, Nieves. Volverás a la calle. A lo tuyo...
Desde luego, se hecha en falta el humorismo habitual de Miguel Mihura en este guion tan crudo que escribiera para lucimiento de "la Doña". Apenas en contadas ocasiones dejará entrever su chispa, como cuando al padre de Luis le da por cantar en euskera o suelta, achispado en plena cena, aquello de "¡y brindo para que te cases con la chica y tengáis muchos niños pequeños que echen clavos en la carretera para que se les pinchen las ruedas a los automovilistas y tengan que quedarse aquí haciendo gasto!" Parece una réplica de Tres sombreros de copa...
El portugués Antonio Vilar hace un digno papel al lado de María Félix: por una vez, más que de femme cabe hablar de homme fatal, quizá porque la tradición hispánica es más dada a las tramas folletinescas que no a la sofisticación del Cine negro. Aun así, en determinados momentos, envueltos en ese halo de misterio que aporta el theremín a la banda sonora de Manuel Parada, hasta se diría que recuerdan a la pareja protagonista de They Live by Night (Los amantes de la noche, 1948). Pero ni Rafael Gil es Nicholas Ray ni la España autárquica el mejor de los mundos para dos enamorados.
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