Director: Leonardo Favio
Argentina, 1967, 63 minutos
El romance del Aniceto y la Francisca (1967) |
Segundo largometraje dirigido por el argentino Leonardo Favio, El romance del Aniceto y la Francisca (1967) fue la adaptación de un cuento, «El cenizo», de Jorge Zuhair Jury, hermano del cineasta. Y como ya sucediera en su anterior trabajo, la genial Crónica de un niño solo (1965), de nuevo se servía del blanco y negro para filmar una historia protagonizada por seres que habitan en los márgenes de un mundo cuya sordidez, sin embargo, no es óbice para que la cámara sepa captar la belleza de los rostros, de los gestos, de los ambientes.
En ese orden de cosas, el Aniceto (un portentoso Federico Luppi en los inicios de su carrera actoral) encarna la figura de galán arrabalero acostumbrado a subsistir con lo que obtiene en las peleas de gallos gracias al "Blanquito", su adorado campeón. Aunque las cosas no siempre salen a pedir de boca y, después de convivir durante un tiempo con la cándida Francisca (Elsa Daniel), otra mujer se cruzará en su camino para arrastrarlo irremisiblemente a la perdición.
De todos modos, sería exagerado calificar a Lucía (María Vaner) de femme fatale, ya que en realidad es el propio Aniceto el que se complica la vida por culpa de su carácter posesivo. Así pues, casi podría decirse que, en un acto de justicia poética, el destino se venga de él por haber preferido la voluptuosidad de Lucía a los buenos sentimientos de la pobre Francisca, a quien no duda en echar de casa sin contemplaciones.
Con una prolijidad en los planos que dota a la película de un tempo minuciosamente pausado y una banda sonora con música de Vivaldi que pudiera recordar a los maestros de la Nouvelle Vague francesa, Favio es capaz de condensar la historia en apenas una hora de metraje sin que sobre ni falte nada. Sitúa los hechos en la provincia de Mendoza, de donde era oriundo, para ir desgranándolos mediante distintas fases ("De cómo se encontraron", "Comienzo de la tristeza"...) que sucesivamente aparecen sobreimpresas en pantalla. Hasta que al final, cuando la desesperación de Aniceto le lleve a cometer una tontería, todo concluya con un desenlace acorde con el perdedor que siempre ha sido.
Un plano muy a lo Godard |