viernes, 28 de abril de 2017

Alien, el octavo pasajero (1979)




Título original: Alien
Director: Ridley Scott
Reino Unido/Estados Unidos, 1979, 116 minutos

Alien, el octavo pasajero (1979)
de Ridley Scott


Uno de mis primeros recuerdos cinematográficos está directamente relacionado con Alien. Apenas cuatro años tenía yo cuando se estrenó el hoy ya clásico de la ciencia ficción. Y mi hermano, que contaba entonces catorce primaveras, la fue a ver. Ya en casa, en el recogimiento de nuestro cuarto, me contaba los detalles con morbosa fruición. De modo que puede decirse que me acuerdo de la película sin haberla visto. 

La escena que más me impactaba de su minucioso relato era la del ente (¿cómo llamarlo: lapa galáctica, trilobites sideral...?) enganchado a la cara de Kane (John Hurt) y cómo, tras un primer momento de alivio al ser liberado, el tripulante acababa reventando como un ciquitraque sobre la mesa donde él y sus compañeros recién habían comenzado a desayunar.

Frente a las convencionales rodajas de pepino, Alien defendía
las propiedades del CENTOLLO como eficaz antioxidante
contra el envejecimiento facial


Han pasado casi cuarenta años y hoy, por fin, he tenido ocasión de ver Alien en pantalla grande. Vista con ojos de adulto tal vez impacte menos que al asustadizo niño de cuatro años al que se la contaron (a fin de cuentas, lo que uno se imagina siempre resulta más sobrecogedor que lo que uno ve), pero la fuerza sus imágenes se mantiene intacta.

Y, por otra parte, el cinéfilo cuarentón, bastante menos impresionable y más dado a comparar, establece enseguida conexiones con otros filmes de similar factura. Los referentes inevitables son 2001 (1968) y La guerra de las galaxias (1977): de la primera ha heredado el tempo narrativo y el diseño del interior de la nave (con esas puertas hexagonales que se abren automáticamente en horizontal); de Star Wars, alguna que otra licencia en aras de la espectacularidad: atronadoras explosiones en mitad del espacio o estruendosos vendavales huracanados en el inhóspito planeta sin atmósfera (ni, por tanto, aire) a través de los que propagarse las ondas sonoras.


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